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En la actual competencia electoral sólo triunfó la decadencia 

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Por Luis Esterlizi (*)

Establecer un diagnóstico claro y objetivo sobre la realidad que arrastra Argentina en estos últimos 40 años de democracia fallida no hace más que ratificar el sello indiscutible que la distingue: la decadencia. 

Es fácil entender el claro significado, ya que decadencia es lo que le sucede en un período histórico determinado, a un movimiento artístico o cultural, a un Estado, a una sociedad, a una dirigencia, etcétera, que van perdiendo la fuerza o los valores que las constituyen y se debilitan hasta desintegrarse.

Las graves circunstancias que actualmente afectan a todos los argentinos caracterizan una decadencia integral, ya que ninguna disciplina, propuesta o sugerencia venga de un sector, partido o clase social cuenta con los valores y virtudes suficiente para poder restablecer el cuerpo sólidamente integrado de un sociedad ni -mucho menos- la de conducir el país hacia su crecimiento económico y desarrollo social abarcativo y sustentable en el tiempo.

Esto es porque en todo este proceso, después de 1983, retrocedimos en los cambios, perdiendo valores y virtudes ya que sólo quedan sus esqueletos brillando al sol gracias a la estupidez, la especulación y la corrupción.

Durante los últimos 40 años de democracia se intentaron, mediante la competencia entre los partidos y coaliciones -que, de paso, son los únicas entidades que participan en en el reparto del poder- imponer sus propias “verdades”, con la característica de ser opuestas a las de los demás y viceversa ya que sin el soporte filosófico de sus doctrinas y sin poseer las visiones integrales para generar propuestas justas, armónicas y equilibradas, sólo se ocuparon de denostar al contrario y realizar bajezas inadmisibles.

Por lo tanto, una democracia sin diálogos constructivos, sin consensos y que sólo expone promesas que nunca se cumplen y sin el acompañamiento del pueblo, es inutil encarar y superar integralmente los dramas sociales, laborales, productivos, educativos, investigativos, etcétera, más aún cuando solo muestran fracasos tras fracasos. 

Protagonismo y participación del pueblo

Es evidente -como lo demuestra la escasa participación en la elecciones- que el pueblo argentino en su conjunto ha perdido en gran parte la esperanza de un verdadero cambio de época, ya que observa en casi toda la dirigencia -con fastidio y decepción- que la profunda gravedad del actual momento no les conmueve las conciencias ni les golpea el corazón.

Prisioneros de sus viejas concepciones ideológicas, están incapacitados para entender lo que sucede en el mundo -sobre todo- al proceso de creciente movilización y protagonismo popular, intentando cambiar el rumbo de los modelos de gobernanzas y exigiendo la dignidad de ser considerados útiles y fundamentales para una mayor participación en la toma de decisiones, por medio de sus auténticas y genuinas organizaciones intermedias, no partidarias.

Los partidos políticos, surgidos en su momento como instrumento del liberalismo para brindarle un vehículo por donde canalizar los problemas de la burguesía, hoy se han convertido en una partidocracia que admite la existencia de regímenes autocráticos, compartiendo en exclusividad la obtención de mayores atribuciones, dejando de representar al pueblo para representar a los que conducen determinados grupos, sectores, partidos y coaliciones.

Ante esta realidad, no habrá cambios posibles porque las soluciones quedan en las manos de los que manejan este modelo “democrático”, ya que la estructura institucional y constitucional no admite la participación del pueblo organizado, aunque lo entiende y lo utiliza como masa irresoluta que solo debe ir a votar, ya que lo considera incapaz de participar en las definiciones de las políticas de Estado. 

Para ellos las entidades intermedias sólo deben ocuparse de sus roles específicos y no proponer soluciones sobre salud, educación, modalidades de trabajo, investigación, cultura, soberanía, control de los recursos estratégicos, cuestiones económicas, financieras o administrativas del Estado, etcétera, etcétera, porque para esos temas están “los legítimos representantes del pueblo” que son los diputados y senadores, nacionales y provinciales como los concejales municipales. 

Conclusiones

Nos debe preocupar de sobremanera, la continuación de esta tragedia ya que el accionar oprobioso de un staff político-partidario y de instituciones públicas y privadas que -de alguna manera- son complacientes, descartan toda posibilidad de constituir un ámbito de coincidencias esenciales, pensando en el bien común de todos los argentinos.

Es previsible que frente a este contexto que apuesta a la confrontación, las elecciones que surjan, volverán a generar un nuevo fracaso, aumentando la desazón y la disconformidad social hacia situaciones que no serán fáciles de superar.

Además si -como viene ocurriendo- los porcentajes de votantes siguen en caída libre, presumimos que ello afectará la legitimidad de los cargos en función de los votos conseguidos. 

Por supuesto, dichas elecciones le otorgarán la legalidad que impone una Constitución que como cuerpo de ley suprema, merece una reforma que termine con leyes que devienen de gobiernos de facto y de modificaciones de coyunturas y se adapte a los tiempos de cambios profundos que necesitamos los argentinos.

(*) Ex ministro de Obras Públicas de la Provincia de Córdoba

“La persona humana que vive del odio, de la explotación del prójimo, del abuso del poder, de la envidia, de la venganza, del acaparamiento de bienes, de denigrar y pisotear a los pobres, no puede ni quiere oír hablar del amor al prójimo».

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