Byung Chul-Han refiere en La expulsión de lo distinto que “el ego no es capaz de escuchar. El espacio de la escucha como caja de resonancia se abre cuando el ego queda en suspenso. En lugar del ego narcisista aparece una obsesión del otro, unas ansias del otro. La preocupación del oyente es por el otro. (…) la escucha es lo único que ayuda a hablar a los demás”. Por el contrario, el énfasis que ponemos en hablarle al otro -acerca del yo creo, pienso, siento o deseo- hace que éste desaparezca, lo que el referido autor grafica como la muerte del otro. Si éste muere -en todo o en parte- sólo permanece el yo, y si esto ocurre no hay espacio para la escucha. El proceso de mediación, ¿es un espacio de escucha o uno de habla?, ¿quiénes predominan: eros o egos?, ¿hablantes u oyentes?
El referido autor, en La agonía del eros, atribuye a éste la capacidad de vaciarse a sí mismo para llenarse del otro; una capacidad que agoniza en los tiempos que corren. La sociedad actual, caracterizada por aquél como de consumo, capitalista y neoliberal, está guiada por la influencia del ego o narcisismo, una forma de vincularse con el mundo que anula toda posibilidad de que exista otro -frente al cual surge una negatividad-, es decir un no yo. Sólo se publicita y se consume lo que me refleja y me confirma; lo distinto que se presenta como un no yo es desechado o desinteresado (excluido o no comprado). Dice: “En tanto el eros se dirige al otro en sentido enfático, el ego narcisista emprende una delimitación negativa frente al otro, a favor de sí mismo. El mundo se le presenta sólo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad. Sólo hay significado allí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo.”
En la tarea de mediar, solemos reconocer casos en los cuales hacemos una mera tarea, un pase de información, una negociación asistida que a veces (nos) deja sabor a poco. Creo que esta experiencia tiene relación con la potencialidad de las partes de vincularse desde un lugar de ego más que desde el sentido del eros, siguiendo la idea del referido filósofo. Eso no implica que no exista un proceso de mediación, más bien existe como una tarea metodológica en alguna dimensión, a menudo insatisfactoria; no se expresa como una experiencia propia de una cultura de paz -de un diálogo en el encuentro-, a veces idílica o nostálgica.
El proceso de mediación es frecuentemente incierto. Invita a transitar por caminos desconocidos. Las personas en general estamos habituadas a recorrer y habitar espacios de y con certezas, comodidades, con una racionalidad necesaria. En esta dimensión todo debe ser conocible y seguro, medible y cuantificable o intercambiable. Conocemos que la mediación como método dialógico propone una experiencia no medible, disruptiva y difícil de pronosticar; una actividad que requiere dedicarle tiempo, algo que generalmente tratamos de no perder o de ahorrar.
Una nueva racionalidad, desde la perspectiva del eros, debería construirse a partir del diálogo con “lo no conocido”, y eso -a veces- nos desordena. Esta incertidumbre, en ocasiones ahuyenta a las personas que prefieren permanecer en su mundo cierto, conocido (en el que no se debe perder el tiempo), de una aparente seguridad no co-construida.
Mediar se trata de proponer condiciones que ayuden a los egos a generar espacios compartidos: una tercera realidad. En ello el modelo aplicable no necesariamente hace posible la experiencia, también contamos con la mente (y habilidades) de cada participante. ¿Cómo hacer que el ego escuche? Si su naturaleza es la no escucha, ¿cómo traer al eros al proceso de mediación? ¿Tiene sentido identificar si quien participa tiene aspiraciones a ser hablante u oyente, o tal vez, a ambas? Una oyente se apropia del espacio conversacional y acapara la atención hacia lo otro. Actitudes de silencio, aceptación del desacuerdo con ecuanimidad, deseos de compartir espacio de diálogo con la otra a riesgo de escuchar las no verdades son algunas de las categorías que observo y asigno -de manera arbitraria- en una persona oyente. Hoy la veo con poca frecuencia, hay más hablantes en solitario que encuentro de oyentes.
Algún día agonizarán los egos, no se necesitarán personas mediadoras y habrá clases de escucha en las escuelas, como las tenían las del film francés La belle verte (El planeta libre, Coline Serreau, Francia, 1996).
(*) Mediador y conciliador penal
Me gusto! Estoy iniciándome como Mediadora y me gustaría conocer la respuesta a la pregunta que plateas, ¿cómo hacer que el ego escuche? Estaré atenta a tus columnas
Excelente nota, mucho por aprender , o quizas retomar lo que se dejo de hacer .
Una conclusión optimista frente a una realidad poco dispuesta a declinar egos.
Estupenda reflexión.
Deberíamos comenzar por el hogar y seguir por la escuela.
Me gustan mucho tus columnas Matías. Como todas de los colegas que escriben. Aquí como un plus de enseñanza nos dejas un interesante libro para leer y una película para ver.
Una nota muy interesante, me encantó enseñar escucha en las escuelas.
Que buen artículo!!!