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Carolina Muzilli contesta hoy

Por Alicia Migliore*
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Por Alicia Migliore (*)

Hace pocos días escuchamos la frase fulminante que espetó, sin pudores, un hombre entrado en años: “Ya tienen la paridad, ¿qué más quieren?”. Obviamente se refería a nosotras, las mujeres…
Se generó un intercambio de ideas, con algunas reacciones en tonos disonantes y vehementes de la juventud, que ya ha logrado construir otra mentalidad.
De igual modo, la conmoción subsiste. En 2019 aún debemos debatir y dar batalla por cuestiones que debieron saldarse hace mucho tiempo. Tantos años pasaron que, como rescatista de la historia de mujeres valerosas, parece mentira la vigencia de los pensamientos de una gringa desdibujada por la historia oficial, a quien pido que responda tan desafortunada pregunta.
Ella dirá: “Tribuna Femenina es la única forma de que nuestra (de las mujeres) voz impresa pueda seguir escuchándose. Tenemos las mujeres necesidad de divulgar ideas para apresurar un mañana distinto.

Esta campaña que hacemos las mujeres no es contra ustedes, los hombres, sino para lograr una equiparación que sabemos justa y creemos impostergable. No nos interesan los privilegios, que rechazamos. Compartir es el objetivo perseguido. Deseamos dejar de ser una cosa, una simple cosa.
Lograr la emancipación de la mujer de una manera afín con las doctrinas político-gremiales de los accionantes del proceso masculino.
La escuela debe enseñar a los varones cómo ser hombres y a las mujeres cómo ser mujeres.
Creo que especialmente la mujer es la víctima propiciatoria de la religión, Pasando por el confesionario se convierte en sierva del hombre que la ha elegido como esposa pero que jamás le permitirá intervenir en el accionar de quienes aspiran a obtener reformas legales o económicas para su sexo. El catolicismo combate el divorcio, rechaza la separación de la iglesia y el Estado, no obstante saber que los principios esenciales al sistema republicano son incompatibles con un culto oficial. Bienvenido el afán de ilustración y mejoramiento en la mujer.
No queremos a la mujer esclava de prejuicios, no la deseamos presa codiciable para la explotación del taller.
Queremos que obtenga los derechos que le corresponden como ser humano y que pueda participar en el elevado banquete del espíritu. ¡Ojalá no esté lejano el día en que adquiera ese derecho!”

Solidarias, se arremolinan junto a aquel que increpara con la altanería de quien se considera superior y otorga alguna licencia, las mujeres que no creen en el feminismo, porque creen que no las alcanzan los reclamos.
Y ella, no se calla: “Yo llamo feminismo de diletantes a aquel que sólo se interesa por la preocupación y el brillo de las mujeres intelectuales. Es hora de que el feminismo deportivo deje paso al verdadero que debe encuadrarse en la lucha de clases. De lo contrario será un movimiento ‘elitista’ llamado a proteger a todas aquellas mujeres que hacen de la sumisión una renuncia a su derecho a una vida mejor. Abomino de la humildad por el simple motivo de mi apoyo a quienes exigen los bienes que les corresponden simplemente por vivir en un país donde se recita que Todos son iguales ante la ley”.
Si bien la tos interrumpe su discurso, su voz resuena nítida a pesar de los ciento diez años que pasaron desde que habló. ¿Quién es esta mujer tan osada que opina de todo, responde a cualquier pregunta y reclama por la explotación y por la brecha salaria, ante un auditorio mayoritariamente masculino y completamente absorto?
“La competencia hecha por el bajo salario femenino es la primera causa de la depresión de los salarios masculinos; proponemos organizar a las mujeres en sindicatos mixtos y en sindicatos femeninos. Establecer una jornada laboral máxima de ocho horas. Fijar un salario mínimo legal.
El trabajo de la mujer a domicilio aparece aquí, lo mismo que en todas partes, como una verdadera calamidad. No existe explotación más inicua que la del sistema de hacer sudar, empleado por todas las grandes y pequeñas tiendas de la metrópoli.
Ante un panorama tan sombrío, urge la reglamentación del trabajo a domicilio con un salario mínimo legal”. La atacan argumentando que tiene un discurso de barricada y ella rebate con estadísticas, ensayos publicados, artículos periodísticos y reconocimientos internacionales.
Ha logrado exasperar a todos los que la escuchan: ¡semejante atrevimiento con esa cara de muñeca! ¡Si apenas ronda los 20 años!
Está acostumbrada a desafiar, resistir e insistir. Tan poderosa es su convicción que todo lo posterga, hasta su salud, con tal de difundirla. Entrena en esta conducta desde niña, confrontando con lo que los mayores suponen que debería pensar. Lo hace por sí misma y busca justicia para mujeres y niños. Los acompaña en trabajos esclavos, en lavaderos, fábricas y conventillos, los guía en sus reclamos, publica sus denuncias, y nunca, nunca se calla.
Es Carolina Muzilli, la hija del gringo Cayetano y su esposa Victoria, nacida en la ciudad de Buenos Aires en 1889. Militante socialista, participó de cuanto movimiento feminista tuviera conocimiento, más allá de las ideologías de sus integrantes.

