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Hambre, miseria y represión en la Argentina fascista

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Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia

La tragicomedia argentina llena de sinsabores a todos los habitantes de la República. Los conflictos que se multiplican en el puente de mando aterran a la tripulación y al pasaje. Temen que la violencia se enseñoree otra vez en la cubierta. Mucho más cuando el capitán, carente de entereza y valor, defecciona en medio de la tormenta.

Por eso es menester hacer un repaso por la historia de las crisis políticas y económicas que acaecieron en la Argentina aunque la tarea pueda resultar ímproba.

No nos ataremos a discursos y relatos partidarios, muchas veces fundados en la falsedad y la simulación. Enfrentaremos los testimonios de los protagonistas con nuestras fichas y cuadernos de investigación para traer a debate, quizás, fuentes no trabajadas en forma exhaustiva por prejuicios ideológicos, raciales y/o religiosos o temor.

Todo comenzó en la década del 30. La quiebra de la Bolsa de Wall Street arrasó con la totalidad de los gobiernos democráticos de América Latina y El Caribe, para así condenar a millones de hombres y mujeres al hambre y la desesperación.

Las crisis económicas siempre dan paso a gobiernos autoritarios y al militarismo, que terminan reprimiendo a los trabajadores.

El golpe militar contra el presidente Hipólito Yrigoyen fue producto de un complot que se puso en marcha apenas se conocieron los resultados de las elecciones presidenciales del 1 de abril de 1928.

Yrigoyen había tapado de votos al Frente Único, que se integraba con la Confederación de las Derechas -fundada por Julio A. Roca (h) y el Partido Demócrata de Córdoba-, a la que se habían unido radicales antipersonalistas y socialistas independientes.

Fue un modelo de fragote que hizo escuela. El Senado nacional en manos de los conservadores se dio a la tarea de consolidar lazos entre los levantiscos.

El partido fascista italiano fue uno de los  grandes financiadores del quiebre institucional en Argentina y el resto de América Latina.  Esfuerzos que se vieron multiplicados por empresas petroleras norteamericanas y británicas que repartieron canonjías y pozos petroleros entre los jerarcas del gobierno del general José Félix Uriburu.

Los golpistas recibieron, además, un abrazo canónico de la iglesia Católica argentina y un fuerte impulso económico de empresas alemanas que sostenían el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán en el Exterior. Ello, tras la visita al Cono Sur del argentino Richard Walter Darré, quien, con Adolf Hitler en el poder, fue jefe de las SS, uno de los principales ideólogos nacionalsocialistas,  custodio de la pureza racial alemana y ministro de Alimentación y Agricultura.

Ante el avance represivo, los trabajadores activaron sus mecanismos de autodefensa. Así resistieron los ataques de organizaciones paramilitares y parapoliciales que apalearon a cuantos se cruzaban a su paso. Prendían fuego talleres de costura, talabarterías, panaderías y almacenes de ramos generales que, a ojos de los “pesquisas”, aparecían como sospechosos. La mayoría de los detenidos terminaba presa en las mazmorras del régimen o en las cárceles de Martín García, Tierra del Fuego y en las islas de los Estados. Igual suerte corrieron los inmigrantes y medieros de la pampa gringa.

Los dueños de los campos cometían, desde siempre, todo tipo de tropelías y abusos. Esos hechos habían impulsado el Grito de Alcorta y el nacimiento de la Federación Agraria Argentina, el 25 de junio de 1912.

Alcorta fue grito desesperado de los expoliados de la tierra que clamaban justicia exigiendo respeto para sus mujeres y sus hijos que eran sometidos a los mayores ultrajes por las bandas que armaban los terratenientes envueltos en las banderas de la Liga Patriótica Argentina y grupos de presión del conservadurismo criollo.

Ése fue un momento capital de la historia del campo argentino. El comienzo de la gran rebelión que transformaría la estructura social del campo integrada por terratenientes, arrendatarios y subarrendatarios.

