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Los inventores cordobeses y el saxofón

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La vida de Adolphe Sax, considerado el padre del saxofón, tiene mucho más de enseñanza de lo que a simple vista puede pensarse. Hace pocos días, Google reconoció con un doodle alusivo su importancia para la música y los inventos.

A este belga que ideó uno de los instrumentos que luego resultarían claves para engendrar géneros como el jazz, su genialidad no le vino de un repollo, como quien dice. Su padre, Carles-Joseph, era arquitecto, ebanista y aficionado a la música. Su instrumento favorito era un antecesor de la tuba denominado serpentón. De hecho, imposibilitado de comprarse uno, se fabricó el propio de modo autodidacta.

Su hijo no sólo heredó esa inquietud creadora sino también el talento para explotar lo inventado. Patentar y comercializar el saxofón en 1846, en París, le permitió un mucho mejor nivel de día, pasando de vivir en un cobertizo junto al Sena a una amplia casa. A la par de dejar su huella en la historia de la música por su genio creativo.

En principio, inventar, crear, implica nada menos que tener sueños, ambiciones y buscar concretarlas. Y como resultado, la posibilidad de no sólo conseguir un importante logro personal sino brindar a la sociedad algo nuevo y útil, que haga más fácil alguna tarea o permita hacer otras nuevas.

Tal labor inventiva, por tanto, resulta una de las mejores manifestaciones de nuestra naturaleza humana. Muestra uno de los mejores usos de la racionalidad del “homo sapiens”: su carácter creador.

Sin embargo, tanto a nivel normativo como educativo, dicha faceta no se halla promovida o fomentada. La ley nacional Nº 24481, modificada por la ley Nº 25859 de Patentes de Invención y Modelos de Utilidad, sólo regula lo concerniente a su registro y protección, careciendo de acciones de fomento.

A más de ser una cuestión central lo mejor de nuestra naturaleza humana, inventar tiene un directo correlato con el desarrollo económico y social.  Lo que demuestra el tremendo poder del conocimiento y la crucial importancia de tomarlo en serio.

Todos los países con las economías más fuertes y sociedades con altos niveles de vida tienen una alta tasa de solicitudes y concesiones de patentes. De acuerdo con los datos de la World Intellectual Property Organization, en el año 2013 (los más cercanos que pudimos conseguir) Japón logró el primer puesto tanto en solicitudes de patentes como su otorgamiento, muy por encima de Estados Unidos, que ocupó el segundo puesto. Corea del Sur, Alemania o Suiza integran dicha lista. La única excepción -pero no tanto- la da China, que en tal año se ubicó en el tercer puesto de patentes solicitadas y quinto de concedidas.

Si bien su nivel de vida al presente no puede compararse con Japón o Corea del Sur, corre a pasos adelantados a lograrlo en el futuro.

Todas estas razones nos llevan a pensar si no es tiempo de repensar el espacio que en lo social, educativo y políticas estatales de fomento damos a los inventores y al acto de querer inventar algo. Existen incubadoras de empresas pero no de inventos. Se dan facilidades en parques industriales pero carecemos de una infraestructura homóloga para favorecer las invenciones. La materia poco y nada se ve en los programas escolares.

Estamos desperdiciando, dejando de hacer producir, mucho talento innato que existe en nuestra sociedad. Perdidos como casi siempre en la coyuntura, no vemos aquellas cosas que pueden hacernos dar un salto cualitativo como colectivo, en más de un sentido.

* Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. **Abogado, magister en Derecho y Argumentación Jurídica

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