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Verbaux, el perro justiciero

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La lealtad a su amo, aun después de muerto, lo llevó a protagonizar un extraño juicio 

  Por Luis R. Carranza Torres

En la fortificada ciudad medieval francesa de Montargis, en el siglo XIV, un caballero de la corte del rey Carlos V de Francia, Aubry de Montdidier, despertó la envidia de un arquero de la guardia real y compañero suyo de armas, Robert Macaire, a causa de la confianza que el monarca le deparaba. Sintiéndose desplazado a un segundo plano por culpa de aquella estima, el resentimiento y su orgullo lo llevaron a tomar la determinación de eliminar al buen Aubry.
Aprovechó, a tal fin, que Mondidier acostumbraba dar largos paseos por el bosque de Bondy, en compañía de su perro Verbaux. No existe un acuerdo sobre la raza del perro pero la mayoría de las fuentes lo citan como un galgo.
Un día, Macaire se adentró en el bosque, confundiéndose con su espesura a la espera de su presa, y cuando divisó a Montdidier le arrojó un dardo envenenado. En tanto la ponzoña derribó a Montdidier, su perro Verbaux se arrojó contra su atacante, quien debió aprisionarlo en una red, tras lo cual lo ató a un árbol. Luego fue hasta su víctima. Aubry de Montdidier seguía vivo aunque agonizando, por lo que lo remató a cuchilladas, tras lo cual lo arrojó en un hueco del terreno y lo cubrió con ramas para luego huir del lugar.
Verbaux, que lo había visto todo, tras un continuo esfuerzo pudo romper la cuerda de la red que lo aprisionaba y se arrojó encima de la tumba, dejando escuchar sus desgarradores aullidos en el bosque entero. No fue sino varios días después, cuando regresó a Montargis. La gente se extrañó de verlo sin su dueño, ya que eran inseparables. Los soldados de la guardia en el castillo no entendían su conducta, la razón de esos aullidos desesperados suyos, como si les reclamara algo. Cuando se decidieron a hacerle caso, el perro los guió a lo profundo del bosque en donde estaba el cuerpo de Aubry.
El rey Carlos V, consternado por la muerte de su amigo, dispuso sepultarlo con los más altos honores. A Verbaux lo retuvo a su lado en la corte, donde pronto cortesanos y servidumbre lo colmaron de cariño. «Es lo único que me queda de mi amigo Aubry y tiene su misma lealtad», dijo el monarca.

Nada se sabía del autor o el motivo del atroz crimen pero cada vez que Verbaux advertía la presencia de Macaire en donde estaba, corría hasta él para abalanzársele, buscando clavarle sus colmillos. Una rara conducta, ya que con las demás personas era un perro tranquilo.
El comportamiento del animal despertó el interés de cada vez más gente, sembrando las sospechas sobre Macaire, que juraba y perjuraba desconocer la razón de tal animosidad.
Pronto los rumores llegaron a conocimiento del rey, quien entendió lo mismo que muchos en su corte: la conducta del animal acusaba al arquero de su guardia por lo sucedido a su dueño.
Convocó entonces al Tribunal de Justicia del reino, en el castillo de Montargis, citando a Macaire a fin de que expusiera su postura respecto de los ataques del animal. Por expresa voluntad real se permitió que el perro compareciera como parte de la acusación.
Verbaux, al verse delante de Macaire, volvió a buscar atacarlo. El arquero real, cuyos servicios a la corona no estaban en duda, volvió a decir que no tenía nada que ver en la muerte del caballero Aubry de Montdidier.
Entendiendo que el perro, con sus ataques feroces, lo acusaba de ella, el rey ordenó un duelo judicial, en presencia de la corte, entre el animal y Macaire. Se trataba de un modo medieval de probar quién tenía la razón y quién no, al suponerse que Dios concedería la victoria a quien tuviera la justicia de su parte.
Macaire aceptó. Hasta entonces el favor real le había impedido deshacerse del perro, pero en una pelea armado, siendo un guerrero victorioso en batalla, las posibilidades estaban decididamente a su favor. Más aún cuando se le permitió presentarse con su jubón protector de cuero, manoplas de hierro y borceguíes con punta de metal. Todo ello a prueba de mordidas caninas.
El duelo se llevó a cabo en los corrales del castillo, acordonados por una empalizada para separar a los combatientes de los espectadores, con un palco real y gradas. La curiosidad atrajo no sólo a los cortesanos sino a toda una multitud procedente de la ciudad.
Al inicio del acto, el pregonero de la corte anunció: «Por voluntad de Carlos V, Rey de Francia, y cumpliendo un mandato judicial, en este día del año 1371, se batirán en duelo hasta las últimas consecuencias, el chevalier Macaire y el perro Verbaux. Al hombre, para su defensa y ataque, se le ha entregado un garrote. Al animal, para su protección en caso de necesidad, se le ha concedido un barril abierto por ambos extremos».
Pese a su desventaja, el perro se las ingenió para que Macaire, en su furia por apalearle, trastabillara con el barril, cayéndosele el garrote. Entonces, Verbaux se echó a su garganta. El dolor y la perspectiva de morir con el cuello despedazado convencieron a Macaire de confesar, a viva voz, su crimen. Salvó entonces su vida, para morir al día siguiente, ahorcado en el cadalso real.
El rey honró al victorioso Verbaux, quien terminó sus días rodeado del afecto de todos en la corte, como mudo ejemplo de hasta dónde puede llegar un perro en el ansia de buscar justicia por el crimen de su dueño.

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