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El nuevo orden como límite de la soberanía

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En la ciencia política, la geopolítica y la historia, con frecuencia se contraponen dos conceptos que aparecen esenciales: la soberanía y el nuevo orden.

Uno corresponde al orden internacional y se relaciona con las transiciones políticas que han dominado las relaciones internacionales desde el fin de la Guerra Fría, hasta el actual parteaguas representado por la invasión de Rusia a Ucrania y la dispersión de centros de tensión que preanuncian la  generalización de la guerra.

Por ello resulta menester analizar en nombre de la soberanía nuevas formas de identificación de las conexiones entre economía y política, capitalismo y democracia, seguridad y migración, seguridad y progreso, cultura y sociedad, etcétera, que las nuevas identidades de estas conexiones tienen en el contexto globalizador. 

Se indaga, en consecuencia, cómo afectan en el siglo XXI aspectos fundacionales del orden mundial, como la soberanía, la seguridad fronteriza, las migraciones, el tráfico ilegal de armas, el contrabando, el encarecimiento de los alimentos, el excesivo sobreprecio de los insumos médico-hospitalarios y medicamentos, así como el proceso de declive de Estados Unidos versus la preeminencia de otros actores globales, como el hombre en su proceso de transculturización.

La soberanía como concepto de rígida defensa contra el otro se ha flexibilizado con el correr de la historia. Diremos que se ha matizado, producto de la gobernanza y la estabilidad que genera el análisis político y la comprensión de los elementos constitutivos de la soberanía dentro y fuera de los confines nacionales. 

La preponderancia de las fronteras físicas se ha diluido ante el predominio de las fronteras simbólicas. A la frontera como línea divisoria se ha impuesto la frontera como zona de amortiguación cuya identidad y construcción social es tan particular como las identidades que conforman los Estados que une y separa. 

Nuestros recordados Pilar Vendrell y Alberto D. Mendes (1), en su trabajo Mujeres, feminismo y resistencia (2012) incorporan al debate un tema soslayado por una multiplicidad de tratadistas: la construcción de la subjetividad.

Es decir, el considerar al sujeto no sólo en su carácter individual sino social y político y, así, parte “de un grupo de individuos que constituyen a su vez un sujeto histórico-social en una época determinada y no en otra, intervienen múltiples factores. Algunos de ellos son la recuperación, adquisición y ejercicio de los derechos civiles (…). Cuando ese grupo contiene el conjunto de los habitantes de un país llegamos al concepto de Nación. La Nación se sostiene en tres columnas: territorio, idioma y población. Es el Estado, personificado en el gobierno, el encargado de soportarlas y mantenerlas. Las tres fueron quebradas por el efecto de la ideología neoliberal de la década de los 90 en América Latina.

Los golpes de Estado que favorecieron la profundización de esas ideologías en los años 70 y los posteriores, atentaron contra la identidad e integridad de las naciones, favoreciendo en los 90 la aplicación indisimulada, legal pero no legítima, del modelo neoliberal”.

El territorio -continúan los tratadistas- se volvió difícil de transitar debido a la ausencia de transporte accesible a los sectores de menores recursos, el idioma se transformó con neologismos introducidos por las nuevas protagonistas del drama nacional y la población fue redistribuida según su posibilidad de participación, o no, en la distribución de la riqueza. Los derechos civiles se limitaron, condicionaron o anularon.

“Recuperada la democracia, en América Latina se instalaron gobiernos populares que no tardaron en provocar la reacción de los sectores más radicalizados de derecha. Al Plan Cóndor militarizado lo suplantó el Plan Cóndor Mediático, llevado a cabo por los mismos protagonistas que apoyaron las anteriores dictaduras, transformados o representados ahora en y por corporaciones nacionales e internacionales que utilizan los medios de difusión como antes se utilizaban las armas de guerra. Los dueños mediáticos son, por supuesto, los mismos dueños de la tierra. Los conocidos de siempre, aliados eternos de los cuarteles.

La dimensión de futuro se tornó inconcebible para los tiempos neoliberales. El futuro era el objeto tutelado por el Estado, pero para el neoliberalismo es una abstracción filosófica. En el pensamiento neoliberal no hay ninguna institución que genere futuro; el futuro se produce sólo si hay alguna operación que abra una perspectiva del después. Es el triunfo del capitalismo. El ayer y el mañana implican historia y la a-historicidad y la actitud acrítica son los baluartes del pensamiento ‘naif’, ‘alternativo’, ‘existencial’, etcétera.” 

Con Noam Chomsky diremos que durante la primera fase hubo un  extraordinario entusiasmo. Es que entrábamos, supuestamente, en una nueva era de la historia humana en la cual los Estados Iluminados usarían la fuerza cuando lo consideraran justo, dejando a un lado los conceptos de soberanía y derecho internacional. “Los Estados Iluminados actuarían de acuerdo a sus principios tradicionales, teniendo como misión la defensa de los derechos humanos”, tal como proclamó la secretaria de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright. 

Esta misión se explicó hasta el cansancio en nuestra prensa y estaba destinada a ordenar a cierta parte del mundo, a naciones que se mostraban díscolas e integraban lo que se dio en llamar “el eje del mal”.

Un conjunto de naciones malditas que encabezaban Cuba, Nicaragua, el Irak de 1990, cuando Saddam Hussein desobedeció las órdenes de la Casa Blanca e Irak se transformó en un Estado malvado. “Pero no antes de 1990, explica Chomsky, ya que en esa época era un gran amigo y aliado, y recibía una ayuda masiva mientras mataba a los kurdos, torturaba a sus opositores y cometía los peores crímenes de toda su abominable carrera. Por todo esto fue recompensado por los Estados Iluminados con crecientes aportes y otras ayudas logísticas”.

Chomsky, el 20 de septiembre de 1999, cierra el tema que nos ocupa: “La historia, mirada un poco más de cerca, siempre presenta un patrón similar. Es una suerte de repetición trágica -o peor aún, obscena- de lo que ocurría hace un siglo. En esa época también se hablaba de cómo los Estados Iluminados debían llevar la civilización a los pueblos atrasados del mundo y tenían que dejar de lado cuestiones como la soberanía para cumplir su misión, cristianismo y derechos humanos. Así actuó Estados Unidos en Filipinas. 

Pero sabemos cuáles fueron las consecuencias de todo esto. Ya no hace falta aguardar para ver: un siglo de historia nos muestra qué es lo que Estados Iluminados llevaron al resto del planeta. La mayor parte del mundo no lo cree así. Fuera de la órbita de los autoproclamados Estados Iluminados reina el temor y la preocupación por el resurgimiento de aquellos terribles días del imperialismo europeo y la arrogancia y la autocomplacencia que lo caracterizaron.

Para las personas como nosotros -es decir, los relativamente privilegiados ciudadanos de las sociedades más libres- nada de esto es irremediable. Se llevan a cabo terribles crímenes si no hacemos nada por evitarlo. Es tan simple como eso.

Porque no se trata de lo que acontece en Marte o de los crímenes de Atila el Huno, sino que se trata de los crímenes que llevan a cabo fuerzas que, en principio, se hallan bajo nuestro control, si es que nos proponemos controlarlas.

No nos enfrentamos a las leyes de la naturaleza. Éstas son cuestiones que tienen que ver con la voluntad y la elección. No podemos cambiar el pasado pero sí podemos dar la cara en el presente. Podemos elegir la perspectiva desde la honestidad, aprender de las consecuencias, y sacar las consecuencias para influir en el futuro”. 


(1) Fundadores de la Red de Profesionales en contra del Abuso del Poder en Argentina y Latinoamérica.

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