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Redescubrir la letra y el pensamiento de Naguib Mahfuz

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Por Silverio E. Escudero

Leer al escritor egipcio Naguib Mahfuz es una aventura estética apasionante. Estamos en presencia del mejor retratista de la sociedad cairota del siglo XX; un maestro excelso del realismo mágico egipcio y, sin temor de despertar una encendida polémica entre especialistas, enfrentamos al mejor escritor de la lengua árabe de todos los tiempos. 

Para abonar nuestro aserto diremos que permite descubrir la carga de humanidad, pasión, humor y ternura, que es el tesoro más preciado del escritor y de su gente. Tesoro éste que permite decorar sus relatos con las mejores joyas que le entregó a su talento el milenario país de los faraones.

Su obra más famosa se la conoce con el nombre de La trilogía de El Cairo, integrada por tres novelas excepcionales tituladas Entre dos palacios, Palacio del deseo y La azucarera.

Se trata de una vasta crónica en la que la enigmática ciudad de El Cairo -también conocida como “la ciudad de los mil minaretes”- cobra vida y se convierte en un personaje más, junto al matrimonio compuesto por Amina y Ahmed, y sus tres hijos Yasín, Khadija, Fahmi, Aisha y Kamal.

Mahfuz, quien fue un burgués medio que siempre trabajó en la estructura del Estado egipcio, escribió 33 novelas, 14 recopilaciones de cuentos y alrededor de cien relatos cortos. Una selección de ellas fue llevada al cine, atreviéndonos a recomendar la filmografía de origen europeo sobre la estadounidense por la exquisita calidad de sus guiones y la dedicación del director.

Desde siempre nuestro invitado vivió en el barrio de Aguza, con su familia. Su casa-habitación, esencialmente sobria, ubicada en una planta baja de un edificio en propiedad horizontal, siempre estuvo abierta a todos las personas de buena voluntad que llegaron a su puerta.

Al cumplir sus 89 años Mahfuz comenzó a verbalizar su testamento político-literario, confesando: “Siento como si estuviera en la estación de trenes de Sidi Gáber, la última antes de llegar a Alejandría. Cuando viajaba a Alejandría para pasar el verano, lo que hice durante muchos años, al llegar a Sidi Gáber sabía que no me tenía que bajar en esa estación sino en la siguiente. Pero también sabía que esa era la penúltima estación y que tenía que recoger mis cosas porque me bajaba en la próxima de Alejandría. Ahora me siento como en Sidi Gáber”.

«Están deseando borrar la luz de la razón y del pensamiento. ¡Cuidado!”.

Naguib Mahfuz

Omar Abdel-Rahman, también conocido como “el Jeque Ciego” condena a muerte a Naguib Mahfouz. En 1994, un día después del aniversario del Premio Nobel, fue atacado y apuñalado en el cuello por dos extremistas en una calle de El Cairo, en las cercanías de su casa, poco después de que el escritor publicase su famosa novela Hijos de nuestro barrio, traducida al inglés como Children of Gebelawi, que algunos grupos integristas -disidentes de Los Hermanos Musulmanes- consideraron blasfema. 

Mahfouz sobrevivió el ataque, aunque sufrió sus consecuencias hasta su muerte, ocurrida en 2006.

La trama de tan controversial novela es la historia de la humanidad. Es la vida de un padre longevo “que se aísla en su Casa Grande tras dejar unas tierras a los descendientes que expulsó un día de su espléndido jardín. Uno de sus hijos, Idrís, tienta a su hermano Adham. La simiente de ambos se multiplica dando lugar a un barrio de El Cairo dividido en dos grupos: los que se ganan el sustento y los que ejercen de caciques. De vez en cuando, surge allí un ser idealista que intenta liberar a los oprimidos. Es fácil reconocer a Dios, Caín, Moisés, Jesucristo y Mahoma.

La vigencia del terrorismo fundamentalista es permanente y hoy, está, en el centro de la picota. Mahfuz reclama que se tenga en cuenta su opinión “respecto al terrorismo, que es la de todas las personas. Todos están contra el terrorismo; nadie lo apoya, salvo los propios terroristas. Pero tenemos que definir con exactitud qué es el terrorismo. Porque una cosa es la gente que aplica la violencia tan sólo para atacar civiles, y otra, la que tiene que utilizarla porque está oprimida y colonizada, y lucha por su libertad. Eso no se puede llamar terrorismo”, afirma el escritor.

El actual choque de culturas entre Occidente y el Islam -que parece atenuado por no estar en la primera plana de los medios de comunicación- es algo que le desvela. “No había una confrontación violenta entre el mundo cristiano y el islam antes de lo sucedido en Estados Unidos ese martes negro, el 11 de septiembre. La civilización islámica, en particular en España, coexistió con todas las demás que existen ahora en el mundo”, señala.

Los cronistas especializados destacados en Egipto cuentan que cuando surgía un problema grave o estallaba una crisis, los egipcios buscaban conocer la opinión o el consejo de Mahfouz. Porque la calle, la gente común, no solo le admira sino que le siente como propio, como un pariente muy próximo. 

Así lo entendí cuando nos habló de él un amigo residente en San Vicente al “presentarnos” su biblioteca. Y lleno de entusiasmo, ante nuestra ignorancia, nos instó a leerle. “No es difícil -dijo-, es original, verdadero, muy bello y sabio, y a la vez sencillo; todo el que lo lee lo puede entender”, mientras mostraba sus más ricas posesiones, sus libros cuidadosamente anotados en árabe.

El director del diario Al-Ahram Hebdo, la versión francesa del diario egipcio de mayor circulación, recuerda una anécdota que pinta de cuerpo entero a nuestro personaje.

Cuando le entregaron el Premio Nobel, un equipo de la televisión lo esperaba en un estudio para entrevistarlo; Mahfuz iba con él por la calle y, al pasar por una casa, el portero se dio cuenta de quién era y lo saludo. “¿Cómo está usted, señor Mahfuz?”, preguntó el portero. Mahfuz volvió sobre sus pasos, le estrechó la mano y se puso a hablar con él. 

Entonces el periodista y escritor Mohamed Salmaui -un hombre elegante y culto que nos acompaña a la entrevista, le grita al oído nuestras preguntas y nos traduce del árabe al inglés o al francés- le recordó que tenían una cita con la televisión para hablar del Nobel, a lo que el escritor repuso: “Es esta gente la que me ha dado el premio Nobel. Es porque la gente de mi país me leía y yo le interesaba que supieran de mí; nadie en el mundo había oído hablar de Naguib Mahfouz. Yo les debo a ellos el Nobel”.

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