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Maldita Buenos Aires

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Por Edmundo Aníbal Heredia (*)

La Revolución de Mayo de 1810 inauguró los movimientos de independencia en este Cono Sur. Pero el primer país que se tituló independiente fue Paraguay, cuando en 1811 se negó a depender de Buenos Aires. Cinco años después hicieron lo propio las Provincias Unidas en el Congreso de Tucumán, en este caso contra el poder español.
Tanto Paraguay como luego Bolivia y Uruguay no fueron independientes por sus levantamientos contra el poder colonial sino porque no aceptaron la tutela y hegemonía de Buenos Aires. A los tres casos los llamamos segundas independencias para distinguirlas de las que se iniciaron en 1810 contra la Corona hispánica.
Estos casos se distinguen porque eran parte del Virreinato del Río de la Plata, y un principio de las nuevas naciones era respetar los límites y posesiones existentes al comenzar las revoluciones. Por tanto, su característica singular es que estas segundas independencias lo fueron con respecto de otras naciones vecinas, no de España.

En efecto, Paraguay se negó a aceptar la tutela del gobierno de Buenos Aires y constituyó un gobierno propio e independiente, rechazando las repetidas instancias del gobierno porteño y aislándose de toda tutela durante el largo gobierno de José Gaspar Rodríguez de Francia.
El gobierno de Juan Manuel de Rosas dispuso acciones coercitivas para incorporarlo a su Confederación, principalmente impidiendo su comunicación con el mar, lo que culminó con el combate de la Vuelta de Obligado, cuando una flota anglo-francesa forzó el paso protegiendo sus barcos mercantes. La caída de Rosas hizo posible el reconocimiento de su independencia por el gobierno de Buenos Aires.
Desde tiempos lejanos, la disputa por la Banda Oriental había sido instrumento de las luchas por el poder en Europa, donde España y Portugal eran también limítrofes; esta situación europea había dado lugar a cuestiones fronterizas, de modo que ambos problemas -los coloniales y metropolitanos- estaban ligados, al punto que el trueque de un castillo (el de Olivenza, fronterizo en la península ibérica) fue ofrecido a cambio de lo que sería Uruguay. Ligadas también estaban las coronas, la de los Borbones y Braganza.

Producida la revolución, el gobierno argentino hizo el mayor despliegue diplomático para incorporar la Banda Oriental, denunciando la expansión del Imperio brasileño. El tratado de comienzos de 1825 -por el que Inglaterra, al tiempo de reconocer la independencia argentina, obtenía pingües beneficios comerciales junto a otras franquicias- fue una muestra del favoritismo que por reciprocidad recibía el gobierno de Buenos Aires en su disputa con Brasil, y que explican el proceder del gobierno de Londres. Pero el principal obstáculo que encontró el gobierno de Buenos Aires fue la resistencia de José Artigas, que luchó para consagrar la Unión de los Pueblos Libres, que no aceptaba ninguna hegemonía fuese de España, de Brasil o de Buenos Aires.
Un momento importante en la resolución internacional del conflicto fue en los últimos meses de 1826, cuando Ponsonby, siguiendo instrucciones de Londres desistió de convencer al Brasil sobre la injusticia de su causa, y se inclinó hacia la independencia uruguaya. Al fin llegó la batalla de Ituzaingó, en la que Alvear obtuvo un triunfo militar que algunos historiadores brasileños cuestionan como de resultado indeciso.
Entonces la intervención del Embajador británico fue decisiva; presentó una propuesta de arreglo cuya base era la creación de una nueva nación. Así se llegó a la Convención Preliminar de Paz, en 1828, que selló la independencia de Uruguay. Puede decirse que la nueva república se había emancipado a un mismo tiempo de Brasil y de las Provincias Unidas, y en su resultado fue decisiva la intervención de la diplomacia británica.

El nacimiento de Bolivia se produjo en 1826 porque no aceptó su adscripción al Perú ni a las Provincias Unidas del Río de la Plata. En este caso es preferible hablar de “creación”, lo que no implica desconocer los anhelos de independencia de los alto-peruanos.
En efecto, el término creación resulta apropiado porque el nacimiento de la nación boliviana se produjo como resultado del debate entre tres alternativas que Bolívar entendió muy bien cuando a su llegada se hizo dueño de la situación; el Libertador caraqueño observó que el Alto Perú era por entonces parte del Perú pero que pertenecía por derecho a Argentina, aunque sin embargo la voluntad de sus habitantes era la independencia.
Su satisfacción y sorpresa se la manifestó así al peruano Hipólito Unanue, presidente del Consejo de Gobierno: “Usted no habrá dejado de observar que la parte que debía oponerse más que ninguna otra a la independencia de este país, es la que casi lo invitaba a hacerlo, y sus enviados ahora presentes, no han tenido embarazo en decirme que Buenos Aires lo deseaba, y que reconocería la República de Bolívar.”
La asamblea que decidió su destino fue contundente: sólo dos asambleístas votaron por la anexión al Perú, ninguno por la agregación a las Provincias Unidas, y el resto se pronunció por la independencia.

Bolívar se sintió tan sorprendido como agradado por la posición tolerante y en cierto modo prescindente de los gobiernos del Perú y de las Provincias Unidas para que los alto-peruanos decidieran su destino y aceptó complacido que la nueva nación llevara su nombre.
De todos modos, con ser una creación en cuanto a su carácter de nación, como tal nación Bolivia es una de las más auténticas y de más profundos orígenes de América Latina, pues está conformada principalmente por una población que posee, conserva y porta en su mayor parte una cultura originaria identificada como tal, por lo que la reunión de nación, etnia y cultura conforma una íntima y sólida entidad que da contextura a su carácter e idiosincrasia. Geográficamente forma parte de tres sistemas: el del Pacífico, el del Plata y el del Amazonas; es como el nudo que ata esos sistemas.
Nació con una superficie de casi dos millones de kilómetros cuadrados; un centenar de años después y a expensas de sus vecinos se reduciría a poco más de un millón; la pérdida mayor ha sido la de su salida al mar, una deuda compartida en la América del Sur.
Una razón de que no se obstaculizara la creación era que en el ambiente rioplatense prevalecía el triunfo de los “ilustrados”, afectos a la civilización europea y partidarios de incorporar sus principios políticos y hasta sus culturas. La población boliviana era mayoritariamente indígena, con hábitos y costumbres milenarias que despertaban el desprecio de los “civilizados”, es decir de los europeístas.

La revisión de los hechos internacionales vinculados a las independencias de Bolivia y Uruguay marca notoriamente las diferencias que merecieron ambas cuestiones en los gobiernos argentinos de entonces; en efecto, mientras que el Alto Perú fue objeto de escasas e intermitentes atenciones, con fases variadas y finalmente cuasi indiferentes, la de la Banda Oriental mereció la mayor preocupación de los gobiernos de Buenos Aires.
Aunque también tuvo fases diversas, predominó en este caso una honda preocupación que radicaba en el hecho de su situación geográfica en la desembocadura del estuario platense y en su cercanía a la capital de la nación.
Y ello ocurría en un tiempo en que se proyectaba y concretaba el principio de reunir países en sistemas confederativos con el objeto primordial de fortalecerse mutuamente frente a los anteriores imperialismos aún presentes o expectantes, para lo cual era necesario superar antinomias, separatismos y fragmentaciones.
En resumen, la desmembración del territorio que perteneció al Virreinato del Río de la Plata tuvo como una de sus causas principales que tres de sus partes rechazaron ser conducidas desde Buenos Aires.

(*) Doctor en Historia. Miembro de Número de la Junta Provincial de Historia de Córdoba.

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