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Malala, Kailash, Sarmiento, el papa y nosotros (IV de IV)

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Relajados los niveles de exigencia -por decisiones políticas erráticas- en un desconcierto creciente, con normativa que se modifica con demasiada frecuencia, las chicas y muchachos egresan, en un importante número de casos, sin leer de corrido y, en consecuencia, sin lectura comprensiva ni análisis crítico, lo que los arroja al fracaso en un mercado laboral acotado y pretencioso.

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La familia sigue confiando en la promesa de la escuela, en la educación como un bien en sí mismo y migra de la escuela pública y sus conflictos a la escuela privada. Las esferas responsables no advierten que lo que corresponde es fortalecer la escuela pública, garantizando el banco a cada niño o niña, y se llega al cinismo facilista de afirmar que quienes acuden a la escuela privada lo hacen porque tienen mejores ingresos. En dicho razonamiento se admite la desvalorización de la escuela pública y se consiente que los que menos tienen queden reducidos a un espacio de contención en lugar de aprendizaje, con docentes que desarrollan una epopeya cotidiana.

Quienes creemos en la libertad sabemos que sólo la educación posibilita el pleno ejercicio de ella, con adecuado discernimiento y comprensión. El deterioro del sistema educativo deja desprotegidos a sus destinatarios, quienes se convierten en presa fácil de abusos de todo calibre, como las redes de narcotráfico que los cooptan para su mercadeo y consumo, iniciándolos en una camino de autodestrucción y delito, en una suerte de contracultura en la que la vida de cada ser humano tiene escaso valor y los sobrevivientes de cada grupo sienten el ánimo de venganza en un inacabable torbellino de violencia.

Otro de los riesgos que enfrentan, sin la capacidad de análisis necesario para evadir el peligro o combatir su consumo, es la trata de personas, entendiendo por tal “el comercio de seres humanos con fines de explotación sexual, laboral, militar, mendicidad, ventas de órganos y tejidos, embarazos forzados, vientres de alquiler, sectas religiosas, etcétera, cuando mediare engaño, fraude, violencia, amenaza o cualquier medio de intimidación o coerción, abuso de autoridad o de una situación de vulnerabilidad (…) aun cuando existiere asentimiento de la víctima.”

Es así que las estadísticas nos ilustran que 95% de las víctimas de trata sufre violencia física y sexual; 43%, en su mayoría mujeres, son forzadas a la prostitución; la mayoría de las víctimas tiene entre 18 y 24 años. La cantidad de mujeres jóvenes, niñas y adolescentes desaparecidas en estas organizaciones y aquellas pocas rescatadas, aparecen como punta del iceberg de una realidad que reviste una gravedad inusitada.

El papa Francisco, en la certeza de la globalidad del problema de trata de personas, que excede a gobiernos y países, y consciente asimismo de la capacidad de trabajo del tercer sector, sumado a los agentes de cambio naturales de cualquier paradigma social que son los jóvenes, destinó tiempo y dedicación a la problemática y avisó que “Esta es una época cuando la persona humana es un objeto y termina siendo material de descarte (…)Gracias por comprometerse (…) Comprometerse es dar la vida (…) y jugarse es dar la vida”.

En el reciente Simposio de Jóvenes contra la Prostitución y la Trata, realizado en el Vaticano, coorganizado por la iglesia Católica, la ONG cordobesa Vínculos en Red y la Global Freedom Network, participaron 80 disertantes y observadores de 30 países, arribando a dos exigencias básicas para erradicar estos flagelos: es necesaria la EDUCACIÓN y que el ESTADO SE HAGA CARGO DE SUS OBLIGACIONES.

Razón por la cual los jóvenes católicos recomendaron que el Estado no se ausente de sus responsabilidades mediante la estructuración de programas de capacitación con funcionarios capaces de sensibilizar al personal que trabaja en instituciones de procuración de justicia y las fuerzas de seguridad. Proteger los Derechos Humanos es brindar la asistencia necesaria a las víctimas de la prostitución y la trata de personas. Resulta, entonces, fundamental que los Estados asignen, de manera concreta y efectiva, recursos económicos y partidas presupuestarias para la prevención y lucha contra la prostitución y la trata de personas.

En definitiva, por todas las razones expuestas a lo largo de este encuentro, concluimos que nuestro país necesita muchas Malalas, muchos Kailashs, muchos Reformistas del 18, muchas ONG Vínculos en Red, La Alameda, muchos Sarmientos, mucha honestidad y mucho compromiso de cada ciudadano para que la educación vuelva a ser el escudo protector contra el abuso, la explotación, la trata, y para que cada uno pueda ejercer y demandar los derechos que tiene como ser humano.

(*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política.

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