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Venezuela y Guyana, enfrentadas en una guerra sin fin

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Las fronteras son un espacio geopolítico donde las leyes de los Estados nunca llegan. Es tierra de nadie. 

Ese lugar del que hablan los teóricos de la guerra y estrategas y que la “ingenuidad” de los políticos pretende soslayar cuando sueñan con un mundo sin conflictos. Casta que -al parecer- tiene casi desprecio por los muertos y no se anima a condenar los crímenes de guerra y genocidios. 

¿Acaso en la lista de sus amigos y favorecedores ocupan un lugar importante los traficantes de armas? ¿Alguien se atrevería a desmentir nuestra aseveración? ¿Cuándo esos contribuyentes mostrarán el origen lícito de esos fondos?

Unos y otros son maestros de la hipocresía. Prometen consolidar la paz mientras aúpan los nacionalismos para que se enfrenten en guerras fratricidas, que nos hacen recordar una sentencia de Domingo Faustino Sarmiento que describe, con rasgos trágicos, a las naciones americanas. Sarmiento, en su inconcluso Conflicto y armonías de las razas en América, dijo que celebran y cantan a la libertad y la destrozan a sablazos. 

Las fronteras, más allá de los decires del derecho internacional, son las zonas más inestables de nuestro continente. El truco de mover los hitos demarcatorios es tan real como los enfrentamientos entre fuerzas de seguridad de naciones colindantes, que se preparan y aguardan una guerra que tarda en llegar. 

La misma guerra que aguardaba el teniente Giovanni Drogo, quien es destinado a la Fortaleza Bastiani tras completar su formación militar. La fortaleza se sitúa frente al desierto (legendariamente ocupado por los tártaros) en una «frontera muerta» con el Reino del Norte, retratada en aquel film inolvidable llamado El desierto de los Tártaros (1976), dirigida por el director italiano Valerio Zurlini, con libro de Dino Buzzati, uno de los mayores novelistas de la década de los años 40.

Es tiempo de marchar hacia nuestro destino. Nos internamos en selvas enmarañadas e inhóspitas. La región de Rupununi fue escenario –en 1969- de una guerra relámpago. Una rebelión de amerindios separatistas comandados por un puñado de aventureros estadounidenses ligados al Partido Republicano, quienes contaban con apoyo militar venezolano.

El área en cuestión abarcaba en la ocasión 35 mil kilómetros cuadrados y estaba casi despoblada. Por ella, desde siempre, entraron en colisión los gobiernos de Caracas y Georgetown. 

Una pelea histórica que es seguida con atención por los gobiernos de Brasil, Gran Bretaña y Estados Unidos que promueven las rivalidades raciales entre hindúes, indios, blancos y mestizos. 

Semejante atolladero sólo podía ser resuelto en la mesa de negociaciones diplomáticas. Es, en buen romance, una zona inventada por el colonialismo británico que recién en 1966 dejó de explotarla en forma directa.

Un párrafo especial merece el mosaico racial de la región. Los amerindios son, en realidad, indios americanos. Pueblos originarios. 

En Guyana reciben ese nombre para distinguirlos de los indios de la India, otra importante minoría que sumaría 50 por ciento de la población. 

En Rupununi los amerindios de las etnias lokono, makushi y wapishana trabajan en grandes establecimientos agrícola-ganaderos de propietarios que detestan la hegemonía negra. Ésta alcanzó -en el tiempo que evocamos- el poder en Georgetown con el primer ministro Forbes Burnham.

Es tiempo de ampliar nuestro foco de atención. Venezuela mantiene reclamos diplomáticos en defensa de sus pretensiones soberanas en la zona. Ésa es la razón por la que en forma constante mantiene “calientes” las aspiraciones secesionistas amerindias. 

Los amerindios habitan parte de la Guayana Esequiba, un área de 159.542 mil kilómetros cuadrados que la República Cooperativa de Guyana administra como propia, pero cuya soberanía es reclamada por Venezuela basándose en el Acuerdo de Ginebra del 17 de febrero de 1966.

Ante el fracaso de las negociaciones, Caracas opta por el uso de la fuerza. Campo en el que también es derrotada pese a que: 

1. En su provincia limítrofe -Guayana- concentra un polo de desarrollo con la intención de atraer hacia su territorio la población amerindia y reiterar el territorio sudamericano la experiencia nazi de los Sudetes.

