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¿Le tienen miedo a la libertad de expresión?

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Por Matías Altamira*

¿Le tienen miedo a la libertad de expresión? Fue la pregunta retórica que Elon Musk, nuevo propietario de Twitter, publicó en contra de Apple y otras empresas que amenazan con soltarle la mano si avanza con sus planes para la red social.

Musk sostuvo que, si la gente quisiera menos libertad de expresión, le pediría al gobierno que apruebe leyes a tal efecto.

“La libertad de expresión es la base de una democracia que funciona y Twitter es la plaza pública digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad”, resaltó el dueño de Tesla.

Las autoridades -especialmente, las europeas- temen que aumenten el discurso de odio, la desinformación y el abuso, por lo que exigen que Twitter cumpla con reglas de moderación de contenido, además de eliminar el sistema de restablecimiento de usuarios que fueron baneados o suspendidos por sus comentarios, tal como prevé la Ley de Servicios Digitales de la Unión Europea (UE).

Musk no sólo tiene problemas con las autoridades europeas sino también con las principales empresas globales, que redujeron sustancialmente su inversión publicitaria en Twitter; entre ellas Apple, cuyo aporte llegó a 48 millones de dólares el primer trimestre de este año.

Además, Apple está analizando dejar de ofrecer la aplicación Twitter en su Apple Store, lo que generaría un impacto significativo en su proceso de comercialización.

Con estos hechos de alcance mundial es oportuno analizar algunos aspectos para valorar la medida.

En primer lugar, lo que rompe con todos los patrones es que una empresa privada gestione, habilite y rechace comentarios de usuarios de cualquier parte del mundo.

Si bien ya se ha asimilado y naturalizado la situación, unos pocos años atrás nadie se imaginaba salirse del modelo del periódico o de la televisión, ese modelo generador/editor de noticias para migrar al actual de administrador/gestionador de comentarios y opiniones.

El cambio impacta en la relación entre las autoridades y las empresas. Antes, una radio se habilitaba mediante una licencia y ahora Twitter no requiere de permiso alguno para funcionar y la autoridad no puede retirar algo que no otorgó.

En segundo lugar, cabe recordar que Twitter contiene innumerables mensajes y que -a medida que su relevancia creció- también lo hicieron los reclamos y, con ello, sus necesidades de control. Por ello fijó límites; incluso, el bloqueo de usuarios, como pasó con Donald Trump.

Ahora, Musk quiere eliminar esos límites, pero ¿sin límites ni reglas se puede funcionar?

Toda organización social necesita de reglas y límites, así como de alguien que las legisle y administre.

La libertad plena, como ahora pretende Musk, no puede ser una regla.

Musk busca que cada usuario de su plataforma pueda expresarse libremente y por eso cuestiona a Apple.

La pregunta es cómo procederá cuando determinadas expresiones afecten la honra de una persona; busquen derrocar un gobierno; causen conmoción en un determinado sector social o inciten al odio, entre otras acciones reprochables.

Ello lleva a recordar que la libertad tiene la responsabilidad como contrapeso natural.

En las familias, los padres son responsables de la educación de sus hijos y también de las consecuencias de sus actos dañosos. En tanto, los empleadores son responsables de las acciones de sus dependientes que perjudican a terceros y los comerciantes de bienes y servicios responden por vicios o fallas ante sus clientes; ¿por qué Twitter no debería responder?

En esa plaza ideal que plantea Musk seguramente también será necesaria la presencia de un policía, como sucede en los espacios públicos de cualquier ciudad del mundo.

Los gobiernos asignan policías en determinadas plazas, por ejemplo, cuando se dan hechos de violencia, y no cuando se estaban construyendo, porque en principio se considera que la gente obrará amigablemente hasta que se demuestre lo contrario. Por eso consideran necesario restablecer el orden y la armonía.

¿Le tienen miedo a la libertad de expresión? Claramente no. Si cada persona que se expresa lo hace con prudencia, respeta al prójimo y evalúa las posibles consecuencias negativas que su manifestación puede generar en terceros. Si estos requisitos no se cumplen, la respuesta es la opuesta.

Se plantea un interrogante ¿por qué se deben soportar ataques injustificados, infundados y gratuitos de terceros? La persona destinataria del mensaje dañoso también tiene sus derechos.

Entonces ¿dónde está el equilibrio? Mientras más grande es el grupo social, más difícil será alcanzarlo; especialmente, en Twitter, que tiene 330.000.000 de usuarios activos.

La censura previa nunca será la solución, pero necesariamente deberá implementarse un sistema de gestión de reclamos que derivará en un posterior control de comentarios de cuentas, que luego de algunas advertencias deberán ser sancionados con bloqueos.

Sería ideal que cada persona obrara correctamente, pero mientras eso no suceda habrá más policía y más cárceles, así como un departamento de control y seguimiento de usuarios más numeroso en Twitter, aunque Musk pretenda algo distinto.

(*) Abogado

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