Comiezan a sustituirlos por estructuras celulares humanas que emulan mejor el sistema biológico y ofrecen respuestas más precisas. Una científica argentina trabaja con organoides para estudiar nuevas terapias dirigidas contra el cáncer de mama
Ratones, conejos, monos y gatos son algunas de las especies que generalmente se encuentran en los laboratorios para hacer experimentos y estudiar las enfermedades que afectan a los humanos. Según la ONG Humane Society International, se estima que más de 115 millones de animales son utilizados para el testeo y la investigación científica en todo el mundo. Sin embargo, no siempre los modelos presentan las características biológicas necesarias para realizar los estudios de interés.
En un reciente artículo publicado en la revista Drug Discovery Today, un grupo de investigadores de Argentina, Brasil y Canadá destacó la necesidad de adoptar en los estudios biomédicos formas de experimentación alternativas, basadas en el cultivo celular, que ya se están implementando con éxito en instituciones de Estados Unidos y Europa.
Según quienes defienden esa postura, existen al menos dos opciones que ofrecen mayores ventajas a la hora de investigar: ciertas células madre fabricadas en el laboratorio, llamadas “pluripotentes inducidas” o iPS; y los llamados “organoides” (órganos en miniatura). Ambos posibilitan desarrollar modelos de investigación personalizados y crear tratamientos, con base en células extraídas de los mismos pacientes; permiten estudiar las enfermedades con mayor precisión; y propician el ensayo de nuevas drogas de manera más segura y económica.
En Argentina, la doctora Marina Simian, bióloga e investigadora del Conicet en la Universidad Nacional de San Martín, trabaja con organoides para estudiar nuevas terapias dirigidas contra el cáncer de mama. Así lo difundió la Agencia CyTA-Leloir de noticias científicas del país.
Los organoides están “formados por un conjunto de células que, en un sistema de cultivo tridimensional, son capaces de replicar tanto la función biológica como la estructura que tiene el órgano de origen o el órgano que emula”.
Simian fue la única científica argentina que participó en la autoría del artículo y en la reunión de expertos que el grupo internacional BioMed21 Collaboration organizó en 2017 en Río de Janeiro.
En el encuentro, los especialistas propusieron implementar estas nuevas estrategias en el estudio de afecciones cerebrales, tales como la microcefalia causada por el virus del Zika, el síndrome de Dravet (una encefalopatía epiléptica severa), el autismo, la enfermedad de Parkinson y patologías neuropsiquiátricas, dado que los modelos experimentales no representan totalmente la condición humana.
En el caso del Alzheimer, por ejemplo, los científicos señalaron que los ratones no presentan la pérdida neuronal extensiva o la formación de ovillos neurofibrilares que caracteriza a la patología en los seres humanos. La situación se repite en el autismo, ya que ni los roedores ni los primates no humanos comparten los rasgos genéticos, el sistema inmune o los circuitos cerebrales alterados que presentan los pacientes.
“El método actual es ineficiente y costoso”, aseguró Simian, quien pronosticó que la cantidad de animales de experimentación podría reducirse en los próximos años. “Es una necesidad técnica y un imperativo moral”, concluyó.