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La bruja de Clara que nunca se fue

Por Alicia Migliore*
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Por Alicia Migliore (*)

Cuando supieron que se iba de la escuela, sus alumnas se sintieron desoladas, el ejército del obispo Clara celebró lo que consideraba una baja que anticipaba la victoria final. Presentían que la directora Armstrong no podría sola y que pronto abandonaría también su tarea.
Los rumores llegaban a las maestras, quienes callaban mientras sonreían.
Esa primavera de 1885 se presentó diferente en la ciudad. Había un alboroto aparentemente injustificado. Las vecinas comentaban que les surgían encargos en sus oficios, de la más diversa índole. Los hombres con ganas de trabajar también fueron convocados.
Todos los días parecían de fiesta patronal: marchaban en grupos hacia el barrio de Los Altos. Los curiosos, que se sentían excluídos, pronto fueron llamados también a completar tareas.
En el Observatorio (¡esa ocurrencia de Sarmiento!) había un montón de trabajo: se multiplicaban jardineros arreglando los parques, reponiendo arbustos y flores; albañiles reparaban alguna pared descascarada, mientras los pintores devolvían luz y brillo a exteriores e interiores.

En la cocina se preparaban conservas, escabeches; se acopiaban harinas y granos; se ordenaban licores y bebidas que llegaban en tren; se alistaban vajillas y cristalería. Toda la ropa blanca se extendía al sol en búsqueda de cualquier imperfección, para luego almidonar y disponer ordenadamente.
El alboroto era generalizado, los ingleses (norteamericanos en realidad) eran muy organizados: les habían hecho saber que tendrían trabajo por bastante tiempo. En primer lugar, debían dejar el Observatorio, sus viviendas, sus jardines y parques relucientes y bellos. También debían acondicionarse las calles para que ningún coche se quedara empantanado al subir, con las lluvias del verano. Había que esmerarse en hacer y colocar la mayor cantidad de antorchas en el predio y en el camino. La noche de la fiesta era un evento nacional: ¡se casaba el director, John Thome, con una de las maestras del Normal, esa que el obispo no quería, Frances Wall!
A medida que los días transcurrían, vieron que el trabajo se prolongaría más allá de las reparaciones. Se les confeccionó ropa a quienes estuvieran dispuestos a contribuir en el servicio de la fiesta; además debían considerar que los invitados llegarían desde muy lejos. Necesitaban que se los recibiese y atendiese, alojándolos durante su estadía, que probablemente se extendiera durante todo el verano.
Esto suponía muchos días de trabajo y en tareas variadas: Córdoba era una fiesta.
El día del casamiento finalmente llegó y el parque del Observatorio parecía un escenario al que todos los vecinos dirigían su mirada. La altura de su emplazamiento favorecía este espectáculo como si toda la ciudad tuviera plateas para verla.
Los invitados hablaban en otros idiomas y había gente muy importante del gobierno también. Pero la gran noticia que corrió cuesta abajo hacia el caserío, donde se preparaban dulces y confituras, fue que una de las mujeres jóvenes que había llegado, viajando sola, era la maestra que venía a reemplazar a la novia en la escuela Normal.
¡La directora Armstrong ya tenía socia y colaboradora en su empresa: Jennie Eliza Howard!
En la apertura del ciclo lectivo, en marzo de 1886, fue presentada a las alumnas y a los padres, aunque ya todos conocían su existencia por los rumores de la aldea.

Frances Angeline Wall de Thone se instaló a vivir en el Observatorio. Allí continuó educando a quienes colaboraban en las tareas domésticas. Les explicaba por qué existía un sector del parque destinado a la meditación y al respeto, dado que allí yacían los pequeños hijos del anterior director que no fueron aceptados en el cementerio oficial de la ciudad. Y trataba a todos con tanto amor que muchos rezaban en las noches pidiendo perdón por dudar del obispo que decía que era bruja.
Algunas mujeres decidieron aprender el idioma inglés y recibir algunas clases de cultura inglesa. Ella siempre dispuesta, en ocasiones recibía a las alumnas en su casa, y en otras iba en coche sola a los domicilios a dar las clases particulares. Generalmente, su paso era anunciado por las callejuelas de la Córdoba colonial por un enjambre de niños que gritaban corriendo detrás “¡machona!, ¡machona! ¡machona!”, dado que no imaginaban a las mujeres circulando solas y seguramente ése era el epíteto con el que se nombraba a Frances.
Y ella reía. Su casa fue destino de tertulias y visitas de amigos extranjeros y de la ciudad a la que fueron integrándose. Sus hijos nacieron en 1887 y en 1893 y, considerando que aquí construyó su familia con Thome, consideró esta ciudad la patria chica que eligió.

A la muerte de su marido en 1908, ya existía el Cementerio de Disidentes, desde 1880, que había sido inaugurado con algunos escándalos previos. Allí decidió que reposara su esposo y dejó instrucciones para que a su fallecimiento la cremaran y depositaran sus cenizas en la misma tumba en nuestra ciudad. Así se hizo a su muerte, en 1916. Más de la mitad de su vida transcurrió en esta ciudad que adoptó como propia.
Es lamentable que no existan referencias del paso de Frances Angeline Wall de Thome por nuestra ciudad, ni referencias en su sepultura.
Es necesario señalar, antes de volver a las aulas dirigidas por Frances y Jennie, que fueron muchas las maestras que eligieron permanecer en nuestro país después de dedicar su vida a la docencia.
Volveremos sobre ellas pero debemos contrastar el abandono de la tumba de Wall con las maestras enterradas en la ciudad de Buenos Aires, cuyas tumbas fueron declaradas “Sepulcro Histórico Nacional”.
Se trata de Emma Nicolay de Caprile, sepultada en el cementerio de La Recoleta, en su condición de católica.
En el Cementerio Británico (en su condición de protestante) están sepultadas dos de las hermanas Armstrong: nuestra directora Frances Armstrong Bessler, y Minnie Armstrong de Ridley (Clara Jeanette Armstrong, directora de la “Normal” de Catamarca, está sepultada en Estados Unidos).
También reposa allí Sarah Chamberlain de Eccleston, conocida como la “abuela de los Jardines de Infantes”. Fue la responsable de fundar el primer jardín de infantes en Paraná en 1884 y, comisionada por el Gobierno nacional, fue enviada a presentar su experiencia en la Conferencia Mundial de Educación de Chicago, en 1893. La educación inicial comenzó en nuestro país antes que en Estados Unidos gracias a su invalorable esfuerzo.
Y también es Sepulcro Histórico Nacional la tumba de nuestra maestra reemplazante de la novia, Jennie Eliza Howard, quien dejó tan abundante e importante material sobre esta magnífica epopeya educativa.
Buceando en material tan bello, echaremos luz sobre estas maestras precursoras, olvidadas en la actualidad. Ellas dejaron la impronta “normalista” que fue replicada en cada aula que recibía a las golondrinas de las ideas de la libertad.
Solamente con educación podremos conquistar la libertad, y esas golondrinas conocían de vuelos y de saberes.

(*) Abogada-ensayista. Autora de los libros Ser mujer en política (2014) y Mujeres reales (2018)

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