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La bandera roja de la venganza y la guerra por el dominio de las cuencas petroleras

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Por Silverio E. Escudero

Por primera vez, en casi seis décadas de combate indirecto con Estados Unidos, ha sido izada la bandera roja de combate del Islam chií en lo alto de la mezquita de Jamkaran, en la ciudad santa de Qom -un lugar sagrado desde la Edad Media-. 

El izamiento representa el comienzo de la Guerra Santa contra EEUU, sus aliados y amigos, después del asesinato del general Qassem Soleimani, considerado como un mártir de la fe.

El episodio de la bandera fue acompañado por los oradores de la mezquita que clamaban: “Oh Allāh, acelera la reaparición de tu custodio”, en referencia al Mahdi que aparecerá el Día del Juicio Final para librar al mundo de todos los males y pecados y restaurar la verdadera religión.

La bandera roja tiene un doble significado para el Islam: por un lado indica la sangre derramada injustamente y por otro, un llamado a vengar la muerte de una persona “injustamente asesinada”. Clamor sintetizado en la leyenda que llama al combate a todos “los que quieran vengar la sangre de Hussein”, el imán más venerado de la historia del Islam chií, que, en vida, fue el segundo nieto de Mahoma y su preferido.

La cuestión obliga a recorrer el detrás de la escena para acercarnos al significado que encarnan los juegos simbólicos que han acompañado al hombre desde el comienzo de los tiempos. 

La ruta tiene su primera estación en Neanderthal pasando por la legendaria Ur de Caldea –madre de todas las ciudades y lugar de nacimiento de Abraham según la tradición judeocristiana-, los mundos de Dante Alighieri, de William Shakespeare, de Miguel de Cervantes Saavedra, la febril carrera en procura de desentrañar el misterioso mundo de las estrellas y el enloquecido juego por el predominio atómico, entre millones de hitos que sería tedioso enumerar.

Trasladada esa búsqueda al escenario del Medio Oriente sorprende el significado de las banderas colocadas sobre la cúpula de las mezquitas. La primera lectura la fija su color. Si la bandera es negra, simboliza el pasado oscuro, la celebración de la muerte o un periodo de luto; si es verde simboliza el Islam floreciente pleno de esperanza, riqueza y dueño de un futuro brillante. 

Pero cuando es roja genera grandes controversias y especulaciones. Para la mayoría señala derramamiento de sangre de un justo y un llamado al combate. A participar de manera activa en la «madre de todas las batallas» para vengar la muerte de alguien que fue asesinado injustamente, cuyo martirologio lo convierte en una especie de semidios.

Así lo entendieron miles de iraquíes que ganaron las calles y participaron el sábado pasado en Bagdad en el funeral del poderoso general iraní Qassem Soleimani, asesinado en un ataque estadounidense que hace temer por una nueva escalada bélica entre Irán y EEUU, mientras se escuchaba el llanto desgarrador de las mujeres y su cuasi espeluznante grito de venganza reclamando muerte “a los Estados Unidos”. 

Bramido que tiene miles de años de antigüedad -y se puede escuchar a kilómetros de distancia- al que muchos arabistas lo emparentan con el culto a Ra, dios del antiguo Egipto, recibiendo diversos nombres en distintas zonas donde predomina el Islam en Asia y el norte de África. Desde hace décadas, es común escuchar la queja en el santuario cristiano de Lourdes, en Portugal, y en la mayoría de las capitales europeas.

Pero es menester retornar al núcleo central de nuestro relato. ¿Qué sabemos sobre la vida del imán Hussein? Los exegetas del Islam guardaron silencio amparándose en el dolor que les embargaba. Otros, más audaces, asumieron el riesgo de intentar una respuesta abrazados a una imprecisa enciclopedia que se ofrece en forma gratuita por la web. 

