Cuando han fracasado en el país las discusiones y exposiciones serias, francas y trascendentes sobre los problemas estructurales de Argentina mediante el disenso y la multiplicidad de opiniones de los sectores organizados de la sociedad, la solución definitiva de éstos parece no estar garantizada con el próximo recambio institucional.
Los decadentes grupos políticos y estructuras de partidos en crisis que hoy dirimen sus pretensiones y especulaciones le dan forma y nada de contenido a un lamentable proceso democrático, generando una gran incertidumbre ante la población en general. No quedan dudas de que se ha perdido el rumbo que como régimen responsable de regular las condiciones de estabilidad y armonía económica, crecimiento productivo y desarrollo social justo e independiente nos debemos los argentinos.
Todo lo que nos ofrece la actual campaña no es más de lo mismo: parece ser peor. Ante un mundo convulsionado por la desenfrenada lucha de intereses internacionales por controlar el poder mundial, la beligerancia del capitalismo financiero especulativo y usurario y la degradación de nuestras instituciones tanto públicas como privadas no pueden sino vaticinar una nueva frustración.
El despertar de la sociedad
Las causas de por qué estamos llegando al extremo de un régimen carente de valores y principios esenciales se refleja en el mensaje de las elites, que son una muestra inagotable de promesas a cumplir y sucesión de obras apuradas, mientras otros se dedican a ratificar un rumbo que simboliza un modelo pero no un “proyecto común” para los argentinos. Al mismo tiempo, una sociedad inducida a acostumbrarse a la existencia de las desigualdades sociales, la drogadicción y la violencia irracional muestra la existencia de una crisis estructural que abarca no sólo la dirigencia sino también segmentos de todas las clases sociales, entidades intermedias e institucionales de nuestra sociedad.
Con la eclosión social producida en 2001/02 quedaron adosados a la vida y existencia de muchos argentinos desgraciados estigmas que no fueron combatidos con la perseverancia debida pero sí aprovechados para someter a millones de ciudadanos a la denigrante tarea de seducirlos con un sistema que les da la posibilidad de vivir sin estudiar, sin trabajar ni producir. Este proceso anquilosado por años ha llevado a ingentes sectores sociales a depender de políticas públicas atadas a prebendas, sin resolver las causas de sus desvelos pero sí contenerlos con acotados recursos devenidos del trabajo y la producción nacional.
Los que de alguna manera no fuimos seducidos por el ritmo descontrolado y mediático en lo político, económico y social de los últimos años, además de haber podido cultivar la prudencia y la paciencia, estamos esperanzados en el papel preponderante que puede desempeñar nuestra sociedad, más aún teniendo en cuenta su reacción después de las tantas veces que fue agredida y aprovechada para fines inconfesables.
La sociedad se expresa sin poder ejercer su protagonismo
Esta forma de contener a los más desprotegidos se ha instaurado a contramano de aquella sentencia que dice que cada argentino por lo menos debe producir lo que consume como responsabilidad elemental para con la sociedad de la que es parte.
De ahí que el país sufre la desventura de miles de argentinos impedidos de recuperar su dignidad y conformarse con el pasar de los años, no poder formarse como hombre y mujer en la simple pero trascendente misión de servir a su pueblo, teniendo en cuenta que en la realización de la sociedad ella estará comprendida.
Esta crisis que nos somete a una escala de valores opuesta a principios y virtudes esenciales está pergeñada por la especulación de cierta dirigencia y de aquellos que buscan servirse, con fines inconfesables, de una sociedad degradada.
La dignidad social se consolida no sólo porque se respetan los derechos individuales sino -y fundamentalmente- porque se ejercen libremente los derechos sociales.
La educación nos abre un camino hacia la dignidad como persona social, se afianza con el trabajo que se aporta al conjunto social y nuestras individualidades trascienden a favor de la economía social porque el trabajo constituye el valor agregado que necesita la producción nacional.
Ésta es la verdadera cadena de valor que necesitamos reconstruir los argentinos, ya que cuando más se demora su concreción, a partir de la pobreza, la marginalidad y la degradación social, crece la violencia en general, apuntalada por los traficantes de droga y armas obligando a muchos argentinos a la drogadicción y a la delincuencia.
Ante la carencia de un “proyecto” estratégico, es fundamental tomar la decisión de fijar hacia dónde queremos marchar los argentinos, qué clase de sociedad nos merecemos y afianzarla a partir de los disensos y el protagonismo activo de la sociedad, única forma de superar la triste etapa de una democracia que ha perdido sus esencias y virtudes.
* Arquitecto, exministro de Obras y Servicios Públicos de Córdoba, vicepresidente 1º del Foro Productivo de la Zona Norte.