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China pone “quinta”

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Por José Emilio Ortega – Santiago Espósito (*)

La historia de China, mirada desde este rincón del mundo, se presenta excéntrica y milenaria. Su geografía es inconmensurable aun a ojos latinoamericanos. Sus etnias son inabarcables hasta desaparecer en un híbrido al que apenas diferenciamos de otras razas orientales, al que gradualmente comenzamos a percibir como parte de nuestro propio paisaje -cuántas ciudades poseen hoy su barrio o zona china-, sin que este hecho facilite conocerlos mejor. 

Pero la China contemporánea está apareciendo, cada vez más nítida, pese a nuestra obstinada ignorancia. Actualmente es el segundo destino para las exportaciones argentinas y en el último trienio (datos de Cancillería) el comercio bilateral promedió 16 mil millones de dólares anuales -en 2006 rondaba 3,5 mil millones-.

China emerge con potencia en el mundo. Su PBI es el segundo del planeta: 14 billones de dólares (2/3 del PBI de EEUU). Iniciada la posguerra, el PBI norteamericano era la mitad del mundial; esa participación se ha reducido a 25% y creció a tasas fenomenales la injerencia de China en la torta económica global. 

En ese contexto, sobresale su movido siglo XX, que en breve recorrido conjuga la transformación económica de un gigante país multiétnico -predominantemente pastoril, de relativo estancamiento, lejos de la revolución industrial- a megapotencia. Y en lo político, el fin del imperio, un ensayo de organización republicana atravesado por la guerra civil y la presión del finalmente invasor imperio japonés -profundas huellas de la Segunda Guerra Mundial-. También finalmente la Guerra Fría, instalándose un régimen de partido único que atravesó etapas determinantes de su pujante presente, en el “choque de civilizaciones” que transita el mundo. 

Kissinger señala en China (Debate, 2012) que para entender su cultura, es necesario considerar que se trata de una civilización que no tiene un comienzo sino que ha existido siempre. Es por este “existir desde siempre” que los períodos de discontinuidad y falta de unidad son aberrantes para la cultura china. 

Esto ayuda a entender el comportamiento de sus dinastías y la forma de su gobernanza contemporánea pues, frente a un fenómeno que eventualmente pueda producir discontinuidad, la cultura china prefiere cualquier solución, por lo general una en la cual se imponga la autoridad para mantener el orden. 

Los cien años de fundación, en Shanghái, del Partido Comunista Chino (PCCh) es apenas mojar la punta de un suculento bizcocho en un gigantesco tazón de té, pletórico de secretos. Pero permiten conjugar tradición con futuro.

Pasajes de la China comunista

El comunismo maoísta se nutre de su experiencia. Las olas de la Guerra Fría golpeaban contra un país urgido por necesidades, que afirmaba su rumbo político con base en el dominio de la burocracia y el Ejército Popular, aunque sin afirmar un proyecto socioeconómico superador. En ese contexto debe entenderse la puesta maoísta denominada “Gran Salto Adelante” (1957), apresurado trasplante de prácticas socioproductivas al campo, en “comunas populares” encargadas de colectivizar la actividad agrícola e industrial. El fracaso organizacional y las catástrofes naturales determinaron pérdidas económicas, hambrunas, enfermedades y millones de muertes. 

En 1961, la burocracia china exigió a Mao otro repliegue. En ese contexto sobresalió Deng Xiaoping, secretario del Comité Central del PCCh. En 1964, China entró al “club atómico”. Un año después, el llamado “Gran Timonel” -que seguía controlando el Ejército- regresó con la “Revolución Cultural”, soliviantando a millones de jóvenes que con El pequeño libro rojo -la nueva biblia maoísta- bajo el brazo, se alzaron contra la conducción del PCCh. 

La crisis social y económica, y la amenaza de choque con la Unión Soviética exigieron detener el incontenible tembladeral generado por la Revolución Cultural, que terminó formalmente en 1969, aunque la violencia política continuaría. Un entendimiento con Kissinger y Nixon iniciada la década de 1970 consolidó a Mao, pero su salud decayó. No podía impedir la despiadada disputa por sucederlo, que comenzó antes de su muerte (ocurrida en 1976). 

La entronización del “Pequeño Timonel” no fue fácil. En 1977 recuperó cargos políticos y en 1978 pasó a ocupar el centro de la escena. Atento a los aciertos y errores de la etapa maoísta anterior, desmanteló el régimen de comunas y otras estructuras del orden maoísta pero se resistía a una reforma política que implicase salir del régimen de partido único. 

Inauguró las relaciones diplomáticas y comerciales con EEUU. Desde principios de los 80, después de remover a los últimos jerarcas que lo vinculaban con la etapa anterior, avanzó en las llamadas “cuatro modernizaciones” y se enfocó en la transformación de las bases productivas, tecnológicas, científicas y de defensa del país, aplicando una estrategia de mercado. 

El ingreso gradual de China en la economía global partió con altos costos sociales y políticos. Deng Xiaoping mantuvo un férreo control sobre las estructuras burocráticas y militares, sin admitir una reforma al estilo Gorbachov en la URSS. 

Como ha señalado Kristina Spohr en su obra Detrás del muro, la determinación de aplastar el reclamo popular por cambios -a diferencia de lo ocurrido en el bloque soviético-, cuyo máximo drama fue la sangrienta represión en la Plaza de Tiananmén (4/6/1989), tuvo consecuencias que impactan en el mundo de hoy y consolidan, según la autora citada, la “’tripolaridad’ sino-soviético-estadounidense que estaba aflorando en los últimos estadios de la Guerra Fría”.

En este siglo, mostrando récords de alfabetización, mejora de calidad de vida y desarrollo socioeconómico, se consolida la vocación china de alcanzar el liderazgo mundial en 2050. El actual mandatario, Xi Jinping, sustenta el llamado “sueño chino”, dirigido a la quinta generación de la etapa republicano-comunista, tendiente a globalizar definitivamente la civilización china. 

Su mirada de la historia reciente (que cuestiona parcialmente a Mao y relativiza a Deng), el fuerte culto a su personalidad y las modificaciones realizadas al orden político-constitucional (entre purgas y reformas consolidó su poder y allanó su reelección), se complementan con las famosas “tasas chinas” que no paran de crecer (el FMI calcula 8,4% para 2021) y con gigantescas inversiones. El último dato conocido (2017) indica que China invierte anualmente más de 120 mil millones de dólares en alrededor de 6.200 empresas de 174 países. 

Ha incrementado sensiblemente (mientras el EEUU de Trump los recortó) los presupuestos de diplomacia “dura” y “blanda” (en especial sobresale la multiplicación de institutos Confucio -divulgación cultural- en el mundo). Sus erogaciones en defensa oscilan 200 mil millones de dólares.

Señaló el politólogo Camille Rougeron que la ambición china, siempre de largo plazo, se sustenta principalmente en su demografía, a la que pocos países del mundo pueden oponer resistencia. Segura de sí misma, la elite de la gran nación de naciones pone “quinta”; sólo un tramo en su historia milenaria, aunque lo suficientemente contundente para ponerla definitivamente en el centro del mundo. 

El tiempo dirá si alcanzará la meta, como también si sus aparentes fortalezas (gran capacidad de mando de una comunidad inmensa y mayoritariamente receptora de las más duras determinaciones, consciente -o permeable- a la altura de los objetivos) no se transforman finalmente -como muchos avizoran-, en su talón de Aquiles.


(*) Docentes, UNC.

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