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De nuevo los incendios: “que Dios se lo pague” a los bomberos voluntarios

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Por Roberto Fermín Bertossi (*)

«No logramos identificar dónde está el foco pero sí podemos decir que hay olor a humo, la Ciudad está cubierta, la visibilidad está reducida y hay mucha nubosidad en el ambiente», dijo la meteoróloga y difusora del Servicio Meteorológico Nacional, Cindy Fernández.

Recién pasado el mediodía del domingo la experta confirmó que el humo provenía de un incendio en el departamento uruguayo de San José. «El fuego está activo desde ayer y el viento del este desplaza el humo hacia el Área Metropolitana de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires», agregó.

En nuestro país, desde 2019 hasta el año 2021 se registraron más de 7.300 incendios que afectaron por lo menos 2.417.764 hectáreas, de acuerdo a los números reportados por las provincias al Ministerio de Ambiente de la Nación, pero la superficie quemada aumentó del fenómeno climático de “La Niña”, en un ascenso incontrolable. 

En efecto, según esos mismos registros oficiales, durante 2022 y el primer trimestre de este 2023, la superficie quemada se incrementó hasta superar largamente todo lo acumulado sólo entre 2019 y 2021.

Datos semejantes resultan propicios –no suficientes- para visibilizar la entrega, el arrojo y la solidaridad de nuestros bomberos voluntarios (jóvenes, mujeres y hombres); pero también para expresar nuestro respeto y gratitud a los parientes de bomberos muertos, heridos o “chamuscados” por integrar, con toda magnanimidad, brigadas en las que arriesgan su vida en cada incendio de serranías, montes, plantaciones, viviendas, establecimientos o vegetación que aún queda de verde.

Concomitantemente, nuestros bomberos desarrollan programas de prevención y “esclarecimiento”, que incluyen explicaciones y charlas en establecimientos educativos, sobre imágenes y mediciones satelitales, drones (vehículos aéreos no tripulados disponibles para una celosa, permanente e inmediata vigilancia preventiva y anticipatoria de incendios) y apps  de similares propósitos para dispositivos móviles, tabletas, etc.

También ilustran sobre caracterización, condiciones y ubicación de geografías combustibles en espacios arbolados autóctonos e implantados, con determinación y probabilidad de los índices de peligro según determinables o previsibles sucesos climáticos adversos.

Actualmente, la acentuación del cambio climático con sus inéditas manifestaciones y fenómenos, las quemas de pastizales provocadas por incendios intencionales de lugareños o la desaprensión por parte de ocasionales visitantes son las causas principales de todos los incendios que vienen reduciendo drástica y significativamente la cantidad y fertilidad de los suelos argentinos. También la de países vecinos como Uruguay, mellando tradicionales arraigos intergeneracionales, lozanías productivas y bellezas originarias de paisajes naturales.

Entonces, ¿cómo no resaltar que cada bombero voluntario, con admirable cooperación e hidalguía, se juega su vida en cada gesta ígnea, al batallar en desigualdad de condiciones y sin todos los pertrechos necesarios, contra fuegos imprevistos y tantas veces intratables, que inclementemente vienen afectando con mayor frecuencia y ferocidad distintas geografías con sus secuelas en términos de desarraigos, infecundidad, pérdidas de espacios productivos, fuentes o puestos de trabajo y afectación de economías regionales?.

Luego, ante tanta nobleza humana, la grave desconsideración para con nuestros bomberos voluntarios denota nuestras mezquindades e ingratitudes y cierta indignidad civil que impenitentemente hemos naturalizado.

Los titulares de semejantes destratos públicos y privados son, al fin y al cabo, quienes magnánimamente estuvieron y estarán logrando -en la medida de lo posible- salvar vidas, fauna, biodiversidad, recursos naturales (vg., flora, biomas, biósfera, etc.), viviendas, etc.

Así, nuestros bomberos voluntarios asombran por su solidaridad civil, altruismo, arrojo y empatía con el otro, no obstante toda carencia funcional, adversas infraestructuras primarias, secundarias o terciarias (caminos rurales, ripiados, etc.) y nuestras consuetudinaria desconsideración, ignorante subestimación y lacerante ingratitud social.

Por último, lo cierto es que solo esporádicamente nos admiramos, conmovemos y asombramos orgullosamente de nuestros bomberos voluntarios. Pero es claro que con pomposos actos y discursos de ocasión o medallas, diplomas y aplausos de circunstancia (muchos menos con cínicos subsidios placebos) no alcanza.

La benevolencia “bomberil” apagando incendios, brindando ayuda, rescate y protección a la comunidad durante accidentes o cualquier otro tipo de siniestro o emergencia -bien sea provocada por la naturaleza o por causas humanas- o con su infinita productividad frenando e impidiendo la quema y afectación de incontables millones de hectáreas aún está a merced del “que Dios se lo pague”.

(*) Experto en cooperativismo de la Coneau.

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