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Hipatia, ejecutada por el delito de pensar

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Por Alicia Migliore (*)


Ante la pregunta sobre si el flagelo del femicidio es un fenómeno social nuevo, lamentablemente la respuesta es negativa

Siempre en la búsqueda de la primera mujer que rompió techos de cristal, se descubre una más, olvidada, omitida u ocultada. Es mi mayor anhelo llegar a un día en el cual encontremos una bisagra que nos permita superar este genocidio constante, globalizado e impune que arrasa a las mujeres en el mundo, y decir que fue la última. Esa noticia intrascendente, que no conmueve a los medios ni a la población, en la que quedan olvidadas sus historias personales, sus afectos, sus sueños y proyectos, será un día desterrada definitivamente.
Se estudia y analiza cómo y qué informar; cómo evitar caer en la prensa amarilla, cómo contrarrestar el efecto contagio que parece dominar esta conducta aberrante. No logramos modificar esta historia trágica. Creemos que analizar diversos antecedentes puede obligarnos a todos a repensarnos en distintos momentos históricos y tal vez a rediseñarnos con una conducta contemplativa y respetuosa de la diversidad.
Una pregunta recurrente es si este flagelo del femicidio es un fenómeno social nuevo. Lamentablemente, la respuesta es negativa. Al sumergirnos en la antigüedad encontraremos el crimen aberrante y con enorme ensañamiento que destrozó, literalmente, la vida y el cuerpo de Hipatia. Esta mujer, asesinada, descuartizada y quemada, en el año 416 de nuestra era, demuestra que la locura fanática de los intolerantes no es novedosa. Asomarse a su historia resulta sorprendente dieciséis siglos después.
El historiador cristiano Sócrates Escolástico la describe: “Había una mujer en Alejandría que se llamaba Hipatia, hija del filósofo Teón, quien logró tales conocimientos en literatura y ciencia que sobrepasó en mucho a todos los filósofos de su propio tiempo. Habiendo sucedido a la escuela de Platón y Plotino, explicaba los principios de la filosofía a sus oyentes, muchos de los cuales venían de lejos a recibir su instrucción”. Él es responsable de rescatar el trágico final de esta mujer a manos de una turba enfurecida y fanatizada de cristianos, según refiere en la Historia Eclesiástica. Diversas fuentes la rescatan y ponderan sus saberes y su belleza. Sólida en sus conocimientos matemáticos, filosóficos y astronómicos, comentaba obras de otros científicos de su época e impartía clases guiando a sus alumnos en el camino del conocimiento; brindaba además conferencias públicas.
Uno de sus discípulos, Sinesio de Cirene, la llamaba “madre”, “hermana”, “la más excelsa mujer”, comprometiendo su recuerdo permanente aun en el Hades, donde domina el olvido.
Mientras algunos historiadores (siempre hay dos bibliotecas) la describen como maga y hechicera, con tanto poder sobre el pueblo y el gobierno que bajo su influencia dejó de acudir a la iglesia; otra versión, como la del referido Sócrates Escolástico, describe el terrible femicidio y responsabiliza a “hombres con celo fiero, motivados por calumnias y envidia, que interceptaron a Hipatia, la tiraron del carro, la llevaron a la iglesia llamada Cesárea, donde la dejaron totalmente desnuda, le tasajearon la piel y las carnes con conchas afiladas hasta que el aliento dejó su cuerpo; lo descuartizaron, llevaron los pedazos a un lugar Cimaron y los quemaron hasta convertirlos en cenizas.”
¿Quiénes pudieron ser capaces de tan inhumano ensañamiento? Las crónicas de la época sindican como autores a los cristianos liderados por monjes adeptos al obispo Cirilo, que nunca fueron identificados ni castigados, convirtiendo este crimen en un escándalo histórico que mancilló la memoria de Alejandría para siempre.
Tan trascendente era la figura de Hipatia que atribuyen a su deceso el fin del paganismo en coexistencia pacífica con otras religiones del imperio, el fin del reino de la razón, de una ciudad del saber en el que los hombres y algunas mujeres lucharon contra el desconocimiento.
Los remezones del asesinato continuaron por siglos dividiendo el cristianismo: mientras la jerarquía eclesiástica ocultó el crimen y canonizó a su instigador, Cirilo, numerosos adeptos fueron rescatando su aporte científico en distintas disciplinas, lo que contribuyó a fortalecer el mito.
