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Télam, crónica de un final anunciado

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Por Fernando Pedrosa * para El Observador

Télam nació en abril de 1945 como acrónimo de Telenoticiosa Americana. Fue creada por la dictadura militar que tomó el poder en 1943 para usarla como instrumento de propaganda, sobre todo, para defender la posición predominante entre los uniformados argentinos en la Segunda Guerra Mundial; es decir, a favor del eje nazi-fascista.

Pero también como parte de la organización de un aparato de inteligencia estatal. Al poco tiempo, fue creada la tristemente célebre SIDE, de la que Télam llegó a depender durante un tiempo.

Uno de los padres de la criatura fue el secretario de Trabajo de aquella dictadura, Juan Perón, que usó profusamente la agencia para la campaña electoral que lo hizo presidente en 1946. Télam funcionaba con el aporte de capitales mixtos, pero el peronismo la estatizó totalmente y la puso al servicio de la maquinaria de propaganda que comandaba Raúl Apold.

La agencia fue privatizada en el gobierno de Arturo Frondizi, clausurada por el de José María Guido y Arturo Illia decidió no (re) estatizarla, aunque permitió un funcionamiento limitado y bajo manos privadas. Los radicales de entonces conocían en carne propia los riesgos del Estado presente.

Télam nació en una dictadura y la volvió a estatizar otra, la del general Juan Carlos Onganía, en 1968. Además, el militar centralizó en la agencia la publicidad oficial, hoy llamada pauta.

En 1973, y con Perón nuevamente en el poder, Télam sumó el monopolio de la distribución de noticias a nivel nacional mientras la sombra de José López Rega oscurecía aún más la tarea de la agencia. Otra dictadura, iniciada en 1976, dio gran importancia a Télam, a la que asoció con los servicios de inteligencia, la persecución de periodistas y opositores y la censura. También destruyó parte de su archivo. Durante la Guerra de Malvinas, Télam jugó un papel clave para sostener el engaño de la opinión pública sobre el rumbo del conflicto.

Cuando retornó la democracia, la agencia era un ámbito ligado a la “inteligencia militar”, y en algunos casos al viejo peronismo, y todos ellos eran una fuente continua de rumores y operaciones en el contexto de un gobierno débil que luchaba por sobrevivir.

El menemismo incluyó a Télam en los decretos de reforma del Estado; sin embargo, sobrevivió tal como estaba. La vieja agencia siempre resultaba una herramienta apetecible para quienes buscaban manejar información y pauta oficial sin mucha transparencia ni control.

Fernando De la Rúa intentó diluirla en un multimedio estatal, pero Eduardo Duhalde volvió atrás la decisión y consolidó el negocio conformando Télam Sociedad del Estado.

A partir de 2003, la producción y distribución de noticias favorables al flamante gobierno de Néstor y luego de Cristina Kirchner alcanzaron un grado de fanatismo y falta de profesionalidad notable, similar al del programa de la TV pública 678.

El presupuesto no paró de crecer y su planta de personal se extendió por todo el país (con oficinas y corresponsales). Al poco tiempo también tendría corresponsales en países de América Latina y Europa.

Kirchner designó como director al periodista de Pagina 12 Alberto Dearriba (2003-2005). En esta etapa comenzó el reparto abusivo y discriminatorio de la pauta oficial.

La gestión de Dearriba terminó en un escándalo con un allanamiento realizado por la jueza María Servini que, a la vez, permitió que agentes de la División Defraudaciones y Estafas se llevaran de la agencia expedientes de órdenes de publicidad con presuntas irregularidades. El siguiente director fue el también periodista de Pagina 12 Martín Granovksy (2005- 2009), que impulsó una versión aún más ideologizada de la tarea periodística que incluyó la realización de un curso sobre “Peronismo para extranjeros”.

La impronta partidaria era indetenible. Los desmanejos económicos también. A la vez, se reforzarían las operaciones políticas en vinculación con la SIDE.

La primera operación buscó vincular a Duhalde con el crimen del militante trotskista Mariano Ferreyra. Otra que tuvo impacto fue distorsionar declaraciones del cordobés José De la Sota.

También hubo operaciones contra peronistas disidentes (Juan José Álvarez y Esteban Caselli) y una ya olvidada, pero impactante, en torno al supuesto secuestro de Luis Gerez.