Protestaban en contra las modificaciones unilaterales de los contratos arrendamiento, aparcería rurales y mediería que obligaba a los arrendatarios y subarrendatarios a cargar con todos los riesgos de una mala cosecha por sequías, inundaciones, tornados, pedreas y en sinnúmero de siniestros que hacen azarosa la tarea pecuaria.

Sería importante emprender una relectura de las denuncias que, a principios del siglo XX, recibió Juan Bialet Massé durante su exhaustiva investigación que sirvió para redactar su Informe sobre el estado de las clases en el interior de la República Argentina, ordenado por Joaquín V. González.

El movimiento obrero argentino, que cuenta con una nutrida tradición de lucha protagonizada por anarquistas, socialistas, comunistas, sindicalistas revolucionarios y los militantes del capítulo argentino de la Liga Espartaquista, decidió el 27 de septiembre de 1930 fundar -como un gesto más de resistencia ante la soberbia armada de la dictadura uriburista- la CGT (Confederación General del Trabajo), cuyo primer secretariado lo conformaron José Domenech (Unión Ferroviaria), Ángel Borlenghi (Confederación General de Empleados de Comercio) y Francisco Pérez Leirós (Unión de Obreros Municipales).

En el ya lejano verano de 1931, el gobierno fascista del general Uriburu sufrió una profunda derrota en el campo cultural. Nació Sur, la revista literaria que fundó y dirigió Victoria Ocampo, que tanto influyó en el desarrollo del pensamiento argentino y latinoamericano.

Sur fue imaginada como una continuidad de la poderosa voz de la peruanisima Amauta. Así lo dijeron José Carlos Mariátegui, Ocampo, Waldo Frank, Samuel Glusberg, la altísima poeta peruana Blanca del Prado y nuestro José Malanca.

La respuesta de Uriburu fue atroz. Según Crítica, en las siguientes 48 horas de la aparición se Sur el gobierno atacó a dirigentes obreros, radicales personalistas y socialistas.

Era el comienzo del último esfuerzo del gran maestro peruano que pretendía buscar refugio en Buenos Aires, perseguido por el dictador peruano Augusto Bernardino Leguía.

Todos ellos fueron enviados a cárceles y campos de trabajos forzados en la Patagonia mientras se cerraban, a cal y canto, clubes y locales donde se montaban ollas populares y panaderías sindicales dirigidas por mujeres anarquistas, que amasaban hasta cuatro bolsas de harina. Pan que era repartido a miles de niños, hombres y mujeres famélicos que tenían, en ese mendrugo, su única comida.

Un comunicado de la presidencia de facto, fechado el 11 de abril, dice: “El presidente del gobierno provisional, como jefe de la revolución, mantiene inquebrantablemente la orientación del movimiento del 6 de septiembre, dispuesto a conseguir la realización de sus objetivos y por encima de todo interés partidario. No ha pensado, pues, en ningún momento en transformar, por combinaciones o maniobras, su gobierno en gobierno de partidos, pero espera la cooperación patriótica de las agrupaciones civiles que no se solidaricen con el régimen depuesto”.

El apriete a la sociedad continuó. El 8 de mayo se publicó en el Boletín Oficial el decreto por el que se le concedía carácter oficial a la Legión Cívica Argentina, cuerpo paramilitar de inspiración fascista creado a la manera de Milizia Volontaria per la Sicurezza Nazionale, de la cual Benito Mussolini era su Comandante General.

José Félix Uriburu le tomó juramento de fidelidad el 25 de mayo de 1931. En tanto, su pariente Carlos Ibarguren que fue interventor federal en Córdoba, llamó a las juventudes católicas a organizarse militarmente y se los vió marchar por el Parque Sarmiento llenando de pavor al resto de los habitantes de la ciudad.

El golpe de Estado tuvo su cantor. Carlos Gardel, el 8 de septiembre de 1930, grabó el tango “Viva la Patria” que sería “el himno revolucionario”.

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