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Irlanda del Norte llora la muerte del gran arquitecto de la paz

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Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia

Ha muerto David Trimble, una de las figuras capitales de la historia del siglo XX. Uno de los orfebres del acuerdo que acabó con la guerra civil que enfrentaba desde siglos a católicos y protestantes, que ensangrentó a Irlanda del Norte.

Valorar su tarea es un hecho vital. Mucho más cuando una nueva generación de políticos trabaja con denuedo en procura de crear las condiciones políticas, económicas y culturales para unificar definitivamente a Irlanda.

“Se debe ganar tiempo al tiempo” era una de las consignas favoritas de Trimble. Así fue como, mientras se trabajaba en pro de la unidad irlandesa, se revisa la sangrienta memoria que legó el clandestino Ejército Republicano Irlandés (IRA, del inglés Irish Republican Army), como las víctimas que provocaron sus numerosas escisiones. Entre ellas destacamos la ferocidad del IRA Auténtico y los Hijos de los Chacales, que causaron más de 3.500 muertos y alrededor de diez mil heridos y mutilados.

Trimble, quien tenía fama de duro, había liderado por más de una década el Partido Unionista del Úlster (UUP, en sus siglas en inglés) y obtuvo el Premio Nobel de la Paz junto al nacionalista católico John Hume, jefe del bando republicano.

Trimble fue el primer primer ministro en la historia de Irlanda del Norte, cargo que estrenó en 1998 y que ocupó hasta 2002.

Su legado es el de un dirigente que hizo suyo el compromiso de poner fin a décadas de violencia y sufrió consecuencias políticas por su accionar.

Fue sometido a una burda campaña de desprestigio instrumentada por el sector más radical del unionismo. Las crónicas de época narran los conatos intestinos de su partido que, al menos en dos ocasiones, pusieron en peligro su vida.

Fue, de hecho, el primer líder unionista desde la firma del Tratado Anglo-Irlandés de 1921, que negoció con el Sinn Fein, el brazo político del IRA. Gesto que hizo crecer su fama de piloto de tormentas que aprovecha la fuerza de los vientos y de las mareas para sortear los obstáculos que auguran la derrota.

Él mismo -reiteramos- había encarnado la línea dura en sus inicios en política allá por los años 70. Sin embargo, su experiencia lo llevó a comprender la necesidad de lograr un entendimiento institucional entre protestantes, quienes abogan por la continuidad y profundización de su integración al Reino Unido de Gran Bretaña, y los republicanos -católicos en su mayoría-, que preconizan la reunificación del norte con la República de Irlanda.

Algunos especialistas en política irlandesa aseguran que, pese a convertirse en el primer jefe del gobierno de unidad que alumbró los Acuerdos de Viernes Santo de 1998, no logró en un principio la colaboración necesaria para engendrar un clima de aproximación entre ambos bandos; los halcones se negaban a entregar las armas.

La construcción de su autoridad fue trabajosa. Sus giros estratégicos y las complejas maniobras políticas que urdió para sobrevivir en medio de la “pax” armada le valieron el sobrenombre del Houdini de la política norirlandesa.

Así creció su prestigio internacional, que lo llevó a codearse con la flor y nata de la política mundial. Hecho al que sumó el logro de galardones internacionales que le granjearon fama de hombre sabio y prudente. Utilizó esas cualidades para garantizar la constitución del primer ejecutivo y la formación del primer parlamento de Irlanda del Norte.

Hechos que contrastan con las críticas en su propia casa, especialmente del Partido Unionista Democrático (DUP, en sus siglas en inglés), hasta el año pasado socio mayoritario del gobierno de unidad que, en virtud de los Acuerdos de Viernes Santo, condujo los destinos de Irlanda del Norte.

La prueba de fuego de Trimble se produjo en 2005, cuando perdió su escaño que desde 1990 ocupaba en la Cámara de los Comunes del Parlamento británico, que pasó a manos del DUP, en lo que fue una auténtica sangría para su partido.

La derrota electoral, con todo lo que ello implicaba, no lo alejó de Westminster. Continuó formando parte de la escena británica, esta vez desde la Cámara de los Lores, donde se sentó bajo las banderas del Partido Conservador.

La solución de compromiso facilitada por Trimble y los demás autores de los Acuerdos de Viernes Santo se ha consolidado como la seña de identidad del laboratorio de pruebas que supone la fórmula norirlandesa de la paz.

Pese a que su ascenso a la conducción frente del UUP se fundó en posiciones intransigentes, comprendió que debía encontrar consensos y vías alternativas de diálogo para enfrentar episodios complejos como The Troubles (los disturbios), que desataron una espiral de violencia que duró desde el 8 de octubre de 1968 hasta la firma del Acuerdo de Viernes Santo, el 10 de abril de 1998. El pacto sentó las bases de un nuevo gobierno, en el cual católicos y protestantes comparten el poder.

Entre apoyos y críticas al proceso de paz en Irlanda del Norte, John Hume y David Trimble -los gestores- fueron los galardonados con el Premio Nobel de la Paz. El líder del grupo musical irlandés U2, Bono, junto a los dos premios Nobel, se constituyeron en garantes de la paz.

Esa mediación fortificó el tratado, que era bombardeado por el gobierno de Londres para fomentar un nuevo levantamiento de católicos contra protestantes; y de protestantes contra católicos, que se sintieron agraviados por acciones terroristas alentadas por sectores ultraconservadores de la iglesia Anglicana y del papado. 

El paso del tiempo no desarmó las pasiones. El no tener fronteras físicas entre las dos irlandas ayudó al reencuentro. Ello pese a la incomprensión de algunos que provocaron el “Bloody Sunday” (domingo sangriento) en Londonderry. Allí, un acto proselitista del Partido Socialdemócrata Laborista se transformó en masacre, con 14 católicos muertos en un ataque conjunto (del IRA con grupos irregulares de militares británicos), que fue celebrado con pompa en el 10 de Downing Street, la casa donde viven y desde la que gobiernan los primeros ministros británicos.

El Acuerdo de Viernes Santo significó un paso gigantesco en busca de la paz definitiva entre los irlandeses del norte.

Cada movimiento político vinculado con el acuerdo servía para consolidar una paz inestable.

Después de meses de conversaciones, el 10 de abril de 1998 se firmó el Acuerdo de Viernes Santo, en Belfast. El pacto entre unionistas y nacionalistas puso fin a un conflicto que había dejado 3.532 muertos.

Mediante este documento, se restauraron la asamblea y el gobierno compartido, y se crearon nuevas instituciones de cooperación entre el Reino Unido, Irlanda del Norte y la República de Irlanda. También se decretó la apertura de la frontera norte-sur, el desarme de las fuerzas paramilitares y la reforma de la policía norirlandesa, de mayoría protestante.

Todas las partes se comprometieron a respetar la voluntad de la sociedad norirlandesa, dejando en su mano el futuro estatus de la región.

El acuerdo fue ratificado por referéndum pero no contó con el respaldo unánime de ambas comunidades. La falta de avances en el desmantelamiento del IRA Provisional dificultó la implementación.

En los primeros tres años, la autonomía norirlandesa se suspendió en cuatro ocasiones, la más grave en 2002, después de que se destapó una presunta red de espionaje del IRA Provisional.

Tuvieron que pasar cinco años para que, ya con el grupo desarmado, unionistas y nacionalistas accedieran a colaborar de nuevo. Pese a ello, las divisiones no dejaron de complicar su cohabitación en el Ejecutivo, más aún después del brexit, en 2020, que ha amenazado con restaurar una frontera dura en Irlanda.

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