2. Mantiene, en lo posible, lazos de confraternidad con dirigentes de la región esequiba, según las denuncias del premier Burnham, y pese a los desmentidos de Caracas.

Venezuela, entrenó -y entrena- a los levantiscos en campamentos especiales y los armó hasta los dientes, proveyéndoles aviones y helicópteros.

Todo quedó al desnudo cuando el canciller venezolano Ignacio Irribarren Borges recibió en su despacho a Valerie Hart, la esposa de Harry Hart (uno de los comandantes de la Rebelión de Rupununi). La mujer era de armas llevar y se puso al frente de la revuelta. 

Las sospechas cobraron un vuelo notable al saberse, a poco de andar, que el gobierno caraqueño había corrido con los gastos de la señora Hart.

La zaranda es grande. Es que hay que despejar mucho ripio para comprender qué es lo que ocurre en ese pedazo tan codiciado y remoto de América del Sur. 

Los Hart, antes de lanzarse a su aventura conquistadora, realizaron un viaje por el sur de Estados Unidos. Los recortes que pueblan nuestro escritorio informan que se reunieron con el gobernador de Alabama, George Wallace, con autoridades de la dirección de Asociación Nacional del Rifle y que recibieron una presea que los hacía miembros plenos del Ku Klux Klan. 

Otra vez el doble rasero de la diplomacia “yanqui”. 

Mientras cuidaba las andanzas secesionistas, el Departamento de Estado proporcionó a Guyana un arsenal que transformó al país en un auténtico acorazado de bolsillo. Es la segunda nación de América Latina que -proporcionalmente- recibe la mayor cooperación. 

Es un país clave en la estrategia de Washington para el Caribe y el norte de América del Sur. 

Por su parte Brasil, potencia hegemónica del área, concentra miles de soldados en la frontera guyanesa, al tiempo que explica -diplomáticamente- que no verá con agrado interferencias de terceras potencias en su vecindad. 

Expertos de la Universidad Estatal de Campinas (Estado de San Pablo, Brasil) explican que el enclave de las Guayanas es una bomba de tiempo. 

Es una de las hipótesis de conflicto más potentes de Brasil. Hipótesis que lo llevó -a lo largo de la historia- a tener enfrentamientos con potencias extracontinentales como Francia, Alemania, Gran Bretaña y los Países Bajos.

Es tiempo de concluir nuestra tarea. Venezuela y Guyana se enfrentarán de nuevo política y diplomáticamente por el destino de la Guayana Esequiba. Se trata de la posesión de una parte sustancial del territorio guyanés -alrededor de dos tercios- que es reclamada por Caracas en un contexto en el que, además, la ex-colonia británica descubrió enormes riquezas petroleras.

Según Venezuela, el Laudo de París de octubre de 1899 que refrendó su frontera con el Reino Unido en lo que se llamó la Guayana Británica hasta 1966 es nulo e írrito. 

Guyana piensa lo contrario. El tema se ha reactivado en los últimos meses a partir de la decisión de Guyana de ir a la Corte Internacional de Justicia de La Haya, dejando atrás el compromiso bilateral pautado en el Acuerdo de Ginebra de 1966. 

La controversia territorial entre Venezuela y Guyana incluye dos aspectos principales. Uno es de carácter jurídico y otro es de carácter político. 

El de naturaleza jurídica se basa en el reclamo de Venezuela de más de 70% del territorio de la República Cooperativa de Guyana. El de carácter político se deriva del anterior y ha pasado por diversas etapas, en las que cada país ha tratado de lograr y mantener respaldos domésticos e internacionales, con el fin de cumplir con sus objetivos. 

Uno pretende que se le devuelva una parte de su territorio despojado, el otro se niega a desprenderse de lo que estima es suyo.

Ante la diáspora venezolana, según nuestras fuentes, Caracas recurrió a la solución que le propuso en 1969 el matrimonio Hart. Para ello, contrataron dos mil soldados de fortuna que ofreció una agencia de colocaciones residente en Georgia. 

En el terreno han mostrado que no tienen límites en su accionar.

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