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El consenso

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(Dypra). Se advierte un reclamo de la opinión pública acerca de la necesidad de un consenso para resolver los principales problemas existentes, como retenciones, tipo de cambio, régimen impositivo, o participación federal de los recursos fiscales, régimen previsional, financiamiento para el desarrollo, relaciones con el FMI y los mercados de capitales.
El consenso sobre estas cuestiones es necesario pero sólo posible si se funda en un acuerdo fundacional acerca de la estructura económica necesaria para el desarrollo del país y su inserción dinámica en el orden mundial.
Durante la etapa de la economía primaria exportadora, hasta su conclusión con la crisis de la década de 1930, existió un consenso hegemónico según el cual, la base productiva y el vínculo con la división internacional del trabajo se apoyaba en el sector agropecuario.
En ese entonces, el debate económico se refería a la distribución de la riqueza y el ingreso, no a la estructura productiva. No es casual que el período más prolongado de estabilidad institucional y ausencia de repetidos cataclismos económicos, de nuestra historia abarcara precisamente esa etapa, desde la presidencia de Mitre hasta el derrocamiento de Yrigoyen.

Desde entonces hasta la actualidad no se logró establecer un acuerdo definitivo acerca de si es viable una estructura productiva y un posicionamiento internacional fundado en la actividad primaria (la Argentina “granero del mundo”) o, en cambio, que para el desarrollo sustentable con equidad, es preciso formar una economía industrial, integrada y abierta, apoyada en una extraordinaria dotación de recursos naturales y una población de un respetable nivel cultural, capaz de gestionar el conocimiento, incluso los de frontera.
La ausencia de una estructura económica consolidada y, por lo tanto, de un sistema de poder capaz de fundar un consenso hegemónico sobre la orientación a seguir, imprime a la política argentina un fuerte potencial de cambiar el rumbo y afectar la distribución de la riqueza. Situación que no es observable en países con regímenes más sólidos, en los cuales, la estructura necesaria para la gestión del conocimiento y el desarrollo está fuera de discusión.
En los mismos, los cambios producidos por los resultados electorales imprimen sólo desvíos moderados en las grandes orientaciones de la estrategia económica. Todos los países desarrollados y los emergentes son ejemplos en tal sentido. Entre nuestros vecinos, Brasil y Chile también lo son.

Doble efecto

En la Argentina, en cambio, antes los golpes de Estado y, ahora, los resultados de las elecciones, tienen un fuerte potencial transformador pero, también de generar inestabilidad y la ilusión de que siempre es posible empezar de nuevo y cambiar todo.
Actualmente, a diferencia de la situación pre 1930, el diferendo fundamental no se refiere a la distribución del ingreso y al problema de la pobreza. La protesta conservadora sobre estas cuestiones es tanto o más estridente que la progresista. El problema es la falta de un consenso dominante sobre la estructura productiva necesaria y posible y se expresa, principalmente, en tres cuestiones fundamentales: la relación campo-industria, el papel del Estado y las relaciones con el resto del mundo.
La cuestión de fondo sobre la que, en primer lugar, es preciso el consenso, es determinar cuál es la estructura productiva capaz de gestionar el conocimiento y, consecuentemente, de aumentar las inversiones, el empleo y los salarios reales, condiciones necesarias de la

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