De este modo se anticipó, como sus coetáneas, a las definiciones que se instalarían un siglo después: Las cuestiones de género, trascienden las ideologías partidarias; la problemática de la mujer, y sus soluciones, son transversales. Por eso se entiende tan rápidamente con Alfonsina Storni, Elvira Rawson, Adelia Di Carlo, Julieta Lanteri, Raquel Caamaño, Fenia Chertkoff. Y se apoyan y acompañan, respetando sus diferencias y potenciando sus coincidencias.
Bella Carolina, la que su hermano ensalzó con unos versos reflejando sus luchas “Santa Carolina de la gente triste,/ en tu buena andanza cuántas cosas viste/ que dicen que el hombre viene del chacal…/ en brazos del malo la santa inocencia…/ y dolor horrible la honesta conciencia/ que se bate sola contra el vendaval…” buscando salud llegó a nuestra provincia, y se afincó en Bialet Massé escondiéndose, infructuosamente, de la tuberculosis que finalmente la abatió sin alcanzar los 28 años de edad.
Su aliento se apagó el 23 de marzo de 1917, pero su pensamiento escrito, pronunciado en tribunas o publicado en distintos periódicos y revistas llega hasta nuestros días, para responder a la pregunta ¿Qué más quieren?
Su ejemplo no pudo sustraerse a mezquindades ni a reivindicaciones de sus propios contemporáneos. Así mientras algunos impulsaban homenajes y recuerdos, otros los resistían.
Prueba de ello es la publicación del periódico socialista Libertad de 1935: “Valía más que el recuerdo de Carolina quedara en el corazón y en la mente de los que supieron ser sus buenos compañeros, y no en un triste callejón de la ciudad, donde siempre habrá un mal informado que se pregunte: ¿y quién era la gringa ésta? Sin que haya un hombre capacitado para explicárselo. Será la consecuencia de querer hacer de todas las cuestiones, cuestiones de partido.

Reconocer a esta valiente y laboriosa muchacha llamada Carolina Muzilli es propio de personas de probidad intelectual indiscutible. “Porque fuera de los partidos políticos también hay gente que piensa y siente”.
Reivindicamos esta voz potente y por momentos trémula.
Celebramos que se haya impuesto su nombre a una calle de Buenos Aires (va de Araujo a Larrazabal entre Manuel Artigas y Zequeiras) el 28 de diciembre de 1933.
Agradecemos el rescate formulado por Cosentino José Armagno en Carolina Muzilli, Biblioteca Política Argentina, publicado por el centro Editor de América latina en 1984.
Cada vez que alguien crea que todo está cumplido, que la sociedad ha saldado deudas ancestrales, que la igualdad de varones y mujeres es la establecida constitucionalmente, apelaremos a las voces que siguen clamando, desde hace más de un siglo. Carolina no está sola. Nosotras tampoco.

(*) Abogada-ensayista. Autora de los libros Mujeres reales y Ser mujer en política

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