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La técnica de reírse de uno mismo

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Los que me conocen saben que soy muy propensa a la risa. No sé si eso es bueno o malo, pero la verdad en mi experiencia como mediadora a lo largo de todos estos años, el humor ha sido para mí una herramienta muy útil para descomprimir el clima hostil que se nos presenta en algunos procesos de mediación.

Por Nora Carranza *-  Exclusivo para Comercio y Justicia

Es por eso que a veces me descubro riéndome sola de mí misma al recordar situaciones vividas y me pareció bueno compartir algunas de ellas con ustedes. Seguramente no sería buena idea que me imiten, pero sí que puedan reírse un rato a mi costa. Aquí van.

Caso 1. En la época (lejana) en que todavía en el Centro Judicial de Mediación contábamos en cada sala con una cafetera con café, en una mediación por daños y perjuicios derivados de un accidente automovilístico y por mi costumbre de gesticular cuando hablo, le pegué a mi taza de café con tan mala suerte que la volqué entera sobre la pila de expedientes del abogado de la compañía de seguros y se desparramó por toda la mesa (cubierta por un vidrio).

Prestamente les dije: “No se preocupen, ya busco un trapo”, y volví corriendo con una rejilla que saqué de la cocina. En fin… ¿conocen lo que puede ser “la saturación del trapo”? Fue peor el remedio que la enfermedad: el trapo no alcanzó a absorber todo el café…, salí con el trapo chorreando por el pasillo, volví con un estropajo para limpiar, además de la mesa, el piso de la sala y del pasillo, mientras le había dado al abogado de la aseguradora mi paquetito de pañuelos de papel (que siempre llevo por las dudas a la gente se le dé por llorar) para que intentara hacer algo con sus expedientes impregnados de café. Cuando logré “dominar” la situación (por así decirlo), me dice el actor (un personaje de lo más serio y compuestito)…”Usted sí que es una mediadora que deja huellas”. No reímos todos y continuamos con la mediación, en la que finalmente se acordó.

Caso 2. Se trataba de una mediación por disolución de la sociedad conyugal. Yo acababa de volver de un curso de Marinés Suares en Buenos Aires sobre las preguntas circulares y me dije a mí misma “ésta es mi oportunidad de practicar todo lo aprendido”, y con aire de suficiencia le digo al señor en una reunión privada: “¿Ud qué cree que piensa ella sobre esto?” Y el me contesta, despectivamente y con más suficiencia que yo: “¿Ella? Ella no piensa”.

Mi neutralidad se vio bastante comprometida en ese momento. Respiré hondo pensando para mis adentros… “acá no me queda otra que ser yo…qué tanta técnica”, y le dije: “Caramba, qué problema. Entonces no me va a quedar más remedio que levantar la mediación, porque yo necesito que las personas que están sentadas a la mesa estén en condiciones de conocer los alcances de lo que se esta tratando y si la señora cuenta alguna discapacidad mental que le impida decidir, no puedo seguir adelante”. El señor se quedó mirándome con la boca abierta y me contestó, cuando pudo respirar de nuevo: “Bueno… yo no quise decir exactamente eso… creo que sí puede decidir”. Yo le respondí “¡Ah… me quedo más tranquila!.. Entonces entendí mal…podría entonces decirme qué cree que piensa ella?”, y me lo dijo y pudimos continuar.

Caso 3. Era una mediación familiar bastante complicada en la que los abuelos paternos se habían apropiado de sus dos nietas de 11 y 12 años, logrando la tenencia judicial provisoria de las niñas ante el juzgado de Menores y estaban convencidos de que lo mejor que podían hacer por ellas era impedir que tuvieran contacto con sus padres.

Por su parte, la mamá y el papá habían pedido régimen de visitas cada uno por su lado y estaban todos “peleando”, en el literal sentido de la palabra, la tenencia definitiva de las chicas. Como en el caso anterior, volvía de la presentación del libro de Pancho Diez y Gachi Tapia Herramientas para trabajar en mediación, y me había fascinado la parte en la que tratan sobre la legitimación, empowerment, etcétera. Es así como tuve la “brillante idea” de intentar que la abuela paterna legitimara a su nuera como para aflojar un poco la situación.

De ese modo, en una reunión privada no encontré mejor cosa que decirle: “Dígame algo bueno de su nuera”… Me miró con todo el odio que pudo y me dijo “no tiene absolutamente nada bueno, esa persona es un ser demoníaco”.

Otra vez trague saliva, respire profundo y me dije a mí misma “al diablo la técnica, acá tengo que ser yo” y le contesté: “Yo sí le encontré algo bueno; tiene unos ojos azules preciosos, los mismos que tiene su nieta más grande”, y fue el mejor “golpe bajo” de mi vida porque cada vez que tenía adelante a su nuera no podía mirarla más sin ver a su nieta adorada y eso ayudó a que pudiéramos avanzar de a poco a un acuerdo de tenencia y visitas que permitió la revinculación de ambas niñas con sus padres.

* Abogada, mediadora

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