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Abraham Lincoln: un letrado en la presidencia

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Por Luis R. Carranza Torres / Ilustración: Luis Yong

La historia muchas veces no es como se cuenta en versión simplificada y coloquial. Y esto vale tanto para nosotros como en otras tierras.

Como sucede con las historias oficiales, el Abraham Lincoln real era menos solemne, con más errores y más problemas que lo que se filma en su memoria. Su vida, esencialmente, es la de un abogado que llegó a presidente. Pero desde ya aclaro, para evitar confusiones: se trata de un abogado que entró en la política por su actividad como letrado, y no de un político profesional, con título de abogado por adorno. Dos cosas muy distintas, si bien algunos tienden a considerar ambas situaciones como una sola.

Los inicios de la profesión de Lincoln, en la realidad de los hechos históricos, se parecen mucho más a la película Mi primo Vinny que a la almibarada solemnidad de la película homónima de Steven Spielberg.

Se trataba de alguien que había mudado su familia y bártulos a la capital del estado de Illinois para probar suerte como abogado, sin título ni mayores estudios. La población de Springfield, con sus 1.500 habitantes y cuatro fondas, era el segundo centro más poblado del estado, luego de Chicago. Y por ser su capital, la sede principal de sus tribunales.

En la informalidad del medio oeste estadounidense de la época, no era preciso tener título ni dar examen o ser miembro de la Bar Association (Colegio de Abogados) del lugar -que por otra parte tampoco existía-. Quien podía abogar a favor de alguien era su abogado, en esos territorios desprovistos de todo. Lincoln sólo había leído un par de libros jurídicos y estaba convencido de que el derecho no era más que sentido común. Llegaba de tal forma a la práctica profesional a sus 28 años y casi únicamente con el bagaje de sus antiguos oficios: jornalero, agrimensor (también oficioso), administrador de correos y tendero.

Se asoció entonces con el abogado John T. Stuart, quien le había prestado los únicos libros de derecho que había leído hasta entonces, y que además era primo de su esposa Mary Todd. Stuart se candidateaba al Congreso y necesitaba alguien de confianza para no dejar desamparados a sus clientes. Nacía entonces el estudio jurídico Stuart & Lincoln; un despacho pequeño, con su único mobiliario de un armario, una mesa, un par de sillas y papeles, muchos papeles, por lo general en desorden. Desempeñando tareas alternativamente de secretario y abogado, Lincoln no tardó en darse a conocer como un exitoso letrado, con particular fama de imbatible en cuanto a sonsacarles a los testigos aquello que no querían decir, y a cambiar el humor y opinión de los tribunales y jurados apelando a todo género de argumentaciones. Ninguna de ellas era de carácter jurídico y podía tratarse desde frases de la Biblia hasta refranes populares.

Un factor no menor de ese despegue profesional fue que el buen Abe frecuentemente prefería quedarse en el estudio hasta tarde o, directamente, pasar allí la noche, en lugar de regresar a su casa y enfrentar el carácter implacable de su mujer. Por eso mismo se transformó en un andariego, que postulaba en derecho en fondas, almacenes y bares, invariablemente consiguiendo de alguno un nuevo encargue profesional al partir del sitio del caso. De tales lugares “de pesca”, su preferido era la tienda de Speed, donde se departía sentado en cajas de madera o directamente sobre el mostrador, y no era raro que durante la charla pasara de mano en mano una garrafa de whisky de maíz.

Profundizando la estrategia de huir de su esposa, sale cada vez más seguido de Springfield ejerciendo como abogado defensor del tribunal ambulante que administraba justicia rotativamente, en cada una de las cabeceras de condados por todo el estado, que no tenían tribunal permanente. Tanto le gustaba ese tipo de vida nómade que se llamaba a sí mismo algo así como un “abogado rural” (prairie lawyer, literalmente “abogado de pradera”), y rechazó un ofrecimiento de uno de los mejores estudios de Chicago para entrar como socio de pleno derecho.

El contacto por casi dos décadas con el común del pueblo le hizo adquirir una popularidad en el estado como defensor de la justicia de sus causas. Luego empezó a ser contratado por los poderosos estudios jurídicos del este para llevar sus asuntos en Illinois y, después de pleitear ante la Corte Suprema de Estados Unidos un par de casos que hoy denominaríamos mediáticos, dicha popularidad se nacionalizó.

Como pasaba antes más seguido que ahora, la práctica del derecho fue su trampolín, en el caso de Abe Lincoln para candidatearse en 1860 al Ejecutivo del país, y convertirse finalmente, en las elecciones del 6 de noviembre de ese año, en el 16º presidente de Estados Unidos.

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