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Pérdidas irreparables

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Por Elba Fernandez Grillo (*)

Hace días que intento escribir y no puedo; creo que mi humanidad está tan dolida que le cuesta entender qué cosas nos están sucediendo como sociedad para que el valor de la vida esté tan depreciado.
Haciendo uso del tiempo de feria judicial fue cuando aconteció el triste episodio de los rugbiers en Villa Gesell y las imágenes televisivas de los padres del chico fallecido son desgarradoras. Ahora que este caso tiene tanta vigencia por efecto de los medios hay que reconocer que hace tiempo vienen sucediendo hechos similares: violentos, intolerantes, desproporcionados, entre personas que parecen no se reconocen como tales.
Y, más aún, personas jóvenes, muy jóvenes. Siento que no me alcanza como única respuesta el consumo de sustancias que les alteran la capacidad de pensar y sentir. Debe de haber algo más en la construcción de estas sociedades individualistas, exentas de solidaridad, desprovistas del concepto del “otro como diferente” pero igual como ser humano.
Y por efecto de lo que Freud denominó las asociaciones, este triste hecho me trajo a la memoria una y otra vez otro caso, el de la muerte de una joven por acción de la conducta irresponsable y temeraria de otro, que fue mediado hace un año en el Centro Judicial de Mediación.
Dos hermanas, de 10 y 15 años, regresaban del colegio en una zona de Unquillo -donde las veredas no están bien delimitadas e incluso son de tierra- cuando un joven que conducía a alta velocidad las atropelló. La mayor murió casi en el acto y la menor sufrió lesiones de consideración en ambas piernas.
El caso llegó a las audiencias de mediación porque los padres reclamaban en el fuero Civil y como parte del procedimiento de etapa previa al juicio, el resarcimiento por el daño causado.
Por respeto a ellos y porque fue un pedido expreso de los abogados, los padres de la joven y el conductor no estuvieron juntos en la sala. Es decir, se trabajó en audiencias privadas. Primero escuchamos a los padres de las chicas; quien más habló fue la madre.
Terrible relato, desgarrador, pero creo que lo más grave fue cuando narró que quien las atropelló no las auxilió, no llamó a un servicio de emergencias, no se acercó a ver cómo estaban. Más aún, se fue a un negocio de comidas rápidas y almorzó. Pero como hoy la tecnología presta una ayuda enorme a la Justicia, mediante las cámaras de seguridad y las filmaciones de celulares que grabaron el accidente e infinidad de pruebas que lo incriminaban, apenas pudo terminar su hamburguesa cuando fue detenido.
Después de escuchar todo eso nos esperaban en otra sala el joven conductor y sus padres. Fueron ellos quienes nos contaron de su preocupación por este siniestro, que además no tenía cobertura de seguro, de la detención de su hijo por varios meses por el abandono de personas y de su amargura por la muerte de la jovencita. Pero cuando el joven tomó la palabra fue categórico: su única preocupación era que iba a perder el vehículo; es más, nos miraba desafiante sin ningún atisbo de malestar o culpa o arrepentimiento por el daño causado a esta familia y por haberle quitado la vida a una persona, una adolescente de 15 años. Intentamos los padres y nosotras hacer una reflexión, una valoración de los hechos como experiencia, un intento de aproximación a la familia de la jovencita para pedir disculpas, algo, pero fue imposible.
Hicimos con mi compañera mediadora algunas intervenciones a los fines de saber sí existía alguna posibilidad de ofrecimiento de reparación moral y/o económica y nos contestó que no. Además, era mayor de edad y por lo tanto responsable penal y civilmente.
En estos casos es muy difícil negociar una opción: no hay dinero, no hay compañía de seguros, no hay arrepentimiento. Despedimos al conductor y sus padres y permanecimos un rato más con los requirentes, los padres de las jóvenes, tratando de empatizar con ellos, y desde esta humilde posición de mediadoras contenerlos y acompañarlos en esta etapa. En estos casos intentamos, al menos, poner un poco de humanidad ante tanta deshumanización. Buscamos empatizar con palabras y gestos afectuosos y mostrarles que los entendemos, que también nos duele este presente violento e irresponsable porque además de mediadores somos padres, madres, abuelos.

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