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Cazador de espías, filósofo del derecho

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Herbert Lionel Adolphus Hart y su concepto de lo jurídico. Su vida en las sombras determinó los conceptos que legaría para la Ius-filosofía.

Por Luis R. Carranza Torres

Herbert Lionel Adolphus Hart fue ambas cosas, en distintos períodos de su vida. Y por si fuera poco, se constituyó en uno de los más grandes filósofos del derecho que vio el siglo XX. Sus posturas respecto de lo jurídico como un fenómeno esencialmente lingüístico, sobre el análisis de su lenguaje como el punto de partida para su comprensión, y sus directivas respecto de qué debe entenderse como tal, nos influyen en el presente.

“Dueño de una inteligencia excepcional, la aplicó con igual éxito a la enseñanza del derecho, a la producción doctrinaria jurídica y filosófica, así como en la práctica profesional. La profundidad de su conocimientos en todas esas esferas, además que respecto a la literatura inglesa nunca dejó de impresionar a sus amigos y colegas”, puede leerse en el obituario que Douglas Jay escribió en el diario británico The Independent en ocasión de su fallecimiento, a cuatro días del hecho, el miércoles 23 de diciembre de 1992.

Nacido en Yorkshire en 1907, luego de obtener su título en leyes ejerció como barrister en Londres, entre 1932 y 1940. Es decir, de las dos categorías de abogados que existen en Inglaterra, se decantó por aquella que tiene como función litigar ante los tribunales.

Lo hacía ante un particular tribunal: la Chancery Court, o tribunales de equidad. En ellos los casos eran resueltos no conforme la legislación vigente sino por aplicación de los principios generales del derecho y de la “equidad natural”. Por ese tiempo inició también su aproximación a los estudios de corte filosófico. El litigar en tal ámbito influyó decisivamente en la formulación posterior de su pensamiento jurídico, aunque no era una actividad que le gustara particularmente.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial lo alejó de ella. Convocado en 1940, fue declarado “no apto físicamente” para el servicio militar de armas. Entonces se lo derivó al MI5, el Servicio de Seguridad británico, rama de la inteligencia dedicada a las actividades de espionaje y contraespionaje en el interior del país. Permaneció allí hasta 1945. Y si bien su actividad de esos días todavía permanece en el secreto, ha podido saberse que participó en el “Falso Día D”, operación destinada a confundir a los alemanes sobre el lugar donde los aliados desembarcarían en Francia. Se trataba de “cazar” a los espías germanos que arribaban a Inglaterra y convencerlos de transmitir información falsa a Berlín. Dicha modalidad pasó a la historia bajo el nombre de “Double-Cross System”. Los métodos para analizar la información por Hart luego fueron usados para pensar el derecho de otra forma.

Concluida la contienda, no volvió a ejercer como abogado, prefiriendo aceptar un puesto docente en el New College, uno de los más antiguos y prestigiosos “colegios” de la universidad de Oxford.

Su vida se encarriló entonces por lo académico. En el verano de 1952 comenzó a escribir su obra principal, The Concept of Law, aunque no se publicó hasta 1961. También entre 1959 y 1960 fue presidente de la Sociedad Aristotélica.

Sus conceptos de filosofía jurídica causaron admiración y rechazo, aplauso y abucheo. Pero ninguna polémica de su vida por aquellos años fue superior ni más pública que aquella en que se involucró a su esposa.

Hart estaba casado con Jenifer Fischer Williams, una de las primeras mujeres funcionaria civil en la burocracia inglesa. Con tanta preparación intelectual como él, había conseguido escalar hasta lo alto de la Home Office, el ministerio del interior inglés. Incluso, contra las convenciones de la época, continuó trabajando allí luego de casarse en 1941 con Hart. Sólo resignó su carrera luego de la guerra, para “pasarse” a la enseñanza universitaria, mudándose a Oxford con él.

Llevaban un matrimonio poco convencional y algo abierto, al menos en lo que a ella concernía. Varias de las relaciones paralelas de Jenifer fueron con amigos cercanos de Hart, como por caso Isaiah Berlin o Stuart Hampshire. Esas cuestiones, que rompían la tradicional discreción inglesa, fueron contadas por ella en sus memorias, tituladas Ask me no more, que vieron la luz en 1998, 6 años luego de la muerte de Hart.

Al filósofo no parecían importarle esos deslices. “El problema con mi matrimonio”, le dijo una vez a su hija, “es que uno de nosotros no está conforme con el sexo y el otro no está conforme con la comida”. Nunca aclaró cuál era cuál.

Sí le importó, en cambio, cuando el diario Sunday Times la acusó de ser una espía rusa a finales de la década del 50. La investigación subsiguiente probó que había estado afiliada al Partido Comunista en la década del 30, pero no que hubiera traficado con secretos del Estado. Hart en todo momento apoyó a su esposa.

Fue una de las cosas que más valoraron sus amigos: era una persona incondicional con sus afectos. Rompía, además, el molde de los intelectuales por ser una persona ocurrente y divertida. Y no le importaba ser discutido. Eso sí, su talón de Aquiles era cuando alguien citaba mal a Shakespeare o a otro literato. Se trataba de las contadas cuestiones que podían sacarlo de las casillas.

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