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Simone, tan actual y contundente

Por Alicia Migliore*
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Tiempo complicado la postmodernidad, arrastrando los problemas de la antigüedad. Los pensadores construyen teorías que abundan en explicaciones crípticas, extensas, a veces contradictorias y poco concluyentes, destinadas a instalar nuevas dudas y dirigidas, en general, a un grupo de iniciados, de élite. Simultáneamente la tecnología propone e impone un modo de comunicación escueto, cifrado, que desafía a quien lo produce a provocar una reacción, un efecto inmediato, pocas veces ligado al pensamiento profundo.

Parece entonces que a nivel general y popular los temas se suceden rápidamente, de reacción en reacción, con una visión superficial y evanescente, contrastando con aquel grupo de pensamiento profundo que se abroquela entre iguales, y la sabiduría retorna a ser patrimonio de pocos y elegidos.
En un escenario de semejante fisura y fragmentación existen, sin embargo, pensadores que lograron condensar en una oración un pensamiento profundo. En este grupo de hallazgos puede ubicarse la expresión de Simone de Beauvoir, tan contundente y actual que prolonga su efecto a través del tiempo, como un latigazo que todos pretenden eludir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”.
Siempre es bueno recordar la infancia y los aprendizajes básicos que nos llevan a revisar el léxico, para hacer una exégesis correcta de una expresión que revela tal maestría en el uso de los vocablos.
“Opresor” es aquel que oprime o domina con autoridad excesiva o injusta. “Oprimido” es quien es sometido y privado de sus libertades por medio de la fuerza y la violencia. Los “cómplices”, en tanto colaboradores del opresor, pueden contribuir en acción o por omisión, haciendo, dejando de hacer, callando o dejando de defender.
La expresión de Simone es aplicable a todo tipo de opresión, puede referirse a cualquier tragedia individual o colectiva.

En esta ocasión analizaremos la tragedia más antigua y prolongada de la historia de la humanidad: el sometimiento de las mujeres (la opresión) por decisión arbitraria de los hombres y su cultura patriarcal (los opresores), con la complicidad de las propias mujeres (las oprimidas). Aunque comiencen las reacciones airadas y respuestas ofensivas de quienes consideran injustificada la afirmación de Simone, será necesario intentar el logro de la mayor claridad que conduzca a la revisión de las conductas propias y extrañas desde la perspectiva de género.
Desde el comienzo de la vida en sociedad los hombres se organizaron y decidieron que la Humanidad… ¡eran ellos!
Se adjudicaron los roles de conducción y decisión, se reservaron los espacios de pensamiento e investigación, asumieron su condición de seres humanos únicos e irrepetibles, líderes del orbe conocido y de los mundos que pudieran descubrir.
Toda la naturaleza a su servicio: el cosmos, el suelo, las aguas, plantas, peces y pájaros, los animales en general y… las mujeres. Esos seres “inferiores” destinados a satisfacer sus necesidades físicas, alimentos, cuidados de limpieza y salud y la reproducción. La prolongación de la especie, un imperativo atávico grabado en los genes de todo ser vivo.
La Humanidad (de los hombres) multiplicándose para formar ejércitos de dominación, hijos varones que concentraran el poder económico, hijas mujeres que siguieran el ciclo atendiendo a varones y reproduciendo la especie.

La Humanidad (de los hombres) que avanza en territorios desconocidos, que coloniza, investiga, hace ciencia, hace guerras, y las mujeres que curan, que miran, que aprenden, sugieren y nadie las cita, y todos las ocultan y están en las sombras.
La Humanidad (de los hombres) que decreta educarlos para que sean líderes, que sepan administrar, concentrar poder, dirigir, hacer leyes… y ellas, las mujeres, cuidar el fuego del hogar, y el alimento, material y espiritual y parir, parir, hijos para la guerra y para conducir, y parir, parir, hijas para atender y servir.
Esas mujeres, paridoras de hijos, cuidadoras de enfermos y ancianos, entronizadas por su valor cercano al de la Virgen, pero indigno de devoción alguna, porque se reduce al deber impuesto por la Humanidad (de los hombres), no se rebelan, no lo advierten, creen en su misión trascendente, según el relato de los hombres…

(*) (*) Abogada-ensayista. Autora del libro Ser mujer en política

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