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“Buena” política no es “vieja” política

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Julio María Sanguinetti es un privilegiado testigo de los tiempos; también un vector capaz de influirlos. Se prepara para lo que denomina “un nuevo servicio” a Uruguay. Por José Emilio Ortega (*)

Anochece en Montevideo. Roberto Cataldo, decano de los libreros de oficio que aún atesora la capital uruguaya, deja atrás la Plaza Independencia atravesando la luminosa Rambla. Llegando a Pocitos me sorprendo con su equilibrio: conviven sin molestarse el vértigo urbano y la tranquilidad del barrio. Al fin, tocaremos la puerta de una casona sobria y en un periquete presentaremos nuestro saludo al doctor Julio María Sanguinetti.
El despacho en el que transcurre buena parte de nuestra conversación -de carácter académico-, por confortable y provisto, podría generar en el visitante la idea de agotarse en el inmueble los sectores destinados a estudio y biblioteca. El ingreso está custodiado por una réplica del sable que el gobernador cordobés José Javier Díaz mandó templar en Jesús María para ofrendar a José Gervasio Artigas, en testimonio de lealtad al inexplorado -por historiadores o constitucionalistas argentinos- concepto confederal ensayado por el Protector de los Pueblos Libres.

“Los oficiales siguen jurando con ‘La Cordobesa’”, cuenta Sanguinetti, invitando a repasar – y repensar– señales históricas. En la esquina de la sala luce la banda que vistió en sus dos presidencias. Un magnífico escritorio, menos utilizado que los vastos anaqueles de volúmenes vivos -y se entiende claramente que su librero de confianza haya sido la mejor vía para lograr el encuentro- completan el marco.
Sereno y seguro, el primer presidente de la transición democrática uruguaya (1985 a 1990, con un segundo período entre 1995 y 2000) no hace del misterio la esencia de su atractivo. Mucho menos impone la distancia que podría sugerir su sorprendente recorrido público.
“Don Julio” elige el barrio como punto de apoyo para los primeros tramos de la conversación. Y nos explica que Pocitos no tenía traza residencial y que hasta pocas décadas atrás sus solares no interesaban al real estate.
“Era el barrio de la cárcel”, sintetiza. Un capítulo urbano marginal que había arrancado lejos del primer Montevideo -la Ciudad Vieja amurallada-, zona de mataderos, salares, pescadores o marineros. Aquella cárcel, famosa en los ’70 porque de allí se fugaron los mismísimos Tupamaros, hoy es un reciclado y ultramoderno centro comercial.

Sanguinetti no pierde el pulso de un origen entreverado con aceras y pueblo, pero también nutrido por antecedentes que lo ubican en esa clase media culta y ascendente que tempranamente tuvo, en el Uruguay, notable protagonismo social y político.
Su padre escribano fue abanderado de las milicias de reserva durante la Segunda Guerra; entre sus recuerdos de temprana infancia se cuelan los desfiles y también el Graf Spee ardiendo, tras impedirse su atraque en el marco de un ajedrez internacional en el cual el país oriental movió temprano las fichas al enrolarse en el sector de los Aliados.
El dirigente “colorado” lo interpreta coherente: “Los batllistas habían vuelto al poder en el ‘golpe bueno’ de 1942; la afinidad con el panamericanismo fue impulsada mucho antes, por Batlle y Ordóñez -admirador de Theodore Roosevelt- en sus dos presidencias (1903-1907 y 1911-1915), como también por Baltasar Brum (presidente entre 1919-1923), quien hará una trascendente misión a los EEUU como canciller, en 1918, viajando en el crucero ‘Montevideo’”.

Vocaciones
Aún menor de edad, Sanguinetti se volcó a la militancia en el Partido Colorado, iniciando paralelamente su labor como columnista en el “Semanario Canelones”, para pasar luego al diario “Acción”, bajo la influencia de grandes maestros: en la política, el propietario del medio y líder partidario y también presidente Luis Batlle Berres. En el periodismo, el argentino Francisco Llano -jefe de las redacciones de Crítica y Clarín-.
Nos invita a recorrer la casa y memoramos el borgeano jardín de senderos que se bifurcan, aquella metáfora que confundía el espacio y el tiempo; las galerías, las salas de estar y algún hall de distribución confluirán inequívocamente en ámbitos que, provistos de activas bibliotecas, se advierten permanentemente utilizados para escribir nuevos capítulos de un libro inacabado. Conocemos a su esposa, Marta Canessa, sobresaliente historiadora de aguda y fresca conversación, vital complemento para el gladiador de tantas batallas.

