Marianela, ¿a vos quién te comprende?

Pablo Quintanilla explica en La comprensión del otro (2019) que comprender es encontrar conexiones -lógicas y causales- entre nuestros estados mentales y los de la otra persona, lo que es propiamente compartir parte de su subjetividad; ver por un momento las cosas como creemos que -la otra persona- las está viendo y se está viendo. ¿Suena a la idea de empatía, no? Luego de pensarlo, prefiero quedarme con la idea de Pablo, que incluye la empatía como uno de los elementos a considerar en el proceso mental de comprender a otro ser o criatura. Otra idea que suele estar asociada a la comprensión es la interpretación. Para el referido autor dicho concepto alude “al conjunto de estrategias que empleamos para comprender a alguien, de manera que la comprensión sería el objetivo al que apuntamos mientras que la interpretación el medio o instrumento para ello”. 

He visto este fenómeno de la comprensión aparecer de manera ostensible en tres casos, cuya particularidad fue tener como denunciada a la misma persona -la llamaremos ficticiamente “Marianela”- en tres hechos similares con tres afectados diferentes. Cada uno ocurrió en momentos distintos. Estas tres personas involucradas, luego de haber transitado el proceso de mediación, llegaron a comprender a Marianela y a decidir la no continuidad de las acciones penales en su contra.

La comprensión es un proceso sumamente complejo cuando se lo analiza de manera pormenorizada. Parto del supuesto de que en el espacio de mediación esperamos que las personas se comprendan, lo cual es una tarea que requiere un esfuerzo que no todas están dispuestas a hacer. Al decir de Quintanilla, a veces se confunde este proceso con el de explicar o el de entender, a pesar de que son bastante diferentes entre sí. Por ejemplo: en la mesa de mediación alguien podría exponer de qué se trata algo o por qué ocurre, intentando desplegar una descripción de un fenómeno, una situación o una acción/omisión, más ello no implica en sí mismo el efecto de la comprensión. Incluso el destinatario de esta información podría entender lo que se comunica, y en ese sentido elaborar una estructura que dé sentido al fenómeno. Sin embargo, comprender es más que eso. ¡Vaya tarea que tenemos las personas mediadoras! 

Volviendo al caso testigo, el primer paso que decidieron las partes fue darse la oportunidad de compartir un espacio en el cual se explique lo que pasó, claro está, desde la perspectiva de la persona ofensora. Esto ayudó a los afectados a incorporar información que no tenían o la tenían de manera dudosa; implicó para la persona afectada imaginar -con aquellos datos- algo del significado y de la valoración que confirió a sus propias acciones y a los acontecimientos del mundo -lo que sucedió en dicho momento-. De esta manera, explica nuestro autor de referencia, la intérprete intenta proyectar en la otra persona parte de su propio sistema de estados mentales interconectados.

Lo interesante de este proceso es que asumimos que el agente en cuestión tiene las mismas creencias y deseos que nosotros creemos que tendríamos si fuéramos él/ella y estuviéramos en las mismas circunstancias en que creemos que él/ella está; que actuaría básicamente de la manera como nosotros lo haríamos si fuéramos él/ella; que atribuiría, en líneas generales, los mismos significados que nosotros atribuiríamos a las palabras ante los mismos contextos y así seguiría la lista. Sin embargo, dice Quintanilla, después de hacer estas atribuciones, seguramente reconoceremos que parte de su comportamiento no es coherente con nuestras expectativas originales o, lo que es lo mismo, que nuestras atribuciones no nos permiten predecir o hacer inteligible su comportamiento. He aquí el rol del mediador: ayudar a las personas a hacer inteligible lo que no puede serlo a primera vista, ¿cómo? a través de las preguntas u otras intervenciones. El efecto que se promueve, de no darse naturalmente del lado de las personas, es que la parte descubra el sentido que atribuyó -a determinada acción u omisión- y si hay o no posibilidad de asignar uno nuevo al comportamiento de la persona ofensora. Dice el autor que para ello será necesario poder producir mejores atribuciones, que den lugar a nuevos comportamientos. El escenario de la mediación es propicio para generar el proceso dinámico de comunicación entre los interlocutores.

Volviendo a nuestro caso, llevado a cabo el intercambio entre partes (en las tres situaciones) y habiendo podido generar nuevas atribuciones a los comportamientos iniciales con los cuales se conocieron -en sentido literal: el hecho del hurto-, aquellas fueron capaces de comprenderse y salir del espacio de mediación con una tercera realidad, incluso más satisfactoria. Me pregunto: ¿qué hacemos si, aun en este recorrido de las etapas, no se produce la comprensión en efecto? Por lo pronto, ¡no frustrarse!, e invitarnos a seguir repensando nuevas o creativas intervenciones para facilitar la comunicación, tal que permitan a las personas transitar nuevos espacios que contribuyan a agigantar los estados mentales con los que llegan y circulan por la “mesa” de Mediación y por la vida misma.

* Mediador penal