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Las Canarias, el nuevo destino de la eterna tragedia africana

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Sabemos que la “África negra» se desgarra. Desde 1989 nuestra cancillería se ha desentendido, como el resto de Occidente, del exterminio, del genocidio que está sucediendo ante los ojos del mundo.

No es casual que ello suceda. El despertar racista de los argentinos espanta y nadie se atreve -desde los estrados judiciales y políticos- a ponerle el “cascabel al gato”. 

Todos sueñan con volver a contar con un esclavo propio. Solo basta con observar con ojo crítico la estructura estamental de las barras bravas o la decisión de la burguesía nacional de utilizar y manipular al prójimo, para que se torne verosímil nuestro aserto. 

Desde los comienzos mismos de la humanidad, África fue territorio apto para la caza de esclavos a los que explotaron hasta la extenuación. 

El paso del tiempo no mejoró su situación. Las religiones discutían sobre su naturaleza humana y emitían documentos que “abrían la temporada de caza” en favor de los nuevos dueños del poder.

Millones fueron los esclavos que se extrajeron del continente negro en beneficio de la América colonial. Tráfico infame que llenó de dinero las arcas de todas las potencias coloniales que extendieron su zarpa sobre nuestro continente. Las guerras de la independencia, en lo jurídico, tendieron un manto de humanidad. Declararon la libertad de vientres que, en la práctica, nunca ocurrió. Las iglesias se transformaron en los nuevos grandes traficantes. Desoyeron las determinaciones de las autoridades civiles y abolieron, para los negros, los pobres y zaparrastrosos del mundo, el derecho de asilo en los templos.

África se convirtió, en la Conferencia de Berlín, en una mesa de arena en la cual Europa se repartió el continente. División de un territorio explotado por los imperios del planeta, que saquearon su riqueza material y humana. 

El abandono de las colonias y el establecimiento de un nuevo orden internacional con la globalización como punta de lanza siguen dando el calado a un continente que por sí solo debería navegar por los mares del desarrollo y el progreso.

Miles de preguntas aparecen una y otra vez en la mesa de trabajo. ¿Por qué África? ¿Qué han hecho sus pobladores para quedarse con la peor parte de la miseria humana? ¿Dónde está el dios al que veneran los que pierden su vida en el intento de alcanzar su libertad?

A menudo llegan noticias de quienes arriban a las costas de Europa. Personas que huyen del horror, del miedo, de la miseria más absoluta, de la limpieza étnica, del hambre. Escapan de la muerte. 

La muerte segura envuelve los cientos de conflictos que se han generado después de una mala gestión en la descolonización del continente, realizada por países que son capaces de surcar el universo, hacer frente a las enfermedades más terribles y alcanzar la mayores cotas de desarrollo tecnológico.

No saben que les espera un horizonte tan cruel como el que han dejado. Que se transformarán en pasto de las fieras, en víctimas escogidas de los neonazis o de las organizaciones mafiosas que comercian con sus cuerpos a cambio de un mendrugo.

Las terribles guerras del siglo XX continúan en el XXI. Los beneficiarios son los mismos de siempre. 

Por eso, en forma reiterada, en este espacio hemos denunciado la más mortífera y despiadada de todas las guerras, también conocida como guerra mundial africana o guerra del coltán, que involucra a Congo, Uganda, Burundi y Ruanda. Guerra de la que somos cómplices todos los habitantes del mundo que perdemos la razón por tener el teléfono móvil de última generación o las pantallas más ostentosas en cada una de nuestras habitaciones o escritorios. 

No hemos olvidado ni por un instante las limpiezas étnicas, los genocidios con millones de muertos, heridos y desplazados. 

El debut del siglo XXI con el llamamiento a la yihad islámica del Estado Islámico promovido Boko Haram -anteriormente llamado Jamā’at Ahl as-Sunnah lid-Da’wah wa’l-Jihād (Grupo de la Gente de la Sunnah para la Predicación y la Jihad)- y los musulmanes más radicales han dejado un continente con conflictos de mayor o menor intensidad en Somalia, Nigeria, Libia, Sudán del Sur, Mali, Burkina Faso, Somalia, Camerún y otros. Todos ellos sumidos en la desesperación.

Un viejo paisano jordano, profundamente sabio, alguna vez dejó caer una pregunta para la que no encontré jamás respuesta: ¿Por qué en tantos países y durante tanto tiempo se enquistan los conflictos y resulta imposible resolverlos de una manera civilizada?

Nuestro amigo, mientras comía algunas semillas y corrían en sus manos las cuentas de un tasbih o masbaha, había cuestionado el orden internacional. Se preguntaba qué había hecho la ONU -después de las dos guerras mundiales- y si había cumplido el rol que le asignaron en la Carta del Atlántico las potencias que la parieron. 

Debía -decía indignado- contribuir a que el horror y la muerte de los conflictos quedaran minimizados y reducidos a la Historia. Pero solo de esa organización nació una poderosa burocracia internacional, aunque hayan surgido otras entidades que están realizando un gran trabajo para incorporar al desarrollo a los países más débiles o desorganizados.

Y volvemos a casa. ¿Cuál es la política permanente de la República Argentina para el África? ¿La charada organizada en Angola por la Secretaría de Comercio para regalar medias y “zoquetes» o promover La Salada como el modelo de industrialización de Argentina? 

Las instrucciones a los embajadores y encargados de negocios a los que hemos tenido acceso son un lamentable catálogo de contradicciones.

Insistimos por si no se ha entendido: ¿El cuerpo diplomático hace algo por llevar nuestra experiencia a los países con los que se relacionan o tienen asistencia perfecta a paradisíacas playas, como ocurre en Haití? ¿Qué pasa en África? ¿A qué se dedican los unos y los otros? Nadie lo sabe. 

¿Las embajadas y consulados de nuestro país están tapiados para asistir a los desterrados, albergar a los perseguidos políticos o canalizar la ayuda humanitaria? ¿Cuáles son los aportes del país en estas naciones en conflicto? ¿Qué programas de asistencia educativa y cultural aportamos para que consigan nuevas fórmulas de desarrollo que faciliten el establecimiento de gobiernos democráticos?

Mientras discutimos estas cuestiones contempladas en el derecho internacional humanitario los africanos huyen como pueden, a sabiendas de que pueden morir en el intento. 

El barco de la ONG Open Arms ha tenido problemas para dejar en tierra a personas recogidas en el Mediterráneo, quienes abandonan el continente africano porque no pueden más. 

Las mafias, en consecuencia, han cambiado sus rutas. Ahora, islas Canarias es el destino de estos exiliados de la miseria. 

Las autoridades de Palmas de Gran Canaria y de Santa Cruz de Tenerife están al borde de un ataque de nervios. No encuentran soluciones para soportar la marea humana que huye de un continente en llamas. 

Unos se han quedado sin familia, otros han perdido sus hijos, sus padres, sus mujeres, sus hombres. 

Huyen de la guerra, de la inseguridad de sus países en muchos casos con sangrientas dictaduras, de la miseria y de las enfermedades derivadas de tanto desatino. 

Sólo pretenden vivir en paz y libertad.

Comentarios 1

  1. Notable artículo. Verdades absolutas. África se desangra. El Occidente blanco es culpable principal. ¿Será que la hora de la justicia llega algún día?

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