Don Julio engarza acontecimientos, fechas, personalidades, y en sus diversos archivos encontrará textos -varios de su autoría- y documentos históricos (un proverbial y disperso fondo fotográfico) con los cuales ilustrar sus miradas, en clave de pasado, presente y futuro.
Rescata el legado de generaciones de políticos profesionales tempranamente ubicados en esa carrera, “muy formados en asuntos de Estado”; familiarizados con la difusión de ideas por la prensa -las principales corrientes de los partidos Colorado y Nacional se reflejaron en medios prestigiosos como “El día”, “Acción”, “El Debate” o el aún vigente “El País”.
Aclarará que sólo el primero y el último adquirieron volumen de empresas periodísticas. “Aunque todos tenían su propio taller”, destaca no sin orgullo. Comprensible por tratarse él mismo de un hijo, y probablemente el más logrado representante, de aquella forja de cuadros que tan hondo caló en la idiosincrasia democrática y liberal del Uruguay.

Puesto a encontrar paralelos entre los grandes núcleos políticos uruguayos -que animaron durante gran parte del siglo XX un particular bipartidismo- y los argentinos, concede pero relativiza la empatía entre colorados y radicales. “La afinidad -admite- era con los socialistas”. Supone cercanías entre blancos herreristas y peronistas, en un contexto o “clima de época” -años 40 y 50- mayoritariamente refractario del justicialismo. Aunque afirmará, sin ambages, que el Tratado del Río de la Plata (1973) fue una contribución “fenomenal” de Juan Domingo Perón a las relaciones bilaterales. “Protegió al Uruguay hacia el futuro”, destacó.

Testigo y actor
Sus anécdotas son incontables; también las lecciones. Sólo se permitirá la nostalgia para evocar algunos ambientes de redacción que lo han marcado.
Fue un “joven turco” -tal el apodo de algunos seguidores de Luis Batlle- y también presidente. Fue un columnista vocacional que alcanzó la dirección de periódicos, erigiéndose en pluma de prestigio internacional. Celebra que la historia vuelva a plantearse, por el sistema educativo, complementada por la revitalización de la geografía y la vigencia de la cronología.
“La historia es tiempo sobre espacio” sintetiza, y volvemos a la alquimia borgeana.
Siente la hora de un nuevo desafío y se prepara para otra campaña electoral que lo tendrá disputando la presidencia de la República por el Partido Colorado, frente a dirigentes de nuevas generaciones. Lamenta que en éstas ya no haya vocación por una formación integral sino una especialización “tecnócrata”.

Su reaparición transformó el humor electoral y tuvo inmediato impacto en la opinión pública.
Se entusiasma. En lo interno, señala que “el crecimiento económico no detiene cierta declinación social”; ciertos bienes públicos deben recuperar calidad, esencialmente el educativo.
El panorama internacional lo muestra claramente dentro de los defensores de la democracia liberal, frente a la cual el Uruguay “no es neutral”, cuestionando la actitud del presidente Tabaré Vázquez en la crisis venezolana.
Recordará cuando en 1959 tuvo una temprana percepción -fue corresponsal en La Habana- de que la Cuba revolucionaria mutaría en dictadura: “Aunque no se sabía que sería comunista”.
A la casa llegan invitados. En poco tiempo se reeditará el clásico de siempre: Peñarol-Nacional. Hincha del aurinegro, comenta que sigue siendo un hombre de tribuna. “Allí soy sencillamente el Ceja”, dice. Y la sonrisa se ensancha.

Apuramos la partida. Al abrazarlo, sentimos la emoción de despedirnos de un padre, de un maestro entrañable. Parafraseando uno de sus más logrados títulos, es la historia misma saludada por un aprendiz de cronista. Julio María Sanguinetti es un privilegiado testigo de los tiempos; también un vector capaz de influirlos. Consciente de que la hora reclama un “plus”, se prepara responsablemente para lo que denomina “un nuevo servicio” al país.
Recupero una idea del sociólogo Carlos de Angelis cuando reclama en la coyuntura algo de “vieja” política.
Será porque, de antes o de ahora, la buena política jamás perderá vigencia.

(*) Docente, UNC

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