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Mi mejor mediación “sin acuerdo” (I)

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 Por Nora Virginia Carranza *

Es sabido que muchas veces el parámetro utilizado para medir la “eficacia y calidad de los mediadores” suele ser la cantidad de acuerdos a los que han arribado.
Evidentemente es necesario contar con elementos objetivos para efectuar dicha medición; yo entiendo que no necesariamente el hecho de que un mediador haya logrado que muchas personas “firmen acuerdos de mediación” lo convierte en un buen mediador (o al menos, no sólo por eso), porque puede tratarse de alguien que presione a las personas a acordar sin preocuparse por la calidad de los acuerdos y su sustentabilidad en el tiempo
Si entendemos la mediación como un “proceso”, podemos decir -sin temor a equivocarnos- que nunca “entramos” y “salimos” de una mediación sin que se haya producido un cambio tanto en las partes como en el mediador, aunque no se firme ningún convenio. Por ejemplo, puede ser que no sea posible acordar porque la solución depende de un tercero o de circunstancias ajenas a las partes. Pese a ello es posible que la mediación las haya ayudado a ver la situación desde otra perspectiva o a pensar otras vías de solución o que les haya permitido relacionarse de otra manera o que hayan podido entender la postura de la otra parte, etcétera.
Dentro de este contexto, puedo afirmar que mi mejor mediación, vista desde afuera y con la lupa del “acuerdo o no acuerdo escrito”, fue “sin acuerdo”, es decir, si me miden con esa vara, no fue un buen trabajo porque no “obtuve resultados” (al menos los que se suelen esperar)
El caso: nos llega por derivación del Juzgado Civil en el marco de un juicio de Daños y Perjuicios.

Tengo en la mesa a Petrona, de ocupación enfermera de un hospital público, mamá de Juan (quien falleció a los 23 años en un accidente automovilístico en circunstancias en que circulaba en una moto), acompañada de su letrado, el Dr. Agüero; a Fernando, de 21 años, conductor de una camioneta y sus padres Andrea y Pedro, quienes fueron citados al juicio en su calidad de propietarios de la camioneta que conducía Fernando, acompañados del abogado de la compañía de seguros, el Dr. Contreras. La verdad es que siempre me he preguntado sobre la conveniencia de que sea el abogado de la compañía de seguros quien a su vez defienda al asegurado en los casos de juicios de daños y perjuicios por choque, porque en muchos casos una advierte que existen intereses contrapuestos (por ejemplo, la parte necesita arreglar para no tener un proceso judicial pendiente por razones personales, o laborales, y a la compañía ello no le conviene porque no “le cierran los números” o no es el momento adecuado).
Previo a iniciar el trabajo en este tipo de casos, siempre les pregunto si pueden estar juntos, o si necesitan que comience individualmente con cada parte. La idea es hacer en conjunto el encuadre de trabajo y pequeños acuerdos sobre el procedimiento, para que todos cuenten con la misma información, ya que puede ocurrir que la parte que se vio relegada al segundo turno se sienta en inferioridad de condiciones frente al que comenzó primero y piense que la otra parte “me contaminó” con su discurso. Estuvieron de acuerdo en comenzar juntos.

La situación era realmente dolorosa para ambas familias. Aquí no es tan importante la mecánica del accidente sino el estado emocional en el que se encontraban las partes. Sólo es necesario saber que se produjo un accidente entre la camioneta conducida por Fernando y la moto conducida por Juan y como consecuencia falleció Juan.
Ambas familias estaban destruidas. A Petrona se le murió un hijo de 23 años pero Fernando estaba muerto en vida. Luego del accidente no pudo manejar más por la impresión que le había causado el hecho de haber matado a una persona por más que haya sido accidentalmente. Por tal motivo perdió su trabajo, dejó sus estudios y se encontraba en una depresión profunda de la que no podía salir pese a la ayuda profesional. Los padres estaban desesperados por no saber cómo ayudar a su hijo. Los tres necesitaban moralmente reparar de alguna manera el daño. Ninguna de las dos familias pudo volver a circular por la esquina donde se produjo el accidente a pesar de que era un lugar por el que necesariamente debían pasar para sus actividades habituales. Preferían hacer un rodeo mucho más largo. Para los abogados, por supuesto, sólo se trataba de una cuestión de números. (Continuará)

* Abogada, mediadora

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