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No hay peor ciego que el que no quiere ver

Por Elba Fernández Grillo * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Por Elba Fernández Grillo*

Debo reconocer que me encantan los refranes, que tienen eso de expresar un concepto en pocas palabras: “Más vale pájaro en mano que cien volando” o “en casa de herrero cuchillo de palo”. ¿Para qué decir más? “A buen entendedor, pocas palabras”.
Así navegaba en mis cavilaciones cuando vino a mi mente una mediación o varias mediaciones con el mismo o parecido nudo conflictual, en las cuales prestaciones alimentarias que debían ser abonadas por mujeres no se cumplían. Y aquí apelo a otro refrán: “Ley pareja no es rigurosa”.
Todos somos testigos de cambios que están produciéndose en nuestra sociedad, con los que legitimamos el derecho a la igualdad de sexo, de oportunidades, de remuneraciones, etcétera.
Que la diferencia esté en la capacidad, honestidad y en el conocimiento hará de ésta una mejor sociedad, pero también hay que decir que así como los mediadores familiares trabajamos mucho intentando que los padres comprendan su deber de asistencia al otro progenitor en el sostenimiento de los hijos, debemos trabajar para que las mujeres aporten la cuota correspondiente cuando los hijos están a cargo del padre.

A veces, por ser ésta una situación menos frecuente, siento que no estamos trabajando lo suficiente en esta toma de conciencia para que el padre exija esta obligación y la madre haga el esfuerzo para poder cumplirla. Permanece aún en nuestras mentes el concepto de “padre proveedor”.
Ezequiel y Milagros fueron un ejemplo de esta situación. La mediación fue solicitada por él con el fin de poner por escrito -según sus palabras- lo que tenían acordado. Ambos son padres de dos hijas mellizas de seis años. Milagros se había enamorado de otro hombre y dejó la casa y las hijas al cuidado del papá.
Ezequiel trabajaba como gerente de un banco con mucha carga horaria, pero tenía colaboración de su familia y también contaba con la ayuda de una persona que conocía a las niñas desde su nacimiento.
Milagros expresaba que muchas veces las hijas no querían estar con ella si el encuentro se producía en la casa que compartía con su nueva pareja. Sí aceptaban estar con su mamá en la casa de los abuelos maternos.

Ella también manifestaba que su trabajo como reikista le generaba muy pocos ingresos y por lo tanto no podía contribuir. En este punto debo reconocer el inmenso aporte que hace el psicoanálisis a la comunicación humana, porque lo que Milagros decía estaba despojado de todo sentimiento de culpa o vergüenza. La construcción de su narración, sus interrelaciones, sus silencios -por eso valoro el psicoanálisis- nos mostraban a una mamá que, además de ser absolutamente ignorante de sus deberes de asistencia a sus hijas, estaba desconectada del día a día de las nenas.
Los mediadores familiares contamos con lo que escuchamos, por un lado, pero también con lo que vemos, es decir las actitudes, las emociones, los gestos de las personas que tenemos frente a nosotros. Todos estos elementos constituyen lo que nos permite elaborar una hipótesis de trabajo.
Finalmente Ezequiel, quien aceptaba sin reclamos la situación, acordó el aporte de Milagros como “una cuota simbólica y un plan de parentalidad bastante flexible”.

Y como también en el proceso de diálogo que se establece en una mediación se filtra nuestra manera de ser, de pensar, de sentir, aunque tengamos gimnasia en la imparcialidad, siento que hay que profundizar el trabajo con estas mamás que deben hacer el esfuerzo de ayudar, tanto para fortalecer el vínculo con los hijos, como el económico con el otro papá. ¿Por qué los hombres no reclaman por estos derechos como lo hacen las mujeres? Porque ellos también son parte de esta sociedad que aún tiene el mandato de “padre proveedor”.
Pero nosotros, mediadores familiares, conocedores de los derechos de los hijos, de las obligaciones de los padres, debemos profundizar nuestro trabajo con las partes incumplidoras. La mediación familiar es, además de un espacio de negociación -como toda mediación-, un tiempo para el trabajo de reflexión.
No es nuestra tarea crear un espacio terapéutico pero sí contribuir con intervenciones que ayuden a las personas a replantearse y a aprehender cuestiones que conllevan el cumplimiento de deberes de coparentalidad.
Finalmente recordé, pensando en este acuerdo, otro refrán y ojalá esta mamá “no borre con el codo lo que escribió con la mano”.

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