La realidad de un sector que sufrió cambios profundos y se adapta a un escenario pospandémico
Transportar un objeto o una persona de un punto “A” a un punto “B” es un negocio que surgió desde los albores de la humanidad. Desde las míticas caravanas de Marco Polo a las hollywoodenses diligencias que cruzaban Monument Valley, pasando por nuestro tan criollo chasqui.
El negocio era pensar en el medio de transporte adecuado para cada caso y hacerlo de la manera más efectiva.
Sin embargo, un día vino la pandemia que trastocó todo. Ya no viajaban personas sino los transmisores de un virus y los objetos; cualquiera fuera su forma o tamaño debían llegar con la inmediatez del siglo XXI.
Aquí sí hubo una tormenta y fueron avezados pilotos quienes la atravesaron.
El viajar es un placer
En los meses previos a la pandemia, todo el sistema del transporte automotor venía librando una dura batalla, sin saber lo que se avecinaba.
Enzo Noriega, presidente de la Federación de Empresarios del Transporte Automotor de Pasajeros (Fetap), describe la situación: “El sector venía en crisis por el recorte de subsidios para el interior del país en el que Córdoba se vio afectada. Sin las compensaciones tarifarias que eran históricas, era imposible transferir el valor real al boleto. Estuvimos transitando esta crisis que la pandemia agravó”.
Desde 2005 el sistema de transporte estaba subsidiado a escala nacional con una clara diferencia de equivalencia con respecto al área metropolitana de Buenos Aires. Aun así, llegando poco a las provincias es sumamente necesario. Hoy el costo técnico del boleto no lo puede pagar el pasajero. Y si no hay movimiento de pasajero no podemos circular y atender las necesidades de cada servicio.
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