ESCUCHARPor José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
Existen 447 reactores nucleares de potencia activos en 31 países.
Estados Unidos, Francia, Japón, Rusia, Corea del Sur, Alemania, Canadá, Ucrania, China y Gran Bretaña generan 18% de la producción mundial según el Servicio Geológico Mexicano.
Graves accidentes y otros cuestionamientos determinaron un replanteo del avance de la tecnología nuclear.
Un informe de la entidad estimó que la generación crecerá entre 50% y 100% hacia 2035 (sin estimarse porcentaje de esa contribución en el total, al no indicarse cuánto aumentará toda la producción energética).
Latinoamérica presenta escaso desarrollo de energía nuclear: siete reactores que producen, aproximadamente, 2% del total regional -tres en Argentina, dos en Brasil y dos en México-.
Argentina fue pionera en el desarrollo de la energía nuclear con fines pacíficos. En 1950, el presidente Juan Domingo Perón creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), marco institucional del sistema tecnológico, constituyendo en 1955 el especializado Instituto de Física (hoy Balseiro, por su primer director). Nuestro país fabrica y exporta reactores y adhirió, en 2014, a estándares internacionales.
En 1974 se inauguró Atucha I en la provincia de Buenos Aires, seguida por Embalse -Córdoba- en 1984.
El Plan Estratégico del Sector Nuclear Argentino, del año 2006, ratificó la construcción y puesta a punto de la central Atucha II, que fue inaugurada en 2014.
En ese sentido hay que destacar que la energía nuclear contribuye, aproximadamente, con 6% de la producción total del país, según el Ministerio de Energía y Minería de la Nación -sin contar Embalse, fuera de operación y en fase final de la extensión de su vida útil, se prevé el reingreso al sistema durante 2019-. Las obras de Atucha III están suspendidas; recomenzarían -con financiamiento parcial chino y canadiense- en 2019.
Tradicionalmente dependiente, el autoabastecimiento energético desveló a los estadistas que intentaron desarrollar industrialmente al país, como Perón o Arturo Frondizi. Principalmente porque Argentina utiliza un alto porcentaje de hidrocarburos -más de 80%-para ese fin.
Destacamos el gran desarrollo del gas natural, más de la mitad del consumo energético, posible por la construcción del gasoducto Comodoro Rivadavia-Buenos Aires en la década de 1940 y el descubrimiento del yacimiento de Loma La Lata en Neuquén en los años 70. Casi no se utiliza el carbón, a diferencia de otros países como China, Estados Unidos o Alemania (en este caso se utiliza el lignito, después de la decisión de reemplazar la energía nuclear por otras fuentes).
Rusia trabaja en energía nuclear desde los años 40. En 1949 se descubrió accidentalmente los ensayos con fines bélicos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). La primera central rusa se creó en 1954 y actualmente se avanza en una red bicontinental.
Las razones, aun en un país rico en fuentes no renovables, radican en la concentración de éstas en su zona oriental, que en un país tan extenso y mucho más desarrollado hacia occidente supone un enorme costo de distribución y transporte. Además, se transfiere tecnología entre países pertenecientes al Pacto de Varsovia, incluyendo Alemania Oriental.
Durante los años 50 a 80, la URSS entabló una tensa disputa por el avance tecnológico con EEUU, digna de novelas de intriga y espionaje. En 1970 se inició la construcción de la central “V. I. Lenin” -de las mayores del mundo en su tiempo-, en la pujante y estratégica zona de Pripiat, Ucrania, elegida por Moscú como emblema futurista (una Brasilia industrial).
Inaugurada en 1977, nueve años después una serie de errores fatales (en el diseño y la operación) desencadenaron la más grande tragedia nuclear hasta hoy conocida, por los miles de damnificados y extensión geográfica del daño.
En un mundo donde los hidrocarburos continúan al tope de utilización, la actual Rusia impone su estatura de coloso. Tiene el mayor yacimiento de gas y es el segundo país en producción mundial.
También es el primer productor petrolero y el octavo en reservas. Cuarto país con mayor número de reactores nucleares, superando a China luego de inaugurar la primera central nuclear que funciona sobre el agua.
Acredita, además, valioso knowhow: mediante la empresa Rosatom, exporta productos y servicios de tecnología nuclear, en especial a Medio Oriente y Latinoamérica.
En Argentina, su consorcio energético estatal Gazprom trabaja con YPF en un contrato de prospección y extracción de gas en el yacimiento Estación Fernández Oro (Río Negro). En este contexto, cobra especial interés la reciente aprobación por el Congreso de la Nación (ley 27450) del Convenio Marco entre Argentina y Rusia para la Cooperación en los Usos Pacíficos de la Energía Nuclear, celebrado en 2014.
Se procura la investigación aplicada en el campo de los usos de la energía nuclear con fines pacíficos, el diseño, construcción, operación, desmantelamiento de centrales nucleares de potencia y reactores nucleares de investigación y se estimula la producción y aplicación de radioisótopos en medicina (utilización en el diagnóstico por imágenes de alta precisión) o agricultura (control de plagas), entre otros propósitos.
Pero se prohíbe el ingreso de residuos radioactivos al territorio de cualquiera de los dos países.
Las relaciones con Rusia, que retomó su consistencia como potencia en la década pasada, se renovaron durante el gobierno de Cristina Fernández. Y, pese a que la política exterior de Mauricio Macri parece marcada por su afán de relacionarse con las democracias occidentales, el presidente se mantuvo atento a este vínculo con Rusia, calificándolo como “estratégico”. La crisis energética y la recesión económica exigen diversificar los mercados y optimizar, en todo el planeta, relaciones preferenciales.
Quizá sin quererlo sus enconados protagonistas, parece que al fin nos hallamos ante una política de Estado.
(*) Docentes, UNC
