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La revisión de los “avances” en la educación

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Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

El profundo desarrollo tecnológico del presente ha producido no pocos cambios en nuestra realidad cotidiana. Las evidentes mejoras en la calidad de vida que venimos teniendo en las últimas décadas se deben fundamentalmente a ello. No caben dudas que la informática encabeza el ranking de esos avances.

Sin embargo, no siempre su utilización ha dado los resultados esperados. Es un tema muy debatido si la tecnología es capaz de resolver nuestras necesidades de manera correcta. Como ya hemos dicho en otras oportunidades, sólo conseguirá ese objetivo, si su uso es el adecuado, ya que de por sí sola no garantiza resultados óptimos en lo fáctico ni tampoco correctos en lo moral. 

La educación es uno de los ámbitos en los que más ha incidido la informática: su uso se ha impuesto casi como una exigencia en el proceso de enseñanza-aprendizaje, al permitir que los estudiantes la utilicen como instrumento para acceder a información y a contenidos más fácilmente. Junto a ello, al simplificar las comunicaciones, permite que la posibilidad de educarse se acerque a todas las personas, sin las limitaciones físicas, entre otros beneficios. 

Justamente, por lo que acabamos de decir, la informática ha impactado fuertemente en algunas corrientes pedagógicas, las que a su vez han incidido en la puesta en práctica de políticas educativas de distintos países, en los cuales, entre otras cosas, la computadora prácticamente ha reemplazado al libro, influyendo esto en la forma en la que se enseña y aprende. 

No obstante, de acuerdo con distintos estudios y evaluaciones que se han hecho, el resultado no ha sido tan óptimo como se esperaba, ya que se ha comprobado el retroceso en la capacidad de comprensión de los alumnos, lo que afecta fundamentalmente a la lectura. Por ello muchos países están volviendo a aplicar las viejas técnicas de lectura de textos, dictado y cálculos mentales, entre otras prácticas. 

Precisamente, hace pocos días se conoció la noticia de que Suecia -país que es considerado modelo educativo por muchos-, como respuesta a los resultados no tan buenos de las evaluaciones hechas a sus estudiantes, ha decidido limitar el uso de la computadora y volver a los libros de textos tradicionales, para lo cual resolvió garantizar la entrega de un libro a cada estudiante por cada asignatura. 

Vale aclarar que esta medida no fue tomada de manera inconsulta sino que fue decidida luego de que la Asociación de Pediatras de aquel país y el Instituto Karolinska informaron, a requerimiento del ministerio, sobre los problemas estructurales en el plan de digitalización. 

En declaraciones públicas la ministra, como justificación de la medida expresó: “Lo que ocurre en las aulas es lo que sucede en Suecia”, reconociendo la importancia e influencia de la educación en el país. 

El caso sueco tiene múltiples lecturas. Dentro de los acotados márgenes de espacio de esta columna, podemos expresar que pone algunas cuestiones en evidencia, que por obvias no se han librado de cierto olvido: un avance técnico no necesariamente deja obsoleto otro anterior. Esta creencia maniquea, del blanco o negro, de que lo nuevo debe asentarse sobre el entierro de lo viejo, es no sólo sesgada sino bastante impráctica en un mundo donde la multiplicidad de elementos y perspectivas determinan el caudal y la fortaleza de una persona, una sociedad, o un mundo, para poder afrontar una realidad líquida y, por lo mismo, dotada de una alta dosis de incertidumbre y sujeta a cambio permanente. 

No hay dudas de la importancia del uso de tecnología en el ámbito de la educación particularmente. Sin embargo, no debe olvidarse de que -como herramienta que es- debe usarse correctamente, por lo que su empleo debe ir precedido por conocimientos básicos que se adquieren de manera más tradicional y que hoy lamentablemente, profundizado por la enorme desigualdad en la que estamos sumidos, no todos nuestros estudiantes poseen. 

Partiendo de la base de que somos defensores del uso de la tecnología en todos los ámbitos, repetimos lo que venimos sosteniendo en cuanto a que el mismo debe ser racional. Debe ocurrir, también, sin caer en antinomias que no son tales. Más aún en el ámbito educativo, en el cual muchas veces se usa la informática como un espejito de colores, creyendo que sólo con ella acercamos a nuestros niños y jóvenes al futuro, sin reparar que en muchos casos se les está hipotecando, ya que, como lo prueban los resultados de las distintas evaluaciones que se les hace a los estudiantes, hay un palpable retroceso en su formación. 

No es, por tanto, libros o computadoras. Son ambos a la vez, junto a muchas otras cosas. A fin de poder afrontar como es una realidad múltiple y cambiante, en vez de intentar reducirla a simplificaciones que solo conducen por caminos estériles de cara al futuro. En las aulas o fuera de ellas.

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas

(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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