Las ventajas comparativas de Argentina en la producción agropecuaria y su tradición productiva histórica muchas veces impiden ver las similitudes que existen entre la realidad nacional y la de otros países. Comercio y Justicia -junto al periódico digital de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC)- dialogó sobre este tema con el sociólogo mexicano Armando Bartra, docente e investigador de Universidad Autónoma Metropolitana (México) -una de las voces más reconocidas del continente al momento de reflexionar sobre la realidad agraria-, quien visitó Córdoba esta semana invitado por el Doctorado en Estudios Sociales Agrarios de la UNC.
– ¿Cómo se aprecia desde México la situación agraria argentina?
– La situación agraria argentina atraviesa un proceso complicado, en el que se combinan dos factores. Por un lado, una situación de precios altos en los productos agrícolas -en el caso argentino, uno que es muy importante, que es la soja-. Cuando digo “altos” quiero decir con relación a los precios históricos. Entonces, desde el punto de vista de los precios internacionales diríamos que es una situación de bonanza para los productores y por eso la agricultura ha vuelto a ser un muy buen negocio. Ésta es una parte del problema.
La otra es el del modelo agrícola. En el caso de Argentina, es un modelo de agricultura extensiva, de grandes propiedades, que además se combina -por lo menos en la soja- con que por un lado está el inversionista -quien no es el dueño de la tierra-, por otro está el contratista -quien está desarrollando los cultivos- y por último el dueño de la tierra. Entonces la agricultura le está dando de ganar una renta al dueño de la tierra, le devuelve el capital al inversionista a una tasa que tiene que ser alta para que sea atractiva y le está pagando también al contratista que está produciendo. Esto significa que la agricultura está siendo obeto de extracciones por el lado de tres grupos de interés -dueño de la tierra, inversionista y agricultor directo-, a lo cual se suma el conflicto por la parte de la renta que debería contribuir al Estado, que ha sido un motivo de conflicto muy fuerte en Argentina y que se resolvió de alguna manera en una etapa de precios altos.
– ¿Esta realidad agraria argentina tiene puntos de contacto con lo que pasa en otros lugares de América Latina y el mundo?
– En Argentina es importante la cuestión del modelo agrícola, que no necesariamente es universal, aunque se comparte en buena medida en algunas regiones similares de Brasil o de Paraguay. Pero el problema de la agricultura en el mundo es otro. Si bien Argentina lo comparte, no con la misma gravedad.
La situación agraria global es de crisis alimentaria, que se expresó entre 2007 y 2009 con una elevación brutal de los precios de los productos agrícolas. Esto no es un perjuicio de quienes los producen o de los que viven de comercializarlos -en general, grandes empresas transnacionales-, sino un perjuicio para los consumidores, quienes hemos padecido en el mundo en los últimos años una situación de encarecimiento. Para los más pobres, para aquellos que gastan 50% o más de su salario en comprar comida, esto representa un empobrecimiento brutal y es algo que ha pasado en muchos países.
Hoy hablamos de Haití porque hubo un terremoto que acabó de destruir una nación, pero hace 3 ó 4 años lo que teníamos en Haití era una revuelta por hambre, porque se había encarecido al doble o al triple el precio del arroz, no había suficiente y la gente se moría de hambre en las calles. Esta situación de Haití, que quizás fue extrema, se planteó en otros lados. Hay un problema de escasez relativa de productos agrícolas, otro de especulación con esos productos y problemas de las poblaciones más pobres que sufren hambre efectivamente o una disminución importante de su nivel de vida, porque tienen que gastar para comer lo que antes utilizaban en transporte o ropa.
– Es decir que la mayor producción mundial no está conduciendo necesariamente a garantizar la alimentación de la población…
– Justamente y eso tiene que ver con la productividad agropecuaria, con los rendimientos de los productos agrícolas y con los modelos de producción. Argentina sufrió esto parcialmente, pero en mayor medida lo padecieron países como México y las naciones de Centroamérica. ¿Por qué? Porque asistimos a un problema de desmantelamiento de la agricultura que producía para el consumo interno, pues todo se fue orientando hacia una agricultura de exportación, que se rige de acuerdo con las demandas del mercado mundial. Por ejemplo, en Argentina se da el caso de la soja, que es un producto que consume China en una altísima proporción, destinado a la producción de aceites, y que colisiona con la producción alimentaria para el consumo interno y también con la de otros productos de exportación importantes para Argentina, como antes eran el trigo o la carne.
En otros países esto es mucho más grave, porque lo que se puso en cuestión fue el alimento básico de la población: en los casos de México o de Centroamérica, por ejemplo, comenzó a peligrar el maíz que la gente compra para comer. Esos países -unos en mayor medida que otros- destruyeron su agricultura orientada al mercado interno e impulsaron una de exportación, bajo el supuesto de que era más barato importar los granos -por ejemplo, el maíz-.
Creo que este modelo que sólo piensa en las ventajas de la agroexportación ya tocó su límite. La crisis alimentaria está mostrando que los países que no tienen capacidad de producir sus propios alimentos, aun si tienen economías suficientemente fuertes como para poder comprarlos, están haciendo un mal negocio.