Tras una larga agonía el celebérrimo diario italiano L’Unità –el diario de los obreros y campesinos, que tuvo una importancia estratégica notable en la lucha contra el fascismo, primero y la stalinización, después- cerró, definitivamente, sus puertas.
Fueron 90 años de hacer un periodismo comprometido enraizado en el pensamiento del filósofo marxista Antonio Gramsci, que fue su primer editor general y, luego, fundador -junto a Amadeo Bordiga- del Partido Comunista Italiano (PCI), el de mayor de desarrollo en Occidente.
Este suceso extraordinario obliga a adentrarnos en el pensamiento gramsciano para encontrar las claves de una historia en que los periodistas fueron protagonistas de un apasionante debate cuyos ecos llegan hasta nuestros días. Especialmente en tiempos en que el desconcierto reina y se confunde el ejercicio de la sana crítica, fundamento de la profesión, con propaganda gubernamental. “Nunca fui periodista de profesión que vende su pluma a quien le puede pagar mejor y por ello debe continuamente mentir, escribe Gramsci a Tatiana Schucht, el 12 de octubre de octubre de 1931, porque la mentira forma parte de sus calificaciones. Fui periodista absolutamente libre, siempre de una sola opinión, y nunca tuve que esconder mis profundas convicciones para agradar a los patrones”.
Gramsci es un periodista culto, esencialmente culto, distinto. Se destaca por la claridad de sus ideas. Conoce, como nadie, la entretela del Estado y las flaquezas de los gobiernos. “En todos los escritos de Gramsci -leemos en el puntilloso ensayo biográfico que escribió Giuseppe Fiori- desde los breves ensayos teóricos hasta las crónicas casi teatrales, se percibía un estilo nuevo; el paso del énfasis grandilocuente de un Rabezzana y de un Barberis al gusto por el movimiento; un lenguaje cuidado, a veces de una pureza neoclásica, tan lejana de la prosa insípida de los “viejos”; la coherencia, el hilo que unía todos los escritos y convertía a las notas aparentemente alejadas entre sí en otras tantas ocasiones sucesivas para el desarrollo de una argumentación nunca interrumpida; y la originalidad y la concreción de propuestas políticas, iluminadas siempre por el convencimiento de que la teoría que no se puede traducir en actos es una abstracción inútil y que las acciones que no se fundamentan en la teoría son impulsos estériles.”
Al fundar L’Unità, no sólo crea un diario. Da sentido y pertinencia a la lucha de los trabajadores al dotarlos de un instrumento-símbolo en el que podían reflejarse. Así se transformó la izquierda italiana. Fue el mayor adversario que tuvo el enorme aparato propagandístico que montó el fascismo para “defender la gestión” de Benito Mussolini. Lo hizo, cuando fue necesario, desde la clandestinidad, desnudando las falacias y mentiras del régimen, publicadas en el diario Il Poppolo d’Italia, que servía de bandera de los camisa negra.
El cierre de L’Unità, tras 90 años de estar presente en todos los quioscos de Italia y Europa, no fue, como muchos pretenden, una victoria del capitalismo en crisis, que golpeó al periódico con rudeza. Afirmamos que, atento a las probanzas que obran en nuestro poder, que el cierre se produjo por la inoperancia del ahora Partito Democratico della Sinistra –con el que mantenía una profunda relación- que no supo atender el conflicto financiero. Agravado por la demanda de 3 millones de euros, de Silvio Berlusconi, como resarcimiento por la publicación de una serie de artículos sobre los escándalos sexuales y bacanales, donde el protagonista excluyente fue Il Cavallieri, rodeado de jóvenes prostitutas, muchas de las cuales apenas eran adolescentes.
Las agencias informativas confirman que la junta de administradores del diario “exigía una garantía de 1,6 millones de euros para que el diario funcionara hasta septiembre”. Sin embargo, los accionistas se reunieron el martes anterior al cierre para rechazar tres propuestas “salvadoras”. Una de las cuales fue suscripta por Daniela Santeche, miembro destacado de la representación de la derecha en el Parlamento y colaboradora cercana de Silvio Berlusconi.
El consejo de redacción señaló que el fin de esta publicación supone un hecho de “gravedad insólita” que pone en peligro a cerca de ochenta puestos de trabajo “en un momento de grave crisis del sector editorial”. Por último, denunciaron a todos los agentes políticos y empresariales a quienes han acudido para encontrar una solución al cierre de “irresponsabilidad y opacidad (…)
Hemos reclamado sentido de la responsabilidad y transparencia a todos los sujetos, tanto empresariales como políticos. Hemos recibido irresponsabilidad y opacidad. Esto lo gritaremos con toda nuestra fuerza. Hoy es un día de luto para la comunidad de L’Unità, para nuestros lectores y para la democracia”. Por su parte, según recogieron los medios, el director de la publicación, Luca Landò, criticó la pasividad del Partito Democratico della Sinistra, hoy en el gobierno de Italia, estrechamente vinculado con el diario.
L’Unità, periódico oficial del Partido Comunista italiano entre los años 1928 y 1991, ha estado bajo la dirección del que fuera primer ministro de Italia, Massimo D’Alema, o de la prestigiosa periodista Concita De Gregorio. Esperamos ansiosos su historia para confirmar en nombre de los habitantes de sus columnas: Marco Travaglio, Antonio Tabucchi, Pier Paolo Pasolini, Ernesto Sabato, Fidel Castro, Augusto César Sandino, Agustín Farabundo Martí, Howard Fast, entre miles de aceradas plumas.