Una imagen poderosa que atravesó los siglos, metamorfoseándose en una santa de la iglesia Católica: con las mismas características de belleza y sabiduría apareció Santa Catalina de Alejandría, virgen versada en geometría, matemáticas, filosofía, astronomía, asesinada por defender el cristianismo. Esta figura fue nombrada luego patrona de estudiantes, profesores y universidades, entre las que se encuentra la Sorbona de París. Atravesó intensa fama y devoción para luego desdibujarse en la consideración de sus fieles. ¿Significa esto que se perfeccionó el encubrimiento mediante la recuperación de la historia fragmentada y la modificación de los responsables y “beneficiarios” de la muerte? La hagiografía -estudio de la vida de los santos- de Catalina mantiene el debate, y las varias bibliotecas, a las que hicimos referencia antes, ponen en duda su existencia con la misma convicción que la sostienen. Aunque se trate de una investigación interesante, no la profundizaremos, toda vez que la real existencia de Hipatia y sus aportes científicos, como su trágica y absurda muerte, no son puestos en duda por el cristianismo ni por los historiadores.
A estas alturas del texto surge la inevitable pregunta: ¿por qué traemos a la consideración pública a Hipatia?
Creemos que esa incapacidad de aceptar la excelencia del conocimiento en una mujer la condujeron a esa muerte, de absoluta barbarie. Y exploramos qué nivel de tolerancia y valoración ha desarrollado la sociedad hoy para una mujer que se destaca, en cualquier disciplina. Será innecesario decir que deberá enfrentar resistencias múltiples para acceder a su formación, recorriendo un camino arduo, aunque hayan pasado tantos siglos. El derecho a la educación de las mujeres fue uno de los primeros reclamos colectivos y humanos que la sociedad, en su conjunto, se encargó de diferir el tiempo que pudo.
La autocrítica eclesiástica aún se encuentra pendiente, superando ampliamente el tiempo que le demandó pedir perdón a Galileo: Hipatia espera su reivindicación, que significará la puesta en valor para sus congéneres, tan vilipendiadas hoy en lo cotidiano.
Las religiones forman en valores y no es casual que las mujeres hayamos recibido siempre un inmerecido segundo lugar: no alcanzó el Concilio de Nicea, que entronizó en su sitio a María, Madre de Dios, para que se nos reconociera iguales en condición humana y en derechos. Subsiste la exclusión de los espacios de decisión en lo político y social, como en la administración del ministerio religioso; la brecha salarial y la precarización laboral que enfrentan las mujeres en todo el mundo no hacen sino ratificar aquel segundo lugar que nadie sabe quién asignó, pero que todos saben quiénes no lo modifican y sostienen invariable.
Afirmamos reiteradamente que las acciones tienen consecuencias. Y sí, vaya si las tienen, aunque no exista una simetría en estas últimas, según analizaremos: Hipatia pensó y ansió el saber y el conocimiento, por encima de los deseos autorizados a las mujeres, y ese atrevimiento le costó tortura y muerte. Al poder político y religioso de la época le pareció subversiva esa conducta y decidió su exterminio, literal y ejemplarizador. Pudo tratarse de una reacción fanática, que parezca hoy anacrónica, pero la falta de revisión hasta la actualidad nos permite sospechar que el análisis y arrepentimiento aún no sucede. Lo reprochable, sin lugar a dudas, es esa conducta oscurantista que apunta a mantener a las mujeres en ignorancia; nunca el deseo de superación y la búsqueda de excelencia de un ser humano puede ser motivo de condena.
Hipatia,”la más grande”, alcanzó saberes destacados que le permitieron educar en clases públicas en el siglo IV.
Hipatia, víctima inocente de una sociedad fanatizada, es una imagen actual que refleja la lucha de las mujeres por lograr una sociedad inclusiva y justa; a ese desafío está convocado el poder hoy, sin excepciones.

(*) Concejal de la ciudad de Córdoba.
Abogada y ensayista. Autora de los libros
Ser mujer en política (2014) y Mujeres reales (2018)

 

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