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Las andanzas judiciales del padre de Robinson Crusoe

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Fue tan azaroso en su propia vida como el personaje que creó

Por Luis R. Carranza Torres

Todos conocen la historia de Robinson Crusoe. Algunos menos han leído la novela titulada originalmente La vida y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe, marinero de York. Pero pocos conocen la historia de su autor.
Daniel Defoe nació en algún día de algún mes entre los años 1659 a 1662. No se tiene mucha precisión al respecto. Hijo de un pequeño empresario, huérfano de madre desde los diez años, creció en una sociedad que no lo veía con los mejores ojos a causa de la religión: su familia era presbiteriana y no anglicana. Hechos que marcarían a cualquiera, como la fortísima epidemia de peste negra de 1665 o el devastador incendio de Londres del año siguiente -que sólo dejó un par de casas en pie en el barrio que vivía-, dejaron huella en él en su niñez.
Se lanzó a los negocios como su próspero padre apenas tuvo la edad. Pero, a diferencia de él, no se concentró en un solo rubro sino en varios, y en ninguno de ellos lo acompañó el éxito.
Fracasos varios y endeudarse más de la cuenta para comprar una casa de campo lo llevaron por primera vez a la cárcel. Eran los tiempos de la inefable institución de la prisión por deudas.
La situación financiera pareció estabilizarse merced al casamiento en 1684 con la hija de un acaudalado comerciante, Mary Tuffley, cuya dote fue considerable. De los ocho hijos de la pareja, sólo dos sobrevivieron, marcando a la pareja con los efectos de tales pérdidas.

Para peor, Defoe apoyó económicamente la rebelión del duque de Mommouth contra el rey Jacobo II a causa del catolicismo que éste profesaba. Cuando los rebeldes fueron derrotados en Sedgemoor en 1685, Daniel volvió a tener problemas financieros y esquivó perder la cabeza o una larga condena por traición gracias al indulto que le consiguió un amigo, el juez George Jeffreys.
La guerra con Francia, posterior al ascenso al trono del protestante Guillermo de Orange-Nassau, perjudicó aún más sus negocios de lo que ya hacía él mismo, y debió declararse en bancarrota en 1692 y pasar una temporada en prisión a raíz de eso. Quiebras, como diría un conocido, eran las de ese tiempo, en que podías ir preso.
Al ser liberado, se fue a Escocia primero y luego a Portugal y España, dedicándose a importar vinos. Luego, la política cambió su estrella. El rey inglés es ahora un protestante como él.
Volvió a Inglaterra en 1695 para asumir el puesto de comisario de impuestos sobre el vidrio. Alteró entonces su apellido: le añadió el «De» para ponerlo más a tono con la importancia de su función. Luego se le nombró director de una fábrica de azulejos y ladrillos.
Por ese tiempo empieza, acorde a su activa militancia política, a escribir opúsculos propagandísticos. El primero, en 1697, An essay upon projects (“Un ensayo sobre proyectos”), contenía toda una batería ideas para mejoras sociales y económicas. En 1701 publica su poema de mayor suceso, The true-born englishman, de tono satírico y en defensa del rey por los ataques que recibía por no ser inglés. Se burlaba de la xenofobia cultural del país, así como de otros aspectos de la vida inglesa.

Cuando Guillermo III falleció y asumió la reina Ana, educada en el anglicanismo, volvieron sus problemas. Esta vez, no económicos sino literarios. En diciembre de 1702 publicó un opúsculo intitulado The shortest way with the Dissenters; or, proposals for the establishment of the Church, (El camino más corto para los disidentes, en breve traducción oficiosa). Sus 29 páginas de sátira burlesca contra el partido de los tories en el poder no les cayeron bien a muchos. Por algo el autor había tomado la prevención de no hacer constar en él su nombre y publicarlo como anónimo.

Pero Londres era un pueblo por entonces, y los interesados en castigar pronto averiguaron a quién pertenecía la pluma. Acto seguido, el secretario de Estado de la corona en persona firmó una orden de detención contra él, acusándolo de escribir un «libelo sedicioso». Un juez al que había aludido el año anterior en unos versos, igualmente anónimos y burlescos, SalathielLovell, lo encarceló y procesó, en 1703. Parece que los versos «el comercia con la Justicia y las almas de los hombres/Y las prostituye por igual» no le cayeron bien al magistrado. Lo condenó a una multa elevada y a prisión indefinida hasta que la abonara. Además, le impuso pasar tres días expuesto en la picota al escarnio del que pasara. Tal pena consistía en un castigo humillante porque el reo, además de tener que soportar las molestias físicas de permanecer de pie inmovilizado de cabeza, pies y manos en un cepo en un sitio público, tales como calambres o cansancio, debían sumarse las cuestiones de la meteorología y el ser objeto de las burlas de la gente, que incluso le podía arrojar cosas. Cosas de la civilizada Inglaterra…
Con tales antecedentes no debía ser extraño que . Pero la historia, a su respecto, iba a tomar un giro por demás extraño.

Comentarios 1

  1. Mónica says:

    Muy interesante!!! Gracias por compartirlo. Espero lo que sigue.

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