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¿Vandalizar obras de arte para salvar el medio ambiente?

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Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

Una de las tantas cosas dignas de comentar que han sucedido este año fue el reclamo de grupos de ambientalistas que, bajo la consigna de salvar la naturaleza y el medio ambiente, vandalizaron una serie de obras de arte famosas, en distintos museos, arrojándoles sopa, pintura o cualquier cosa que pudiera causar impacto a su reclamo bajo el lema “¿qué vale más, el arte o la vida?”.

Es cierto que este modo de manifestarse no es nuevo. Hace ya más de un siglo, en 1914, la activista Emmeline Pankhurst, líder del movimiento sufragettes, tajeó siete veces el cuadro La Venus del espejo, del pintor Diego Velázquez, como parte de las acciones de lucha para que las mujeres pudieran acceder al voto.

En 1972, ante miles de personas, en la Basílica de San Pedro, el húngaro Lazlo Toth, al grito de “Soy Jesucristo”, atacó con un martillo de geólogo la escultura La Piedad, de Miguel Ángel, arruinando el brazo, un ojo y parte de la nariz de la Virgen María, antes de ser detenido.

Revival

En este actual revival dañino, los ataques son organizados por grupos que no sólo buscan visibilizar un reclamo que involucra a toda la humanidad sino que salen de lo individual para ser sistemáticos, parte de un plan de reclamos; por suerte, sin causar graves daños a las obras, por la protección que éstas tienen.

Independientemente de ello, creemos que es importante analizar si un fin noble -como es el que se cita para atacar- justifica que se afecten obras que forman parte del acervo cultural de todos los seres humanos.

Como siempre ocurre, se han alzado voces a favor y en contra de las acciones desplegadas por ambientalistas.

Quienes las promueven sostienen que no sólo están justificadas por sus motivos sino también porque fueron sido efectivas porque su objetivo -es decir, que su reclamo sea conocido- se logró, por llegar a una vasta cantidad de personas, consiguiendo, a su entender, insertar entre las preocupaciones de la gente el problema del cambio climático. No es menor destacar que los activistas, cuando llevan a cabo sus ataques, por cómo despliegan los hechos, tratan de situarse lo más alejados posible en algún tipo penal.

No se trata de actos de arrojo -ni mucho menos- sino de algo deliberadamente pensado para las menores consecuencias.

Aun así, quienes arrojaron el pasado mes de octubre una lata de sopa al vidrio que protegía la obra Los girasoles de Van Gogh, en la Galería Nacional en Londres, fueron arrestados por daños criminales y allanamiento de morada con agravantes, bajo los términos de la Criminal Damage Act de 1971 inglesa.

Entre quienes apoyan este tipo de protestas figura el cantante Bob Geldorf. “No matan a nadie, pero el cambio climático sí lo hace”, dijo.

Desde otra postura, Ottmar Edenhofer, director del Instituto para la Investigación del Clima de Potsdam, Alemania, criticó los ataques a bienes culturales.

Edenhofer estima que van en contra de lo que quieren lograr. “Queremos conservar el planeta y eso significa conservar también la cultura y nuestra herencia cultural”, afirmó.

Agregó que las metas de protección del clima deben delinearse en procesos democráticos e imponerse en ellos.

Relato

Parte de los tiempos complicados que vivimos son la proliferación de visiones maniqueas o falsas disyuntivas en temas controvertidos, en las que el “relato” que mejor acomoda al activista del caso reemplaza la presentación objetiva de los hechos.

Se busca impactar antes de informar y, por lo general, las posturas de ciertos grupos son autoelevadas a la calidad de dogmas que no admiten expresión en contrario; quien osa no estar de acuerdo con ellas para a ser el enemigo. Impiden, por tanto, el diálogo democrático, abierto y de buena fe, esencial para la salud de una sociedad libre.

Entendemos que un fin noble no puede justificar el ataque a personas, bienes u objetos sean éstos particulares o, como en el caso de las obras de artes, que conforman el patrimonio cultural de la humanidad.

Es cierto que el medio ambiente está en riesgo y que son necesarias medidas para preservarlo. Pero para que se haga efectivo es necesario dar lugar a la libre discusión y debate genuino, en el que se planteen las necesidades reales y se tomen las medidas adecuadas para lograr ese fin. Dañar obras de arte no es el camino.

Como dijo la química y divulgadora científica española Deborah García: “Vandalizar obras de arte es elegir el enemigo equivocado. Además, genera más rechazo que simpatía. Responde a una asociación estúpida. Se está usando el precio estimado de las obras de arte atacadas para señalar que los actos vandálicos no son contra el arte sino contra el poder. Qué grave es confundir precio con valor. Éste es el peligro de frivolizar sobre el cambio climático. En lugar de ofrecer información cierta, clara y proporcional, todo se convierte en espectáculo”.

Por más titulares que obtengan, acciones como las que presenciamos este año no van por el camino correcto y, más a la corta que a la larga, terminarán operando en contra de sus autores. En estos tiempos tan audiovisuales, equivocar el medio para comunicar descalifica la idea que se pretende transmitir.

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas

(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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