Me gustaría comenzar esta columna construyendo una “comunicación” entre usted, lector/a, y yo. Para eso deseo interpelarlo/la con la siguiente consigna: Lo/la invito a pensar: ¿Qué digo cuándo nada digo? ¿Verdaderamente “digo”?
Ya encontrados en la lectura y con un horizonte claro, considero importante recuperar el concepto de comunicación, por ejemplo, desde las palabras de Francisco Diez y Gachi Tapia, entendida ésta como “un proceso interaccional o un conjunto de acciones en la cual intervienen dos seres vivos que se relacionan a través de sus interacciones mutuas que, a su vez, producen modificaciones al influirse recíprocamente”. Es decir, podemos entender a la comunicación como una ida y vuelta de información entre los comunicantes, una transmisión e intercambio.
Nos detengamos en este punto para reconocer y resaltar que actualmente la comunicación entre los individuos se despliega no sólo en ámbito de la presencialidad, en el “cara a cara” como popularmente se dice, sino también encuentra lugar en el mundo de la virtualidad.
Con esta base podemos profundizar e indagar en los distintos tipos o modos en que puede ejercerse esta comunicación, tal y como señala Edith Palandri en su obra; por un lado: la comunicación verbal, es decir, aquella que se ejerce mediante la expresión del lenguaje ya sea articulado en forma oral o escrita y por el otro: la comunicación no verbal, dentro de la cual podemos distinguir la comunicación kinésica (gestos, movimientos, posturas, miradas), proxémica (distribución y desplazamientos en el espacio físico), paralingüística (tono de voz, entonaciones, acentos, ritmos en la voz, pausas) y simbólica (imágenes, íconos, señales, símbolos).
Teniendo este primer y sintético pantallazo podemos abordar las implicancias de la comunicación sobre el espacio de mediación, más específicamente, la importancia de la comunicación no verbal, la cual puede decirnos mucho más de lo que la persona efectivamente pueda expresar en palabras.
Así bien, podemos receptar una mayor o menor atención en quien revisa asiduamente su celular durante la audiencia de mediación o, en la virtualidad, quien quita la mirada de la pantalla repetidas veces. Podemos percibir la sorpresa de alguna de las partes en la forma en que abre sus ojos o levanta sus cejas, percibir cierto dejo de enojo o resignación en quien cruza sus brazos o se reclina demasiado en su asiento poniendo distancia con la mesa de mediación o con su dispositivo tecnológico –teléfono celular, computadora- en el ámbito de la virtualidad.
En definitiva, cada sentimiento generará estímulos y despertará señales en la persona que lo porte para manifestarse, quedando en nuestras manos la responsabilidad y debida atención para poder percibirlos.
Respecto del lenguaje verbal, se dice que los mediadores debemos poseer una “escucha activa” respecto de cada integrante de la mesa; la misma persigue construir puentes y solucionar posibles desacuerdos entre los hablantes, ya que, principalmente, permite ayudar a entender los intereses de cada quién. En palabras de Carlos Van-Der Hofstadt, la escucha activa es “el esfuerzo físico y mental de querer captar con atención la totalidad del mensaje que se emite, tratando de interpretar su significado correcto a través del comunicado verbal y no verbal que realiza el emisor, e indicándole mediante la retroalimentación lo que creemos que hemos entendido”.
Desde la óptica del lenguaje no verbal, los mediadores deberíamos entrenar y agilizar lo que podríamos llamar la “mirada activa” para no perder de vista toda la información que cada persona proporciona en cada uno de sus gestos y movimientos, aún en sus silencios y así colaborar con los intervinientes acompañándolos en la búsqueda de una solución a su conflicto.
De este modo, desarrollando y poniendo en práctica esta mirada activa podremos desentrañar la respuesta a estas primeras preguntas que dieron origen a este “diálogo”, las recordamos: ¿Qué digo cuándo nada digo? ¿Verdaderamente “digo”?
¿Qué dicen las partes cuando nada dicen en el espacio de mediación? Verdaderamente dicen y es mucho lo que dicen, tanto en el espacio de la presencialidad como en el mundo de lo virtual. Nos atrevamos entonces a tener una escucha activa de lo que el otro u otra nos comparte en su decir y animémonos a dar un paso más allá atreviéndonos entonces a mirar, pero a mirar de verdad con una mirada repleta de empatía, con una verdadera mirada activa.
(*) Abogada y Mediadora.
Excelente reflexión. Gracias
Excelente reflexión. Así es, debemos sumar la mirada activa allí en el espacio en el que se desenvuelva la mediación. Felicitaciones!