Enrique Lacolla, analista político y cultural.
“Ninguneada” y subestimada por sectores políticos y mediáticos, reducida a beneficio comercial por otros, la conmemoración del Día de la Soberanía Nacional el pasado 20 de noviembre abre debates de suma actualidad en política y economía. En diálogo con Comercio y Justicia, el analista Enrique Lacolla valoró la batalla de la Vuelta de Obligado como un “hito” de la historia nacional y consideró que la recuperación de los datos veraces de nuestra historia “implica un impacto de gran fuerza en un medio cultural durante tanto tiempo envuelto en las nebulosidades de la fábula”.
-¿Cuál es la importancia actual de recuperar la conmemoración de un hecho como la batalla de la Vuelta de Obligado?
-Creo que recuperar la memoria de la Vuelta de Obligado es un hecho de primordial importancia. Significa poner a la consideración de la historia de nuestro país en el eje de debate que le corresponde: el de su soberanía. Más allá de cualquier evaluación sobre la naturaleza de sus mecanismos representativos, más allá de la mayor o menor exquisitez de sus instituciones, las naciones se construyen a partir de su capacidad para determinarse por sí mismas, y en este sentido la batalla de Obligado fue un hito. Fue una derrota, es cierto; las fuerzas argentinas no pudieron detener el paso de la flota anglofrancesa y esta subió hasta Corrientes, pero golpeada y tocada en su fibra moral. No tanto por las bajas que sufrió –que en esa instancia no fueron muchas– sino por el hecho de que las pérdidas argentinas –que sí fueron cuantiosas– no desanimaron a los defensores y pusieron en evidencia que esa incursión río arriba no iba a ser un paseo. Detrás de esa energía puesta de manifiesto por Mansilla y sus hombres se diseñaba el propósito de persistir en la defensa, cosa que se evidenció en los sucesivos choques y hostigamientos que tuvo que enfrentar la flota invasora y que culminaron en el grave castigo que le fue infligido en el Paso del Tonelero y en la Angostura del Quebracho, durante el viaje de vuelta, donde las tornas se invirtieron y las bajas anglofrancesas fueron mucho más cuantiosas que las argentinas. De toda esa campaña salió la evidencia de que el intento de fragmentación del territorio argentino que alentaba la incursión de la escuadra –la formación de una “República de la Mesopotamia” que incluiría a Corrientes, Entre Ríos y la Banda Oriental– no iba a prosperar, lo cual llevó a la firma de los tratados de Arana-Southern y Arana-Lepredour, un par de años después. Por ellos, las fuerzas anglofrancesas se retiraron del Plata.
-¿Cómo puede impactar en nuestro análisis acerca de la economía y la política nacional una conmemoración de este tipo?
-La recuperación de los datos veraces de nuestra historia implica un impacto de gran fuerza en un medio cultural durante tanto tiempo envuelto en las nebulosidades de la fábula. Las generaciones jóvenes están hambrientas de verdades. El discurso de la Presidenta en ocasión de la conmemoración de la batalla de Obligado creo que dio el puntapié inicial a un debate absolutamente necesario y que casi siempre ha sido obviado en el ámbito académico, incluso cuando en él ha habido gobiernos de corte popular. Hay que romper las cadenas de un pensamiento anquilosado y tratar de comprender cuáles han sido las coordenadas concretas por las que ha circulado un discurso histórico que estuvo enfeudado a su formulación mitrista, rigurosamente vigilada desde la “tribuna de doctrina” que el prócer unitario dejó tras de sí para que le cuidase las espaldas. Sin incurrir en una reversión mecánica de los postulados del mitrismo y tratando de comprender también a éste como parte de una ecuación nacional que está llena de luces y sombras, es preciso entender cómo se estructuró una Argentina deforme, edificada de espaldas al país profundo y negadora de la presencia popular. Si vemos al pasado en sus componentes auténticos comprenderemos las razones que explican el país atormentado que tenemos y estaremos en mejores condiciones de medirnos con el presente y para preparar el futuro.
-¿Qué batallas por la soberanía urge librar en Argentina a principios del siglo XXI?
-Una de ellas es la que acabo de indicar, la batalla por la comprensión dialéctica de nuestra historia. Hay que ventilar los ámbitos académicos, haciendo un lugar a las corrientes revisionistas y esa batalla debe incluir también a los institutos militares. Pero en lo referido a emprendimientos concretos a asumir, la cuestión pasa, me parece, por la toma de decisiones que vienen postergándose demasiado. Pese a las muchísimas cosas buenas que ha hecho el kirchnerismo, sigue faltando atender algunos rubros esenciales, entre los que citaría una reforma fiscal progresiva, que acabe con la injusticia de una tributación reaccionaria. Y también se hace necesario, creo, ejecutar un plan estratégico de desarrollo, cuyas líneas generales existen, sin embargo, como las diseñadas por el Plan Fénix.
Pero -desde luego- esta profundización del modelo nacional de desarrollo sólo es posible si se cuenta con los instrumentos políticos para ponerla en práctica. De aquí que el resultado de las próximas elecciones sea capital para asegurar esa marcha. En las actuales circunstancias Cristina Fernández es, de lejos, la personalidad más idónea para comandar ese proceso. Pero detrás de ella ha de encolumnarse un apoyo popular que ayude a remover las excrecencias de la vieja política de las bancas del Congreso y que sea capaz de alimentar la renovación de los cuadros partidarios. Y no sólo en el oficialismo.
Creo que el país está marcando el paso de un tiempo histórico. La coyuntura económica internacional es buena para nosotros, por ahora. Latinoamérica está también abierta al cambio.
Hay que aprovechar el momento, me parece, haciendo lo mejor que se pueda.