También trascendió públicamente un cable acusando a un juez de vínculos criminales que no eran ciertos. Pero la operación que más se recuerda hasta hoy fue la realizada contra el opositor Enrique Olivera y que tuvo en Télam a sus autores intelectuales y materiales.

En la medida que la agencia manejaba más poder y presupuesto, comenzó a ser deseada por los diversos grupos del kirchnerismo que fueron colocando dirigentes en cargos y generando constantes disputas entre ellos.

Luego de Granovsky, el nuevo director Martín García (2010/2012) proclamó públicamente que quería un periodismo militante antes que uno profesional. García recomendó a los periodistas llevar libros de Arturo Jauretche para consultarlos diariamente.

La agencia dedicaba amplios espacios a los Kirchner y colaboraba con la agencia de noticias chavista. El vocero de Luis Delia tomó el control de la sección política.

Sendos escándalos se produjeron al agregar una nueva sección por el 17 de octubre y un cable con el cumpleaños de Cristina Kirchner.

Así, García fue eyectado en medio del crecimiento en la planta, aumentos de sueldos y el anuncio de una frustrada megafiesta (la “fiesternauta”) a realizarse en Parque Norte, con un gran gasto que incluía una lista de artistas famosos.

La agencia ya era un botín que alimentaba internas en el reelecto gobierno de Fernández de Kirchner, que entonces iba por todo.

Los reemplazantes de García fueron Santiago “Patucho” Álvarez y Fabián “Conu” Rodríguez (entre 2012 y 2015), muy cercanos a La Cámpora.

Así se imprimieron y diseñaron diversos productos de merchandising, como postales con la imagen de Fernández de Kirchner o la impresión en alta calidad de Néstor Kirchner luchando contra buitres.

Posiblemente una de las operaciones de inteligencia más fuertes fue sobre el periodista que informó primero sobre el crimen del fiscal Alberto Nisman. Télam difundió una captura de pantalla del sistema de ventas de Aerolíneas Argentinas que detalló el itinerario de Damián Patcher, quien se hallaba amenazado y buscaba desesperadamente huir del país. La acción lo volvió un blanco visible.

El gobierno de Mauricio Macri intentó hacer lo que ahora, ante el cierre inminente, muchos le reclaman al gobierno de Javier Milei: un plan racional que preservara lo poco bueno que todavía tenía la agencia en materia periodística.

Para entonces la agencia solo recaudaba por sus servicios el 4% del presupuesto que necesitaba para funcionar. Sin embargo, la oposición a cualquier cambio fue total por parte de los sindicatos, el progresismo político y cultural y buena parte de la corporación periodística.

El fin del gobierno de Macri encontró a la agencia con un 20% de empleados menos de lo que la recibió, lo cual en la historia de Télam no era algo menor. Finalmente, la justicia laboral bloqueó todo intento de reforma.

Los cuatro años de Alberto Fernández solo confirmaron las impresiones sobre la agencia. La planta creció otra vez y se creó una corresponsalía en la Antártida. Las persecuciones políticas internas volvieron a aflorar lo cual no fue obstáculo para que la APTRA le otorgará a Télam un premio Martín Fierro. Su directora, Bernarda Llorente (2020-2024), designó un directorio solo con mujeres y sumó acusaciones por desinformar en una causa de espionaje ilegal que llevaba adelante el juez federal Marcelo Martínez de Giorgi.

Combinar Estado, gobierno y noticias no es una tarea sencilla. En Argentina, es aún más complejo, pero Télam parece haber llegado al fin de su camino.

Los argumentos que defienden la continuidad de una agencia estatal de noticias ya no tienen asidero en el periodismo contemporáneo. Es como sostener el uso de la impresora de puntos. Pero, además, los reclamos airados que piden mejorar la gestión y darle un renovado rumbo periodístico, en lugar de cerrarla, solo esconden la voluntad de no cambiar nada. Y eso ya es evidente. Posiblemente la gestión macrista fuera la última oportunidad de hacer algo medianamente razonable y esos mismos sectores la boicotearon radicalmente.

En más de 80 años, Télam nunca fue lo que supuestamente podría ser en los relatos de las “almas bellas”, como ocurre también con otros espacios paradigmáticos del Estado tomados por la corrupción y la militancia.

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió.

(*) Investigador y profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Buenos Aires.

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