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Los niños, alma mater de la mediación familiar

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Por María Lucrecia Gambone *

Existe un preconcepto, el cual supone que invitar a los niños a mediación implica otorgarles a ellos la total decisión acerca de algún tema familiar y específico que les concierne. Y es acertado aclarar que ésta no es la finalidad de la participación de los niños en este proceso.
Por otro lado, es válido precisar que el rango de edad que abarca a la niñez es amplio y por esto mismo no son equivalentes las convicciones -y consecuencias de éstas – que puede tener un niño de tres años con las de otro pequeño de diez. Algunas cuestiones que al niño le pueden parecer convenientes con su edad, pueden dejar de serlo cuando sea mayor. Y, por eso, los padres son quienes los representan en cuanto a las decisiones fundamentales se refieren. Como bien sabemos, los hábitos se crean desde pequeños y es función de los mayores generar y mantener en sus hijos, aquellos que sean más saludables a nivel general.
Cuando se los convoca a la mediación se les otorga la «voz» para que comuniquen sus opiniones. Pero esto no implica que decidan lo que ellos quieren hacer (aunque finalmente eso podría suceder). Su participación en la mediación tiene la finalidad de integrarlos a la dinámica familiar, porque de hecho ellos son parte activa de ésta. Además de eso, la mirada y percepción de cada integrante respecto a su propia familia agrega datos en calidad de información pertinente y en calidad de una diferente variable que refleja una singular manera de vivenciar la familia.
Cuando el niño opina en la mediación, no lo hace en el afán de tomar decisiones sino que lo que el niño expresa también puede tener un gran significado para los demás integrantes de la familia, que en su hogar y entorno familiar no se han tomado el tiempo de escucharlo. Tal vez, por ejemplo, puede suceder que los padres o hermanos mayores se den cuenta de que el niño está sufriendo más de lo que piensan. Puede suceder también que el niño, al ser consultado acerca de sus preferencias, ofrezca a su manera una nueva opción para la resolución de algún tipo de problema en la familia. Inclusive, esto puede llegar a sorprender a los mayores, tal como nos pasa hoy en día al conversar con un pequeño. ¿Cuántas veces nos quedamos con la boca abierta al escuchar a un niño? ¿Cuántas veces nos sorprendemos al darnos cuenta de que a muchos temas los tienen más que en claro? ¿Cuántas veces nos sorprenden cuando con su mirada simple y espontánea nos dicen lo que hay que hacer? ¿Cuántas veces nos sorprende su integridad al opinar?
Y esto ocurre porque siguen siendo personitas simples y naturales que aún no están viciadas con broncas y rencores. Son personas que aún tienen la esperanza de que las cosas pueden cambiar. Porque un niño, cuando tropieza, no se fija con qué tropezó sino que se levanta y mira hacia adelante. Con la seguridad de que si alguna otra caída sobreviene, también se levantarán. Los adultos cargamos recuerdos, cálculos mentales y broncas, que ellos aún no tienen. Y tendemos a registrar la piedra que nos hizo caer y descargamos el malestar en dicho elemento.
Si bien ellos no toman las decisiones, su «simple» opinión puede ser exactamente lo que al resto de la familia le hacía falta escuchar. En medio de una separación, cuando el ambiente familiar está caldeado, es casi inimaginable detenerse a escuchar al niño. La escalada es siempre entre los mayores y la opinión de éste ser inocente pero muy sabio puede ser la meseta en esa escalada del conflicto.
Por eso, citar a un niño a la mediación tiene gran relevancia y su aporte puede ser la base fundamental como para «bajar un cambio» en el conflicto. Cuando hay hijos, la familia no es el papá y la mamá: son los hijos, el papá y la mamá. Y cualquier decisión tomada por una de las partes va a afectar a todo el sistema familiar.
Desde el lugar de mediadora he escuchado muchas veces a colegas decir que no se sienten listos para intervenir con niños o realizarles preguntas. Y destaco su prudencia y respeto en la materia. Sin embargo, mi humilde visión de este tema me lleva a decir que no deberíamos ver a los niños como pequeños inalcanzables y extraños. Todos fuimos niños, todos pasamos por esa etapa tan especial que es la niñez, sólo basta con bucear adentro nuestro y trabajar a la par con los pequeños. Si ellos hablan con su corazón y emocionalidad, esa misma es la técnica para conversar con ellos: hablarles desde nuestro ser más genuino, sin anticipar respuestas, abiertos más que nunca con una escucha activa, porque es en este momento cuando podemos encontrarnos con el corazón de la familia.

* Lic. en Comunicación Social, mediadora

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