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Para novedades, los clásicos

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 Por  Christian Julio Díaz (*)

En estos días sentí la necesidad de volver a reflexionar en torno al clásico Si… ¡de acuerdo!. Como negociar sin ceder, publicado en 1981 y escrito por Roger Fisher, William Ury y Bruce Patton. Para quien no los conoce, son profesores de la Universidad de Harvard y precursores del modelo de mediación que lleva el nombre de la universidad. Este libro es, sin lugar a dudas, un clásico y, por ende, una de las bibliografías fundamentales de la materia.
Les atribuyo a los “clásicos” gozar de un letra viva. Trascienden el tiempo y lugar en el que fueron escritos; y como las callecitas de Buenos Aires, tienen ese “qué sé yo, viste”, cuando los volvés a leer.
Esta vez escribo para la columna con la profunda necesidad de revisar procesos personales. Anhelo que este compartir experiencias aporte un granito de arena en nuestra labor diaria.
En más de una oportunidad me veo involucrado en discusiones en las que agravio o me siento agraviado. Todo empieza con una cuestión “X” a resolver. Y en el desarrollo de la discusión, de “rompe y raja” estoy envuelto en acusaciones personales recíprocas. He intentado prestar atención al proceso para descubrir cómo se origina. Utilicé la expresión de “rompe y raja” porque así de repentino, inesperado e incierto es el detonante. El tono de voz, el volumen, el énfasis puesto, la palabra inapropiada o mal entendida, la frustración por la incomprensión, la descalificación directa o indirecta y el “chicaneo” terminológico como recurso en una discusión.
¿Y todo esto que produce? Ofensa en el interlocutor. La ofensa es una emoción que se produce como consecuencia de percibir el entorno como un estimulo agresivo y que a su vez es injusto e inmerecido. La emoción es una respuesta adaptativa a los estímulos del entorno, por lo que la persona ofendida reacciona con un sentimiento de rechazo hacia el agresor. A esta altura de la discusión, la cuestión se hizo personal. En términos de Fisher, Ury y Patton, “se trata al problema y a la persona como si fueran la misma cosa”. De ahora en más, el conflicto queda planteado en términos de “o somos Nosotros o son Ellos”. El estado de situación es que tenemos dos problemas; el primero “X” que nos converge y el segundo, el personal, que nos distancia.

Ahora bien, tal vez éste no sea el espacio para escarbar en las raíces de este efecto negativo de los conflictos, pero arriesgaremos una idea. Los seres humanos somos propensos a confundir “lo que somos, con lo que hacemos”, “lo que somos, con lo que decimos,” “lo que somos con lo que tenemos”, “lo que somos… con lo que logramos”. En el mejor de los casos, tenemos la miserable atracción de identificarnos con nuestras manifestaciones, y en el peor, con las cosas que tenemos o logramos.
Pensemos en un cuadro de Renoir (mi favorito), por si acaso, Coucher du soleil a la mer, de 1879. ¿Este cuadro es un “Renoir”? Sin dudas, sí. Refleja su estilo. ¿El cuadro abarca a Renoir? No. Porque la persona de Pierre-Auguste es más que ese cuadro. Ahora bien, complejicemos la ecuación, ¿Renoir es su obra?… Digo, porque por su obra hoy lo estamos citando. Es decir, que Pierre–Auguste es un “Renoir” por el talento puesto en sus obras. Pero entiendo que no. La obra de Renoir es una gran manifestación de su talento y un gran aporte a las artes, pero no agota a Pierre-Auguste. En todo caso, su obra puede llegar a explicarlo pero no a definirlo.
Sin embargo, reconozco un “claro gris oscuro”. Una frontera de contornos difusos “impresionistas”, en que la obra contiene algo del artista y en la que la calidad del artista es definido por su obra. ¿Podemos escindir totalmente al artista de su arte? ¿Podremos denostar la obra de Renoir sin afectar a Pierre-Auguste? Y en sentido inverso ¿si tachamos de infame la vida personal Pierre-Auguste, cómo quedaría conceptuada su obra? Si no, preguntémosle a Oscar Wilde (por suerte, las generaciones futuras trataron mejor a Wilde que lo hicieron sus contemporáneos).
Si hay algo que veo claramente, es que no llego a definir el punto; y creo que tiene que ver con el proceso personal al que hice referencia al principio. Al final de cuentas, el saldo es incierto. Y por ello recurro nuevamente a Fisher, Ury y Patton, quienes bajo el titulo Separe las personas del problema nos aproximan a una alternativa de solución.

 «Recurro nuevamente a Fisher, Ury y Patton, quienes bajo el titulo Separe las personas del problema, nos aproximan a una alternativa de solución.
Les dejo planteado el problema y, para terminar, unas palabras de los autores: “La separación de las personas del problema no es algo que puede hacerse de una vez y que luego puede olvidarse; hay que seguir trabajando en ese sentido. Lo esencial es tratar a las personas como a seres humanos y al problema según sus meritos”.

(*) Mediador. Abogado.

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