Giorgia Meloni, atada a una débil y tambaleante alianza de ultraderecha

En medio de la profunda crisis política, económica y cultural que afecta a Europa y que tiende a profundizarse, producto de la invasión rusa a Ucrania, triunfó en las elecciones parlamentarias italianas Giorgia Meloni, líder del mussoliniano partido Fratelli d’Italia (FDI por sus siglas en italiano), y cabeza de una alianza de ultraderecha que integran Matteo Salvini y Silvio Berlusconi.

Más allá de las felicitaciones y saludos de rigor, los gobiernos de Occidente y de la Unión Europea hicieron saber sus preocupaciones sobre los dichos de Meloni que afectarían la estabilidad de la Europa Comunitaria y la estructura política y militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Dijeron –de todas las maneras posibles- que no son negociables eventuales retrocesos en materia de derechos ya conquistados. Mucho más cuando esas propuestas fueron bandera en una campaña electoral plagada de violencia, que se tradujo en el rechazo a la inmigración, la enunciación de políticas duras frente a los derechos humanos, a la igualdad de género y el aborto.

Suman los ganadores ásperas opiniones contrarias a las iniciativas comunitarias y promesas de una menor presión impositiva.

Todas promesas de difícil cumplimiento aún para la tercera economía de la UE en un mundo en crisis que tiene, entre otras causas concurrentes, la invasión rusa en Ucrania.

La victoria de Meloni en Italia consolida el giro del viejo mundo hacia la extrema derecha. Viene a sumarse a Hungría y Polonia, que marcaron rumbos y fortalece los movimientos soberanistas en Bulgaria, Suecia y Alemania.

La Comisión Europea, que por lo general no suele hacer comentarios sobre los procesos políticos internos de los estados-miembro, esta vez mostró ceños fruncidos mientras susurraba, ante oídos atentos, las razones de su preocupación.

El triunfo de Meloni fue celebrado a lo largo y ancho de toda la península. Las Vía Appia y la vía del Tritone y la Piazza de San Silvestro se iluminaron como en los tiempos del Imperio Romano. Fueron el corazón de los festejos. Desde allí comenzaron a marchar miles de italianos recreando La Marcha sobre Roma.

Casi sin discreción, sectores ultraconservadores del catolicismo expresaron su alegría por el giro político de Italia. Ellos habían sido partícipes necesarios en la construcción de la alianza.

Misa, champagne y lecturas de sus orientadores espirituales fueron los componentes principales del menú de la gala.

Es que junto a Matteo Salvini, integrante del partido de ultraderecha Liga del Norte y Silvio Berlusconi, de la conservadora Forza Italia (FI) la dama electa prometió erigirse en auténtica cruzada de la cristiandad. Un bastión en contra de la comunidad LGBT+ y promotora de una férrea política familiar para impulsar la tasa de natalidad.

A pesar del gran impacto, la alianza de ultraderecha es débil. Los agrupamientos políticos que la conforman tienen miradas diferentes sobre política exterior. Salvini y Berlusconi insisten en acercarse a la Rusia de Vladimir Putin mientras Giorgia mantiene los compromisos de Italia con Ucrania.

De esa forma, Meloni buscará estructurar un armazón político para lanzar las bases de una nueva Revolución Cultural que distinga a Italia del resto del mundo. Razón suficiente para revalorizar, desde el fascismo, la naturaleza del descanso hebdomadario, el ocio, las actividades emprendidas como un fin por ellas mismas y que generalmente han estado reservadas a unos “pocos seres felices, la aristocracia y los que han heredado auténticas fortunas”.

Habrá que redefinir la jornada laboral para multiplicar los puestos de trabajo y el esfuerzo físico que, según Meloni, hizo grande a Italia. Que fue protagonista primario en la construcción del mayor imperio de la historia. Sepultura segura de la Revolución Francesa y el liberalismo.

Otro de los campos de confrontación interna es saber cómo se destruirá el capitalismo, habida cuenta que el fascismo -y los populismos que llevan su marca en el orillo- han sido garantes de su permanecía a lo largo de los siglos.

No han sabido resolver, afirmamos desde nuestro otero, las contradicciones que ofrece el sistema productivo italiano. Cambios con los que sueña la clase obrera industrial –altamente politizada- como agente principal de la revolución social prometida, y que se postergó ante el rápido cambio tecnológico que puso un techo a las pretensiones salariales de un proletariado escasamente cualificado.

El historiador italiano y profesor de la Universidad de Bolonia, Loris Zanatta, alerta que el gobierno que encabezará Meloni está condenado al fracaso como sucede habitualmente con todos los populismos –de izquierda o de derecha-.

Para ello propone trasladar la experiencia Argentina tras abandonar la democracia liberal el 4 de junio de 1943. Fracasará porque es falso el mito que promete el regreso a un pasado en el cual el pueblo era puro e inocente, hasta que fue corrompido por la modernidad.

También asegura Zanatta que ese destino no es inevitable y que “el futuro se puede cambiar, pero se cambia construyendo a partir de la propia historia” de cada país.

“Muchas veces se dio por muerta la democracia, la Ilustración, el liberalismo, el capitalismo. Le hicieron funerales muchas veces, pero la verdad nunca hubo nadie dentro del ataúd”, destaca. Por ello es bueno despertar antes de que sea demasiado tarde.

Retomemos algunos temas para profundizar el debate. Meloni profundizó la grieta que divide desde siempre a los italianos. Lo hizo sabiendo que abría la puerta del infierno.

Fue deliberadamente incendiaria cuando dijo: “Sí a la familia natural, no a los lobbies LGBT. Sí a la identidad sexual, no a la ideología de género. Sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte. Sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista. Sí a las fronteras seguras, no a la inmigración masiva. Sí al trabajo de nuestros ciudadanos, no a las grandes finanzas internacionales. Sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas. Y sí a nuestra civilización”.

Gianfranco Pasquino, alumno destacado de Norberto Bobbio y Giovanni Sartori y reputado cientista político advirtió que nadie puede garantizar la estabilidad del nuevo gobierno. Salvini será un gran obstáculo.

“Salvini –le dijo a la periodista Elisabetta Piqué- no puede garantizar ninguna estabilidad. Salvini es inquieto, nervioso, es un derrotado, así que intentará tomarse alguna revancha. Va a pretender posiciones importantes en el gobierno, cometerá errores cuando esté en el gobierno y hay que tener en cuenta este elemento. Segundo: si cambia la política italiana de forma significativa, tendrán conflictos, tensiones, tendrán menos dinero y dificultades para gobernar. Tercero: cinco años de estabilidad ¿qué significa? ¿Hacer reformas o quedarse en el gobierno? Porque si hacen reformas erradas sufrirán las consecuencias de reformas erradas. Así que no, no creo que tendremos un gobierno de derecha que durará cinco años, creo que cometerán errores y cambiará el gobierno, lo que no quiere decir que terminará antes esta legislatura. El gobierno que asumirá a mediados de octubre no llegará intacto al final de la legislatura”.

No sabemos a ciencia cierta cuál es la lectura que realiza el gobierno argentino de las elecciones italianas. Tampoco se sabe la opinión de todo el arco político.