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Tracción a la pyme tecnológica desde el sector científico-tecnológico (I)

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La importancia de la inversión estatal en I+D y la existencia de capitales privados de riesgo

Por Esteban Anoardo

El producto bruto interno (PBI) de un país representa los bienes y servicios que se producen dentro de su territorio en un lapso determinado. Aquí cuenta tanto la producción propia como la de empresas extranjeras que operan en su territorio. Dicho índice refleja de alguna manera el valor agregado que incorpora un país a su propia materia prima, o a la que adquiere de otros países, sea por empresas nacionales o extranjeras.
Se entiende entonces que el PBI de un país no está directamente relacionado con la capacidad propia de generar valor agregado sino que puede depender en gran medida de la producción de empresas transnacionales que operan en dicho territorio, generalmente a partir de la aplicación de soluciones y herramientas que fueron desarrolladas en otros confines del globo.
Es curioso verificar que los países más desarrollados destinan un porcentaje mayor de 2% del PBI a investigación y desarrollo (I+D). En la mayoría de estos países hay una importante cantidad de pequeñas y medianas empresas que ofrece trabajos calificados, la pobreza está acotada a 15% de la población y la corrupción no goza de impunidad institucional ni social.

Acumulan premios Nobel pero a su vez poseen brillantes empresarios, así como empresas que, en la mayoría de los rubros, lograron afianzar un liderazgo global. Las razones históricas y socioculturales que conducen a la prosperidad difiere en cada caso, y hasta es posible preguntarse qué fue primero, si el huevo o la gallina: su notable inversión actual en I+D es consecuencia de una prosperidad y riqueza lograda con sudor y lágrimas; o al contrario, es consecuencia de una política sostenida de desarrollo científico-tecnológico-industrial. En muchos casos, son naciones militaristas y con un frondoso pasado bélico, factor también ligado al desarrollo científico-tecnológico.
La ecuación puede ser compleja y con matices que difieren en cada caso, pero lo cierto es que existe siempre una alta correlación entre desarrollo económico y científico-tecnológico: ¿simple casualidad?
Hay países, en cambio, que invierten entre 0,5% y 1% del PBI en I+D. En general, en estos casos existen problemas coyunturales de pobreza (superior a 30% de la población), corrupción o seguridad no resueltos. Son meros exportadores de materia prima; la diferencia entre los ingresos de un obrero y un directivo suele ser de dos (e incluso tres) dígitos. ¿Le suena conocido? Argentina nunca superó 0,6% del PBI en I+D. Por cierto, también existen países que destinan menos de 0,25% del PBI…

Otro indicador interesante es la asignación del presupuesto en I+D por habitante. Los países que destinan por encima de 2% invierten en general más de US$800 por habitante por año (más de US$1.300 Estados Unidos y más de US$1.200 Alemania). A excepción de Brasil, el resto de los países Latinoamericanos invierte menos de US$100. Al observar esta correlación entre inversión en I+D y desarrollo económico, resulta imposible negar el impacto que dicha inversión suscita en el progreso de una nación. Huevo o gallina, la correlación existe.
En el caso de Argentina se suma otra particularidad: la inversión privada en I+D es muy limitada (inferior a 0,15% del PBI). Es decir, quien solventa las actividades de I+D es principalmente el Estado, mediante instituciones como Conicet, universidades nacionales, CNEA, Conea, INTI e INTA, entre otras. ¿Por qué es esto un problema?
Por un lado, significa que una parte importante de las empresas que operan en el campo tecnológico es transnacional y maneja soluciones desarrolladas en sus casas matrices o en otros países donde radican sus centros de I+D. Es decir, los frutos del valor agregado y propiedad intelectual de dichas soluciones no quedan para el usufructo de los argentinos. Por otro lado, parte de las empresas nacionales es mera integradora de tecnología adquirida en el exterior. Salvo pocas excepciones, estas empresas escasamente interactúan con el sector publico de I+D, y en la mayoría de los casos no poseen estructuras formales dedicadas a tal fin.
En contraste, las empresas nacionales que sí interactúan con el sector publico de I+D son altamente dependientes del Estado (caso Invap e Y-TEC, por ejemplo). La casi inexistente inversión privada en I+D se origina en la escasez de empresas de base tecnológica (EBT) nacionales, capaces de ofrecer productos o servicios competitivos en un mercado global, que conlleven un alto valor agregado. A su vez, refleja la inexistencia de una cultura de inversión de riesgo.
Los programas gubernamentales destinados al fomento de EBT han sido de poco éxito, incluso cuando la disponibilidad de fondos no era la limitante. Otros países donde se replica este esquema son Brasil, Rusia e India. En la vasta mayoría de los demás países tecnológicamente activos, sobre todo en los que la inversión en I+D supera 2% del PBI, la situación es la contraria: predomina la inversión privada. Israel, Finlandia, Francia y Corea del Sur son buenos ejemplos en esta categoría.
En el caso particular de Corea del Sur, su inversión en I+D casi duplica hoy la de Estados Unidos y supera la de toda Latinoamérica y Caribe juntos.
Si bien hay quienes argumentan que no existe una relación directa entre la inversión en I+D y el crecimiento económico, de acuerdo con lo mencionado anteriormente parece ser clara una marcada correlación entre los parámetros citados que demuestran lo contrario.
Tal vez sea importante hacer un análisis un poco más profundo de qué significa I+D en términos concretos. Podemos clasificarla en tres áreas principales: investigación básica, investigación aplicada y desarrollo tecnológico.
En el primer caso, no hay más objetivo que desplazar la frontera del conocimiento. Los trabajos se hacen públicos (se publican en revistas científicas especializadas) y toda la comunidad científica internacional accede a los resultados y conclusiones de los estudios realizados.
El usufructo de las contribuciones de investigadores argentinos es global y, a su vez, nuestra comunidad de científicos se nutre de los trabajos realizados por sus colegas en el exterior. Quien espera un retorno directo de la investigación básica peca por inocente.
Es común encontrar en la opinión pública la idea de que el científico que realiza investigación básica es un parásito de la sociedad. Esta visión apocalíptica, que trasciende las fronteras latinas, se alimenta principalmente del desconocimiento y desinformación que parte de la sociedad posee sobre la actividad científica profesional.
El objetivo de la ciencia básica no se centra en lograr la aplicabilidad de sus estudios sino más bien en generar conocimiento incremental o disruptivo que, tal vez, serán el insumo del cual se nutrirán posteriormente otros investigadores y/o tecnólogos para sus desarrollos, en cualquier parte del mundo. Esto es así en Argentina y en cualquier otro país sobre la faz de la Tierra, hoy, ayer y siempre.
Parte de la tarea del científico básico es formar discípulos y profesionales capacitados para ejercer en el mismo u otros ámbitos, manejar ciertos conocimientos diferenciales (educación de alto nivel) que, llegado el caso (nunca se sabe), sean necesarios para resolver un problema complejo con alto impacto social y/o aportar al crecimiento intelectual de la humanidad (en cualquier campo del conocimiento).
El rol estratégico que juega para una nación es  contar con recursos humanos altamente capacitados y una infraestructura disponible para estudios de alta complejidad, y éste es un activo que no se puede comprar enlatado de un día para otro.

(*) Profesor de la Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación (Famaf), Universidad Nacional de Córdoba. Investigador de Conicet, Instituto de Física Enrique Gaviola

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