Si aquellas escaleras la llevaban al cielo o al infierno, no lo sabía; ella no pertenecía a ese grupo, no hablaba el mismo idioma, aún no entendía sus estructuras y sus reglamentos pero el tema le apasionaba, eso de estar en el medio de… un problema, un conflicto…; o, como le decía su hija psicóloga, “un quilombo, mami, sólo a vos se te ocurre meterte en esos quilombos”.
Después de haber trabajado en un medio muy machista como el del periodismo en los años 80 y haberse retirado, éste era un universo desafiante. Había encontrado un lugar donde estudiar para formarse, no tan jurídico como otros centros de formación, como era el Colegio de Escribanos de aquella época; pero meterse a trabajar en un Centro Judicial de Mediación era otra cosa.
Las piernas le temblaban, primero subía escaleras en el edificio de Bv. Illia y Balcarce, adentro descendía para llegar a un espacio cuyo gran banner en la recepción decía “Centro Judicial de Mediación”. Amigos abogados le repetían una y otra vez que estaba loca por pretender ingresar a un medio en el que ellos eran mayoría, que jamás la iban a dejar trabajar, que formaban un grupo humano y profesional endogámico. Pero ella había estudiado y había aprobado el examen, por lo tanto estaba habilitada, según la ley, para inscribirse en los dos únicos lugares que había entonces para trabajar: la Dimarc y el Centro Judicial. Pero ¿qué hacía en aquel edificio? Si era el Antirrábico, estaba desactualizada, ahora eran las cámaras laborales. Tampoco sabía mucho qué quería decir eso. Pero allí estaba luchando con sus ganas de salir corriendo; o quedarse y superar lo que fuere, quizás de puro masoquismo nomás. Pero no estaba en su esencia claudicar, por lo tanto, curriculum en mano afrontó la primera entrevista intentando la aceptaran en aquel lugar. La segunda jefa revisó sus papeles y, efectivamente, tenía la matrícula de mediadora otorgada por el Ministerio de Justicia. La inscribió como parte de aquel grupo y le explicó que, hasta que contase con experiencia, debía mediar con otras colegas de reconocida trayectoria, a las que llamaban tutoras o algo así, y debía esperar fuese sorteada para comenzar a trabajar. Qué alegría cuando recibió la primera cédula de notificación para hacer su primera mediación y qué susto tuvo en ese debut, pero ya estaba adentro y no era cuestión de andar arrugando. No hacía demasiado calor; sin embargo, estaba transpirando como en una primera cita, agenda en mano, trajecito beige, bien peinadita y maquillada, cosa de disimular su miedo. Llegaron otras cédulas y fue haciendo amigas, compañeras de innumerables cursos, talleres, seminarios y todo lo que se dictaba relativo al tema.
Descubrió otros que tenían números de matrículas cercanos y fue encontrándose con ellos en lugares comunes de capacitación y compartiendo cafés, charlas, viajes y ya no sintiéndose tan sola y extraña. Fueron en esos grupos también desarrollando frases de humor como que esas colegas que oficiaban de tutoras eran “las top ten” ya que eran un grupo pequeño, más o menos diez, y ¿entonces a qué grupo pertenecían los otros y las otras y ella? Eran la tropa, según otra humorada de una de sus comediadoras; o sea, el universo de aprendices.
Con el tiempo ya no se sabía quién era una “top ten” o quién era de la tropa, pero fue necesario mucho camino por andar y mucha predisposición a aprender. Convencida de que haber superado las adversidades había enriquecido un universo de prácticas negociadoras, en una disciplina que cuenta con una ortodoxia en sus fundamentos pero una heterodoxia en sus diferentes manifestaciones.
También entendió:
Que la suma de las diferentes profesiones de base multiplica los beneficios del ejercicio de esta profesión.
Que la diversidad de miradas, capacidades, conocimientos siempre es buena y que la decisión de aquella vocal brillante del Tribunal Superior de Justicia, allá por el año 1999, de haber elegido la multidisciplina para Córdoba para el ejercicio de la mediación, fue un gran acierto.
Que sin lugar a dudas aquella decisión de la Dra. María Esther Cafure de Battistelli de proponer, sostener y lograr la sanción de la primera ley de mediación, la 8858, fue brillante.
Que sus innumerables reuniones con miembros del Poder Legislativo para fundamentar sus razones dieron sus frutos, que explican que hoy, Córdoba, esté a la vanguardia de la mediación en el país.
Y así seguiremos, cientos de mediadores, de las más diferentes profesiones de base, construyendo día a día una praxis que enriquece esta profesión.
(*) Mediadora. Licenciada en comunicación social
Hermosa y sentida nota. Gracias por compartir esa historia.
Buenas tardes , muy gratificante tu nota . Como puedo hacer para contactarte . Soy de Capital Federal y tengo un camino similar al tuyo .
Me gustaria poder tener una charla contigo . Gracias por la lectura de este mail .
Hola Mónica cuando quieras charlamos, encantada de intercambiar experiencias
Hermoso leerte e identificarme tanto siempre! Te quiero mucho
Gracias por compartir tu experiencia y recorridos.
Gracias Matias
gracias Matías es una construcción en equipo
Que hermosa reelección… ver lo que fue mas 20 años después …
amiga, juntas construimos parte de este camino, abrazos
Elba qué hermoso relato, me hiciste viajar en el tiempo.
Cuando te conocí yo trabajaba en el subsuelo de las Salas Laborales, para mí vos eras una de las “top ten”.
Te veía y pensaba, mirá cómo se mueve es una más entre tantos abogados!!!
Cuánto camino recorrido!!!
Constancia y Perseverancia!!!
Un abrazo!!!
Hola Gabita querida, vos sí que estas haciendo experiencias por aquellos lugares, abrazos mil, te recuerdo con mucho cariño.