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Una cierta mirada

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Era el día fijado para la primera audiencia de mediación en el Centro Judicial de Mediación de Córdoba. Los mediadores estaban verificando que las notificaciones estuvieran bien realizadas. Por Ana Carolina López Quirós (*)

Cuando ellos se aprestaban a recibir a las partes, entró a la sala la Dra. Pérez y manifestó: “¡Quiero audiencia privada! ¡No podemos someter a esta pobre mujer a que se enfrente al asesino de su hijo!”. Los mediadores, de manera calmada, hicieron pasar a la doctora Pérez y le pidieron que tomara asiento. La escucharon atentamente y coincidieron en que era mejor trabajar en audiencias privadas.

Salieron de la sala e invitaron a entrar a los representados de la Dra. Pérez: una mujer de cincuenta años con su hija (había otros hijos varones que se quedaron afuera por voluntad propia).

Uno de los mediadores entró con ellas y el otro salió para explicarle a las partes demandadas la decisión tomada, indicándoles una sala de espera donde aguardar su turno. Los que esperaban eran dos hermanos con sus abogados, un varón y una mujer, esta última hermana de los demandados.

Ya en sala, los mediadores comenzaron con el discurso, en el cual se explicitan, entre otras cuestiones, las reglas y los principios de la mediación y los roles que jugará cada uno de los asistentes, Mientras lo hacían, la mujer tenía su mirada perdida. Le preguntaron si comprendía y contestó que sí, pero probablemente estaba pensando en cualquier cosa; como si no le importara lo que le estaba sucediendo. Al indagar si se sentía en condiciones para relatar los hechos, ella dijo que sí.

Pero, apenas quiso comenzar a hablar, rompió en un llanto incontenible. Su abogada solicitó que continuaran la reunión sólo con ella. Así se hizo. La Dra. Pérez dijo: “El accidente de tránsito consistió en que al momento de cruzar la calle el hijito de la señora, el demandado -que venía conduciendo un camión- no sabemos si no lo vio o qué sucedió, pero lo mató.”

Al terminar su relato manifestó: “Por supuesto que venimos predispuestos a arreglar, pero sólo si se trata de una oferta respetuosa, si no, nos retiramos”. A su vez agregó: “Me gustaría poder reunirme con el abogado de la contraria a solas en alguna oportunidad, ya que nunca he tenido el gusto (lo dijo con un tono irónico)”. Los mediadores le expresaron que en su oportunidad así lo harían.

La “otra parte” se trata de dos hermanos. Ya en la sala, uno de ellos, que fue el chofer, tenía los ojos llenos de lágrimas y estaba encorvado. Su hermano, el titular registral, no hablaba y miraba hacia abajo. Al preguntarle los mediadores al conductor si se consideraba en condiciones de relatar los hechos, contestó que sí, que le costaba mucho pero que lo haría: “Desde que me pasó esto, mi vida ha cambiado por completo; ya no soy el mismo. Nunca más volví a manejar camiones desde aquel momento; y el día en que ese niño se murió era el cumpleaños de mi hija”.

“La verdad es que yo venía circulando despacio, muy despacio, porque era calle de tierra con muchos baches; además era en mi barrio y allí hay un colegio. Vi a los niños cruzarse de mano. Cuando verifiqué, ya estaban en la vereda; seguí con la marcha y al rato siento un impacto. Sé por comentarios de varios vecinos que al ver al camión los niños corrieron tras él y se quisieron trepar y Martín, al no poder agarrarse bien, murió”.

Los mediadores les preguntaron su perspectiva a los abogados: “Nuestros clientes quieren arreglar, pero no tienen mucho para ofrecer. Además nosotros estamos convencidos de que en un juicio habría culpa concurrente con un porcentaje mayor –si no todo- para la víctima. Pero habrá visto en el estado en el que están, ya no soportaban más el juicio. Además, algo que ellos nos aclararon es que son vecinos y siempre están sometidos a insultos y agresiones por parte de los familiares del niño”.

Luego se reunieron los mediadores con los abogados de ambas partes, quienes al instante comenzaron con un diálogo duro. Iban levantando la voz cada vez más, hasta que los mediadores decidieron intervenir y continuar con audiencias separadas. Efectuadas las disculpas del caso, el ambiente se calmó. Luego de varias horas de trabajo, se fijó una nueva audiencia.

Fueron tres arduas reuniones y finalmente el caso se acordó. La mamá del niño pudo (luego de cuatro años desde la muerte de su hijito) decidir poner fin al juicio y aceptar la propuesta. Esbozó una tímida sonrisa y dio las gracias. Algo había cambiado. Los mediadores saben del lenguaje analógico; el cuerpo y los ojos hablan; y en ellos adivinaron una imperceptible señal de paz.

Cuando los mediadores le avisaron al conductor del camión que la oferta había sido aceptada, el hombre rompió en llanto; lloró, lloró mucho y luego se pudo entrever algo en su mirada que indicó que él también iba a poder comenzar una nueva etapa en su vida.

 (*) Abogada, mediadora

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