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Hasta siempre, querido Leo

Leonardo Luna. El fotógrafo de Comercio y Justicia falleció hoy y dejó un legado único en el periodismo de Córdoba.
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Antes de las selfies, mucho antes del avatar animado de las redes sociales, hubo un tiempo en que a los dieciséis años sacabas el documento que ibas a tener hasta los 42 más o menos. Eran tiempos en que tenías que portar siempre en el bolsillo el DNI con tapa verde de papel con tela. Y lo tenías por 25 años más o menos, mientras no lo perdieras. 

Leonardo Luna no lo perdió nunca. Era el testimonio de un juego. En la foto de los dieciséis, los muchachos competían a quién llevaba el mejor peinado, quién salía con la mejor foto en el documento. Ese día Leo jugó al nudo de corbata más grande del mundo, ese que te queda cuando la prenda mide sólo 30 centímetros. Y ganó el juego: la foto era un nudo de corbata gigante con un Leo al fondo. 

Leonardo era uno con su cámara. Fue el fotógrafo del diario Comercio y Justicia por más de 22 años. Por supuesto, fue mucho más que eso: uno de los primeros socios de la Cooperativa que administra el diario, consejero de su directorio, compañero en las buenas y en las malas, redactor a veces. Buen tipo, por sobre todo. Y era un niño: sus fotos solían tener una marca lúdica, que tenías que adivinar y cuando lo hacías, una gran sonrisa le iluminaba el rostro. En algún costado de la imagen había una marca que decía «una foto de Leo».

Nos conocimos en otra redacción. Yo era un joven editor de Policiales que descubría que este fotógrafo no servía para las tétricas imágenes de las escenas de un crimen. Era demasiado sensible. Tampoco era muy ducho en Deportes: pensaba mucho y se le perdía la jugada. Su fuerte tampoco serían las fotos de estudio, aunque los encargos salían bien. Lo que Leo quería era retratar la vida y los protagonistas de la maravilla cotidiana: la mirada de una anciana y sus mil arrugas, las manos de un trabajador transformando el mundo, la onda de una bandera al viento, el vaporoso brillo de un cafecito caliente. 

Por eso mismo fue el mejor fotorreportero que pudimos tener en este diario que circula por pleno siglo veintiuno con la elegancia de un Cadillac 1974, sobrio, serio, con el ojo atento pero la mirada equilibrada. 

Más de dos décadas de millones de fotografías con su marca atestiguan en nuestros servidores la dedicación japonesa de Leo por el encuadre justo, el equilibrio de color, el balance de blanco, la entrada de luz y otras obsesiones técnicas en un tipo de fotografía, la periodística, llamada a ser rápida y práctica, más testimonial que bella. 

Corríamos a una nota a la que llegábamos tarde, pero el tiempo se detenía cuando él descubría una vista única, un singular rayo de sol sobre una cúpula de un antiguo edificio de la ciudad y se detenía a captarla. Era su sueño hacer un libro con las cúpulas de Córdoba, esas majestuosas formas que nunca vemos porque vamos demasiado ajetreados para admirar. 

Sueño eterno, inconcluso, que fue declarado huérfano este martes 26 de marzo por ese enemigo pandémico invisible pero brutal, que se llama dengue y hoy colapsa hospitales y angustia a una de cada siete u ocho familias en Córdoba. 

Sí, aunque parezca mentira el enemigo público número uno de la Argentina no son ni las personas que cobran algún tipo de plan social o quienes pululan por los pasillos del Congreso. Es un insecto de origen egipcio que llegó en silencio y sin avisar, como los traidores, a esta bendita tierra hace mucho tiempo y se tomó el trabajo de reproducirse hasta el infinito para hoy esparcir una enfermedad que atesta hospitales y se lleva vidas, maravillosas vidas de personas hermosas, de hermanos, socios, compañeros. Como la de Leo. 

Una enfermedad que tiene tratamiento conocido, vacuna probada, pero que no merece más de 30 segundos en la conferencia de prensa cotidiana del vocero presidencial de un gobierno que eliminó el Ministerio de Salud. Y que convocó a la primera reunión federal de ministros de salud del país hace apenas unas horas, cuando en Córdoba las cifras hablan de 15 mil casos en blanco más una cifra enorme de casos en negro, no diagnosticados. 

Doble injusticia para sus víctimas, diría un Leonardo Luna que dedicó su vida a denunciar con su fotografía comprometida, las indignidades del mundo y su contraparte: la alegría de la rebelión contra la opresión. No hubo Juicio por la Verdad que no cubriera. No hubo marcha del 24 de Marzo en la que no estuviera desde que una cámara llegó a sus manos. No hubo 8 de Marzo en que no lo hiciera y en que no se abrazara con sus protagonistas, como lo hizo hace pocos días. 

Por esas coincidencias mágicas de la vida se fue un 26 de marzo, el mismo día en que hace 31 años el diario The New York Times publicó la famosa foto del buitre que espera la muerte del niño sudanés desnutrido. Fotografía-símbolo del fotorreportaje periodístico que sólo con su imagen es capaz de conmover al mundo al punto de torcer el eje del planeta. Homenaje póstumo de Leo a Kevin Carter y João Silva, los fotógrafos que ganaron el premio Pulitzer por ello. 

Leonardo Luna, el del nudo de corbata más grande del mundo, el grandote juguetón de la foto con enigma, el autor de un libro nunca editado que compendia las cúpulas de la Docta, el compañero de la vida sana y deportista nadador de aguas abiertas, ya no está entre nosotros. Quedan las maravillas que sus manos moldearon: sus hijos, sus fotos, su sonrisa, su generosidad, su historia junto a nosotros, sus compañeros. Hasta siempre, querido Leo.

Comentarios 1

  1. Samuel Paszucki says:

    Tuve la suerte de ser fotografiado por Leo algunas veces. Siempre de buena onda. Descansa en paz. Seguirás presente en mis recuerdos

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