Y el resultado que, analizado en detalle, no tenía la valía que se pretendía por lo que hubo necesidad de encontrar antiguos trabajos del celebérrimo Vicente Blasco Ibáñez –excelso traductor al castellano de Las Mil y Una Noches- y del arabista italiano Francesco Gabrieli, bibliotecario de la biblioteca de la Accademia Nazionale dei Lincei e Corsiniana (academia de ciencias italiana).

El imán Hussein, cuyo verdadero nombre era Husáyn ibn Ali ibn Abi Tálib, es, quizá, la figura más venerada por el Islam chií. No solo por haber sido el segundo hijo de Ali ibn Abi Talib y de la hija de MahomaFátima, sino por sus logros personales y su encomiable valor en el campo de batalla.

Junto a Blasco Ibáñez retrocederemos en el tiempo para encontrar las huellas del martirio del imán Hussein hacia finales del siglo VII. Suplicio y tormento que ha servido de justificación para perpetuar la escisión entre las grandes ramas del Islam; la sempiterna división entre sunitas y chiítas, que disputan supremacía en toda el área de influencia del Islam.

La muerte del imán fue producto de una traición. Ocurrió cuando marchó desde Arabia a Kerbala con un pequeño grupo de soldados para enfrentarse a las tropas del califa Yazid, quien ostentaba el poder político en el Islam. Se trataba de una lucha de poder entre descendientes de Mahoma después de la muerte del profeta. La región estaba habitada por chiítas, pero nadie acudió en su ayuda. Las tropas de Yazid rodearon a Hussein, que pereció en la batalla. Su cabeza fue cortada a modo de escarmiento. 

La batalla pasó a la memoria colectiva de los chiítas que la narran como la historia de una traición, equivalente a la que sufrió Jesús cuando fue abandonado por sus discípulos.

Así, transidos por el dolor, los peregrinos acuden en millones a la ciudad sagrada de Kerbala, donde Hussein está enterrado. Lugar donde, a manera de ofrenda, se infligen el mismo dolor que sufrió el imán antes de su muerte y así expiar la culpa de sus antecesores, que no acudieron en defensa de su líder religioso. Un golpe en el pecho, latigazos en la espalda y golpes con un sable en la cabeza, cuyo cuero cabelludo ha sido rasurado previamente con una cuchilla (lo que hace brotar abundantemente la sangre). Mientras, gritan repetidamente «ia Hussein», que, según se nos ha dicho, significa algo así como: «ven Hussein en nuestro auxilio”.

“Los medios de comunicación de nuestro hemisferio – anota críticamente el diario El Tiempo- por su carácter mediático y superficial olvidan que la historia de la humanidad es también la historia de los grandes y pequeños mártires. Jesús y Hussein se enfrentaron a los tiranos de su tiempo, que con sus vicios y corrupción estaban destruyendo el mensaje divino de la Biblia y el Corán. Hoy, las naciones donde lucharon estos grandes maestros de la espiritualidad han sufrido la mayor devastación: Palestina e Irak”. 

Zapata expresa: “Los seguidores del mártir del Gólgota (Jesús) y el mártir de Karbala (Hussein) le seguimos diciendo al mundo: ¡No a las guerras preventivas, a la violencia sectaria, a la violencia contra la mujer! ¡No a la violencia contra el medio ambiente, no al terrorismo!. Porque hemos entendido claramente que ésta no es una guerra entre civilizaciones sino una guerra contra toda la humanidad y contra todos los mensajes divinos desde Adán hasta Mohammad.” 

Son guerras que, a pesar de las implicancias religiosas, deben sincerar su trasfondo político y económico. Cuestiones que se traducen en la incomprensión de Occidente del carácter integrista del Islam que le torna incompatible con la democracia representativa heredada de la Revolución Francesa. Y, por cierto, no hay que perder de vista la voracidad de las petroleras que no vacilan hacer resurgir antiguas disputas entre las naciones para adueñarse de las cuencas de gas y petróleo, las rutas ultramarinas y los oleoductos.

 

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