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Son nuestras hijas y nuestras madres: somos nosotras

Por Alicia Migliore*
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¡Otra vez las mariposas tendidas con las alas rotas! ¡De nuevo el viejo arrullo anudado en sollozos! Los padres cediendo el abrazo eterno a la tremenda impotencia de no corporizar el aire. Los recuerdos aplastando almanaques que ya no mirarán el futuro… sólo ayer… no hay mañana.

Sentir que esa piel que siempre olió a bebé, perfumada por el amor que nace de las entrañas, está dañada y no habrá “sana sana” que la restaure; que la sonrisa, que iluminó cada día desde que irrumpió, se trocó en una mueca de dolor; que ese cuerpo, alimentado contra el pecho materno y cuidado como si fuera de nácar o cristal, debió sentir tanto dolor…

¿Cómo se entierra a una hija? ¿Cómo remotamente imaginarlo en el mundo ideal creado para tener el hijo, donde no habrá fuerza capaz de causarle el menor daño? Esos femicidios no son sólo una noticia. Hablan de nosotras.

Somos las hijas acunadas con amor, que crecimos para encontrar el horror. Somos las hijas de otros, somos nuestras hijas, somos mujeres a quienes se derribó en pleno vuelo. Somos también las madres de quienes no tendrán ese fuerte escudo que les ayude a crecer. Somos la cicatriz inalterable de todos aquellos que cruzamos en el camino de la vida. Somos la demostración cabal del fracaso de nuestra sociedad.

Estas muertas increpan desde la nube de violencia que las sepulta, conmueven y desorientan: es tan fuerte el mensaje de estas mujeres muertas que logran que, rápidamente, se giren las cabezas buscando culpables.

Claro. La culpa la tienen los violentos, la tiene la Justicia, la tienen ¿ellas?.. ¿nosotras?..

Hablemos de responsabilidad en lugar de culpas. El femicidio es la forma extrema de violencia que sufrimos las mujeres, pero no la única.

Las mujeres somos víctimas de violencia de género a lo largo de nuestra existencia. La sociedad ha naturalizado tanto esta construcción cultural que las propias víctimas llegamos a considerar normal esta violencia sostenida. Las mujeres luchamos para revertir la primera decepción: nacer mujeres en una sociedad de machos cabríos que quiere concentrar patrimonio, nominar a su prole, producir riqueza.

Las mujeres sobrevivimos a la discriminación de ser el segundo sexo: el que puede postergar su aprendizaje, el que debe estar listo para servir y complacer la demanda masculina. Las mujeres podemos atender a las necesidades del entorno familiar, cualquiera sea su edad, como las mejores agentes primarias de salud, mientras procuramos nuestra propia supervivencia.

Las mujeres criadas en el sistema patriarcal y machista resistimos para mantener identidad ante el avasallamiento del macho productor, proveedor, protector y potente que procura demostrar nuestra absoluta nulidad. Las mujeres nos reinventamos después de sufrir abusos físicos, psicológicos y sexuales, volviendo a creer en el género humano luego de esas violaciones para transmitir amor.

Las mujeres sabemos que se nos considera botín de guerra o trofeo de paz. Las mujeres callamos cuando todos los ritos, creencias, mitos, leyendas, supersticiones nos cargan con la totalidad de las culpas y la concentración de todos los males.

Las mujeres conquistamos derechos después de siglos de lucha; los mismos derechos que los hombres ejercen desde el comienzo de los tiempos. Las mujeres sabemos que somos seres humanos con iguales derechos; la sociedad patriarcal aún no lo comprende.

No hablemos de culpas, hablemos de responsabilidades.

Claro que es necesario que el Estado desarrolle políticas públicas sostenidas para evitar todo tipo de discriminación a las mujeres.

Claro que deben llevarse registros claros y oficiales de todo tipo de violencia de género ejercida sobre las mujeres, en lugar de declinar esa responsabilidad indelegable del Estado en organizaciones no gubernamentales.

Claro que corresponde a la Justicia intervenir activamente en la prevención, persecución penal y toda medida para erradicar la violencia contra las mujeres; para ello necesita ser dotada de los recursos humanos y materiales indispensables.

Claro que la función docente de los medios masivos de comunicación juega un rol importante en la construcción de una sociedad en la cual las mujeres seamos más que una figura para el deseo.

Claro que quienes registran la historia de los pueblos deberán admitir que las mujeres estuvimos allí y seguiremos estando aunque nos desaparezcan literalmente de la crónica y de la escena.

Sin embargo, si no es la sociedad en su conjunto y cada uno de sus integrantes quienes modifiquen sus creencias y admitan que las mujeres somos seres humanos con iguales derechos que los hombres, seguirán muriendo mujeres a cada momento.

Moriremos a cada instante, renunciando al potencial que podíamos desarrollar en iguales condiciones. Moriremos miles de pequeñas muertes. Moriremos la gran muerte cada vez que muera una de nosotras, ejecutada. Cada 30 horas una familia sepultará para siempre una mujer que llevará para siempre la sonrisa de sus padres. Cada 30 horas unos niños incrédulos buscarán infructuosamente el nido que fue arrasado. Cada 30 horas la sociedad toda seguirá siendo cómplice de estas ejecuciones.

(*) Abogada. Ensayista. Autora de La mujer en política.

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