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Manuel Sadosky increpa a los argentinos

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Ha concluido una de las etapas más oscuras de la Argentina. La libertad de pensamiento fue apenas un espejismo y se ejerció con fiereza la censura a quienes se atrevieron a ejercer la sana crítica, derecho protegido por la Constitución Nacional. A lo que se sumó el ejercicio del gobierno y del poder con espíritu monárquico. Falto sólo que, para justificar los excesos, se dijera que gobernaban por “la gracia de Dios”.

Para recuperar la calma y el tiempo perdido es menester buscar el justo medio de todas las cosas; encontrar apoyos -los mismos que buscaba Arquímedes- para reemprender la gran marcha. Los cimientos de la educación, repetía hasta el cansancio el querido e inolvidable Manuel Sadosky (MS), están hechos de trabajo, de educación, de cultura, aunque con el trascurso del tiempo se hayan perdido cosas y se haya producido un vuelco preocupante, un abandono atroz, en las decisiones del Estado; confundiendo lo instrumental con el análisis científico y las herramientas con lo pedagógico.

La Argentina -explicaba el maestro en un antiguo reportaje de Lena Burtin- “se caracteriza por la discontinuidad. En 1930, cuando se perdió el régimen democrático electivo que se había ganado en 1912 con la ley Sáenz Peña, comenzó un período de discontinuidades.

Proyectos que empezaban y no terminaban, para volver a empezar con otros criterios. Esto empezó en 1930 y después de golpes militares sucesivos y gobiernos dictatoriales, llegó un gobierno democrático y de nuevo lo voltearon.

En 1958 empezó a funcionar el Conicet, siguió el gobierno de José María Guido y después el de Arturo Illia. Y en 1966 se intervino la universidad con aquel episodio que recordamos como ‘la noche de los bastones largos’. Hubo un éxodo de profesores, así que lo que se había logrado para el progreso de las ciencias, se perdió.”

El doctor Sadosky -matemático y padre de la computación en Argentina- sintió el país como pocos. Ninguno de sus detractores rindió tantos y tan patrióticos servicios. MS advirtió de que Argentina recorría un sendero errático. La recuperación de la democracia en 1983 no alcanzaba, aun cuando esbozaba un nuevo paradigma e intentaba sentarse entre las naciones más importantes del mundo. Fue el tiempo de los liliputienses y su máquina de impedir, que fomentaron nuevas discontinuidades: el trabajo serio fue degradado desde el seno del mismo Estado. Todo se perdió “porque el tiempo trabaja en forma desfavorable y tenemos tanta cosa rutinaria en el campo, en la agricultura, en la salud pública. ¿Cómo puede tener cólera un país si no hay alguien que beba agua con detritus? El cólera no es una maldición bíblica, es simplemente la ausencia de agua potable, de desagües cloacales.

En todas las especialidades nuestro país tiene alguien `muy bueno´, pero en materia de agua parece que no”.

Azorados por su diagnóstico, nos preguntamos qué hacer. El viejo maestro hizo un largo y acabado inventario de los males y claudicaciones argentinos. Advirtió, a pesar del desánimo general, de que las soluciones están al alcance de la mano. Siempre y cuando se tenga coraje de enfrentarlos; de asumir como propio el compromiso de revertir los conflictos porque hay recursos humanos suficientes.

“Gente que sabe, pero lo principal es que las máquinas se compran hechas y lo malo es que como son tan de avanzada puede suceder que se trate de máquinas que acá no sean suficientemente controladas. Los controles de calidad empiezan por estar mal desde la escuela primaria. Un chico puede terminar primer grado sabiendo leer y escribir pero, si no sabe, en muchos casos igual pasa de grado.

Hay ideas pedagógicas tan absurdas que existen quienes creen que es más importante que el niño siga con sus compañeritos a que sepa leer y escribir. Esto significa que no hay rigor intelectual. Lo que no está bien, no está bien y hay que pararlo y corregirlo, hay que rectificarlo. Y eso se puede hacer perfectamente; por algo tenemos la mejor tradición educacional de América Latina. Pero cuando en 1988 quisimos hacer el Año de Sarmiento, la Cámara de Diputados de la Nación se negó a formalizar esa declaración. Eso basta. Creo que en ese entonces el presidente del bloque justicialista era José Luis Manzano. Se opuso a que se llamara Año de Sarmiento, como se había llamado a 1950, año de San Martín. Eso es toda una definición, una sintética y dramática definición.

Hay una película reciente cuyo título domina nuestra realidad: De eso no se habla. Y entre los temas de los que no se habla, está el de los científicos que se van del país. Esa gente encuentra todo resuelto en otros ambientes; la comprensión profesional, el pago, la vivienda, la educación para sus hijos. Es probable que sus hijos y nietos nunca lleguen a aprender la lengua española, que es una de las hermosas del mundo”.

Éste es el Manuel Sadosky que admiramos; el ciudadano comprometido que increpa y pregunta acerca de la tragedia argentina de la que todos somos responsables.

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